¿Por qué el humilde sauce juega un rol tan importante durante Sucot?

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La belleza de la humildad.

La festividad de Sucot tiene muchos elementos. El elemento más evidente es la sucá que conmemora la estadía de Israel en el desierto, y su total dependencia de la benevolencia Divina.

Después de la sucá, está la mitzvá de las “cuatro especies”. Hay muchas explicaciones específicas, pero hay un tema predominante que calza con todas las explicaciones. Es una forma de alabar a Dios con un “bello ramo”. Ya sea que los elementos individuales simbolicen partes diferentes del nombre de Dios, o diferentes órganos de una persona, o integrantes diferentes del pueblo de Israel, la idea es que alabamos a Dios ofreciéndole este “ramo” en gratitud y alabanza.

Mientras que los rabinos brindan muchas explicaciones específicas, la que prevalece es la que habla de la unión de los elementos diferentes de la nación judía. Están los miembros de Israel que son instruidos, y la calidad de su sabiduría es simbolizada por su fragancia, como las hojas de mirto. Luego están los miembros de Israel que son menos instruidos, pero que están llenos de buenas acciones, simbolizados por la palmera que da frutos. Luego están los pocos selectos que combinan ambas, simbolizados por el único y singular etrog, que tiene fragancia y es comestible. Y finalmente están los humildes sauces, ni comestibles ni con fragancia, simbolizando a aquellos judíos que no poseen ninguna de estas cualidades.

La necesidad de tomar las simples ramas de sauce junto con las otras es vista como un gesto de inclusión, de incluir al sencillo, al que no tiene talentos, para hacerlo sentir que es parte del todo.

Sin embargo, una mirada más profunda a la forma en la que realizamos la mitzvá nos brinda una imagen muy diferente.

En el último día de Sucot realizamos la mitzvá de tomar las cuatro especies como es usual. Pero luego dejamos esas cuatro especies, y tomamos un grupo de ramas de sauce en nuestra mano. Rezamos plegarias especiales para la lluvia, y así es como terminamos con la mitzvá de tomar las cuatro especies. Esto está basado en una costumbre comenzada en los días del Templo. En cada uno de los siete días de Sucot adornábamos el altar poniendo altas aravot (sauces) a su alrededor, y en el día final de Sucot girábamos alrededor de él siete veces, y comentábamos acerca de aquellos sauces: “Qué hermoso adorno son para el altar”.

¿Cómo se convirtieron estas simples y comunes ramas de sauce en el clímax de la festividad?

Para responder debemos considerar con mayor profundidad la descripción de nuestros rabinos acerca de estas especies.

Según una interpretación, no estamos hablando de gente diferente que se está ofreciendo a Dios, sino de las diferentes facetas de la propia personalidad de cada individuo. Expliquemos: Una persona está felizmente casada; ¿Qué es lo que la une a su pareja? Tú responderás inmediatamente: “Sus muchas cualidades maravillosas”. Pero las cualidades maravillosas son una razón para unir, no la unión misma. ¡La unión misma es la sensación de que el cónyuge no puede existir sin el otro! Si la otra persona irradia una completa independencia y ninguna necesidad por el otro, entonces no ocurrirá ninguna unión.

Casi paradójicamente, no son los logros de la otra persona los que consuman el matrimonio, sino sus deficiencias y vacíos. Es conmovedor ver cuánta gente exitosa, con vidas ocupadas, colapsa cuando sus cónyuges mueren, y parecen nunca recuperarse. La percepción de ese vacío es lo que generó la unión del matrimonio en primer lugar.

Volvamos ahora a las cuatro especies. Después Iom Kipur, el 'Día del perdón', hemos sido limpiados y purificados, y queremos presentarnos ante Dios lo mejor posible. Traemos un ramo de nuestro estudio de Torá y de nuestras buenas acciones, porque sabemos que eso es lo que Dios desea y eso es lo que lo enorgullece de nosotros, por así decir.

Pero el final glorioso no es lo que hemos logrado, sino nuestro sentido de humildad ante Dios. Sabemos que no somos nada delante de Dios y que nuestra dependencia es total. Los sauces en el Templo estaban ubicados alrededor del altar, y sus “cabezas se arqueaban”, como postrándose alrededor del altar, porque esa es la postura natural del humilde.

Como dice el profeta: “Los cielos son Mi trono y la tierra Mi banquillo… ¿Y a quién miro? Al hombre simple, de espíritu humilde, que está deseoso de cada una de Mis palabras” (Isaías 56).

Entonces, esta es nuestra paradoja universal del servicio Divino. Buscar sacar lo mejor de nosotros mismos y de los demás, pero continuar parándonos delante de Dios modestamente simples, adornados con la belleza de la humildad.

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