El Milagro de Mi Vida

9 min de lectura

Un accidente de tránsito casi me deja paralizada.

Mi milagro comenzó hace 10 años en Miami. Era una chica despreocupada de 16 años, completando mi último año de secundaria. Una tarde le dije a mis padres –que no estaban en la ciudad— que iría a una fiesta (por supuesto, no les conté los detalles). Salí y compré un vestido nuevo, me hice un peinado en la peluquería y fui a la fiesta con mi mejor amiga. La fiesta estuvo bárbara, y a medida que la noche se iba alargando, algunas personas ofrecieron llevarme a casa, pero yo planeaba volver con mi amiga.

Ese día nos habíamos levantado a las 6:30 AM para ir a la escuela, y cuando nos fuimos de la fiesta eran las 3:30 AM. Habíamos estado despiertas por casi 24 horas. Nos subimos al auto, nos ajustamos los cinturones, y comenzamos nuestra vuelta a casa. Recliné mi asiento para dormir y le dije a mi amiga que me despertara cuando llegáramos a casa.

Me dormí profundamente, y unos minutos después me desperté sobresaltada por un fuerte sonido mientras sentí que era expulsada hacia adelante con muchísima fuerza. Mi hombro golpeó el tablero y de repente estaba en el piso del auto. Abrí los ojos y todo lo que podía ver era una nube blanca de humo mezclada con el olor asqueroso de los air-bags. Todo lo que podía sentir era el moretón en mi hombro por el golpe con el tablero. Todo lo que podía oír era la voz de mi amiga llamando mi nombre. Todavía no estaba segura de lo que había ocurrido. Me las ingenié para volver al asiento y mi amiga utilizó una navaja para cortar mi cinturón de seguridad con rapidez. Apenas estuvimos las dos desatadas, abrimos las puertas del auto y salimos. Vimos que habíamos chocado contra una camioneta estacionada, que terminó sobre la vereda, y que tiró una palmera y dos parquímetros con el impacto.

Cruzamos la calle y nos sentamos. Comencé a sentir una sensación de ardor en mi pecho por la combinación del cinturón de seguridad y de los air-bags. Mi adrenalina estaba circulando a tanta velocidad que no sentí ningún otro dolor. No tenía idea de lo malherida que estaba. Tenía 16 años y estaba en pánico. Finalmente, llegó la madre de mi amiga y llamó a una ambulancia. Los paramédicos trataron de convencerme de llevarme al hospital, pero me negué. Yo no había respetado los horarios de volver a casa, mis padres estaban en Canadá y mi hermana en México. ¡No podía ir al hospital! Les dije que sólo sentía un moretón y algo de ardor, y que estaría bien.

“Mañana a la mañana podrías girar para el lado equivocado y paralizarte”, dijo el paramédico. “Vamos a hacer unas radiografías e irás a casa en la mañana”.

Gracias a Dios por sus palabras.

Me pusieron un aparato ortopédico para sostener el cuello, me acostaron en una camilla, y viajamos en la ambulancia. En el hospital, me sometieron a horas de exámenes, mientras era puesta en toda posición, incluyendo dos escáneres TAC. Finalmente, me dejaron descansar.

Poco después entró al cuarto una enfermera y me dijo que estaba bien y que podía ir a casa. Me sacó el aparato del cuello y quitó las otras cosas. En ese mismo momento, mientras estaba sentada en la punta de la cama, un doctor entró corriendo a la habitación, gritándole a la enfermera. “¡¿Qué estás haciendo?! ¡Esta chica no puede ir a ningún lado! ¡Ponle todo de nuevo!”. Casi me voy con el cuello roto.

Para ese entonces, mi tía ya había llegado al hospital y había contactado a una neurocirujana –una de las mejores del país— que le había hecho una cirugía programada a mi tío una semana antes. Esta cirujana estaba casualmente en el hospital y estaba desocupada. Tomó una aguja y me pinchó en el hombro y luego en los dedos del pie. “¿Cuál está más afilada?”, preguntó.

“Mi pie”, dije.

“Bueno, vas a ir a cirugía”.

Yo estaba sin habla, asustada y consternada. Grité “no” y comencé a llorar.

Estuve a milímetros de nunca volver a mover ninguna parte de mi cuerpo desde el cuello hacia abajo.

“Puedes ir a cirugía”, dijo, “o puedes quedar paralizada desde el cuello hacia abajo”. Explicó que entre cada una de las vértebras de nuestra espalda hay dos ligamentos que nos dan flexibilidad, y luego nuestra columna que sostiene a nuestra espalda derecha. Mis dos ligamentos se habían roto en el accidente. Lo siguiente en romperse sería mi columna. Estuve a milímetros de nunca volver a mover ninguna parte de mi cuerpo desde el cuello hacia abajo”.

Finalmente se pusieron en contacto con mi padre para obtener un consentimiento para proseguir con la cirugía (yo era menor de edad y necesitaba el permiso de mis padres). Pusieron el teléfono en mi oído y mi padre me preguntó si quería posponer la cirugía 24 horas hasta que ellos llegaran. Yo dije: “Estuve mirando el techo por 12 horas. Necesito moverme”. Gracias a Dios no esperamos. Los cirujanos descubrieron después que tenía un coágulo de sangre, e incluso dos horas más hubiese sido demasiado tarde.

Para ese entonces ya habían comenzado a llegar algunas de mis amigas, y también un rabino. Lo miré y le dije: “Tengo miedo”, mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla. “No tengas miedo”, me dijo. “Todo va a estar bien”. Comenzó a rezar. Es el único a quien le dije lo asustada que estaba.

Unos pocos minutos después estaba en cirugía, lo que llevó más de tres horas. Quitaron algo de hueso de mi cadera, lo pusieron en mi cuello entre las vértebras, y lo ataron con un hilo de metal. Para cuando me desperté en la sala de cuidados intensivos, mi hermana, mi abuela y mi tía ya habían llegado de México. Estaba completamente inmóvil y dependía de todos los que estaban a mi alrededor. Mi hermana besó mi frente, cepilló mi pelo, y puso crema en mis manos y en mi cara. Después de horas de no moverme, someterme a una cirugía y tener gente desconocida ayudándome con mis necesidades más privadas, la caricia de una mano familiar y amorosa era increíble.

El doctor me dijo: “Debes tener un ángel guardián. El vidrio del auto no estalló, por lo que saliste sin un corte. Además, si hubiesen habido dos personas más en el auto, hubieran muerto todos por el impacto” (de hecho, dos personas más iban a regresar a sus casas con nosotras, y decidieron a último minuto ir con otra gente).

Después de dejar el hospital, estuve imposibilitada de salir de casa por un mes. Mis padres me compraron una silla reclinable que casi te para del todo. Mi madre me bañó y me vistió. Utilicé un aparato plástico para sostener mi cuello e hice terapia física y ocupacional. Todo parecía volver a la normalidad.

Ocho semanas después de mi cirugía, fui a un chequeo de rutina. Había estado sintiendo algo de dolor en mi cuello y podía sentir que algo se movía por dentro. No obstante los doctores habían estado diciendo que no me preocupara y que tolerara el dolor. Desearía que eso hubiese sido todo. En mi chequeo, el doctor tomó un grupo de radiografías de rutina, las miró y perdió los estribos. El alambre estaba roto y el hueso no se había fusionado. ¡La primera cirugía había sido un fracaso y había estado andando con el cuello roto!

¡La primera cirugía había sido un fracaso y había estado andando con el cuello roto!

Inmediatamente me hicieron un segundo escáner de resonancia magnética y una segunda cirugía. Tomaron más hueso de mi cadera, lo pusieron en mi cuello, lo ataron con una placa de metal y con cuatro tornillos. Utilicé un horrible aparato ortopédico en el cuello por meses y me perdí de muchos momentos memorables de mi último año de secundaria. Pero me recuperé y sobreviví.

Potencial Revelado

Pesaj es un tiempo en donde nos movemos de la esclavitud hacia la libertad. Marca el nacimiento de la nación judía. No merecíamos ser salvados. Dios nos elevó desde el nivel 49 de impureza y nos salvó sólo porque nos amaba.

En el séptimo día de Pesaj los judíos estaban rodeados por enemigos en todas las direcciones y el mar en frente de ellos. De nuevo, no merecíamos ser salvados. Pero nos metimos en el agua y Dios partió el mar para nosotros.

En este punto los judíos entendieron que no sólo su salvación provenía de Dios, sino que también Dios los había puesto allí. Dios orquesta todos los eventos y también Él nos redime. Nuestro rol en el proceso es utilizar nuestro libre albedrío para apegarnos a Él. Esa es la libertad más grande.

El rabino Akiva Tatz eleva la siguiente pregunta: “Si miramos a la palabra nisaión (prueba) encontramos la palabra nes (milagro). ¿En qué aspecto una prueba es un milagro?

El rabino Jaim Luzzatto dice que cuando se trata de alcanzar niveles más altos: “El principio es un trabajo, pero el final es un regalo”. A menudo somos enfrentados por una situación que parece “una montaña que no tenemos la capacidad de escalar”. Nos pone a prueba hasta un punto que está más allá de nuestra dimensión. Pero es precisamente en este punto que debemos decidir dar un paso hacia adelante y avanzar. Y cuando arribamos milagrosamente al otro lado, Dios se revela – porque sólo Él puede hacer lo imposible. De esta forma, nuestro potencial también es revelado y se actualiza. ¡Ese es el milagro!

Dios no tenía que salvarme. Yo no lo merecía. Pero me salvó sólo por amor. Dios no sólo creó la redención, sino que también me puso en esa situación. Dios orquestó todos los eventos para que algún día yo pudiera elegir hacer Su voluntad, y por ese mérito me redimió. Dios quería que yo atraviese una experiencia cercana a la muerte para ver su tremendo amor por mí. Si no fuese por esa noche hace diez años, hoy yo no estaría aquí.

Después de la segunda cirugía, sentí una fuerte necesidad de agradecerle a Dios por haberme salvado no una vez, sino dos. Por lo que me comprometí a dejar de comer carne no casher. Nunca pediría un dolor como éste de nuevo, pero la experiencia me hizo apreciar que todo lo que Dios hace lo hace para bien. Y eso me hizo la mujer que soy hoy en día.

Amor Incondicional

Dios hizo diez plagas en Egipto, para demostrar Su dominio absoluto sobre todos los aspectos de la creación. Así también, Dios se reveló para mí con 10 milagros en el momento del accidente:

  1. No había nadie más en el auto. Los doctores dijeron que si hubiesen habido dos personas más en el asiento trasero (como esas dos amigas que cambiaron de opinión a último minuto), hubiésemos muerto todas por el impacto.
  2. Mi amiga estaba manejando un Volvo, que tiene mecanismos para prevenir que el auto se compacte.
  3. No estaba despierta cuando ocurrió el accidente. Me desperté por el impacto. No tengo recuerdos que me persigan.
  4. Las ventanas delanteras estaban polarizadas de los dos lados, lo que previno que el vidrio estallara. No había nada de vidrio en el auto, si hubiese habido vidrio en el auto, nuestras caras hubiesen tenido cicatrices de por vida.
  5. Aunque pude salir del auto caminando, los paramédicos insistieron en que fuera al hospital.
  6. Casi me voy del hospital con el cuello roto, y un doctor vino justo a tiempo para evitarlo y ordenó que me pusieran todos los aparatos de nuevo.
  7. Estuve a milímetros de quedar cuadripléjica. Los ligamentos entre mis vértebras estaban rotos, lo siguiente en romperse sería mi columna.
  8. Una de las mejores cirujanas del país estaba de guardia esa noche, y me tía la conocía por la cirugía de mi tío la semana anterior.
  9. Si hubiésemos retrasado la cirugía hasta que mis padres llegaran de Canadá, hubiese sido demasiado tarde, tenía un coágulo en mi hombro.
  10. Mi cuello roto –y la necesidad de una segunda cirugía— fue detectado justo a tiempo en una radiografía.

La gente me pregunta lo que aprendí a partir de mi experiencia. Aprendí sobre el valor de la vida y del tiempo. Pero por sobre todo, aprendí que hay una energía más allá de mí misma que me ayudó a recuperarme. Después de un accidente como este, cualquier chico de 16 años hubiese caído en depresión. Pero yo no lo hice. Creo que tengo el poder de superar cualquier cosa porque Dios me ama, y yo busqué esa fuerza para recuperarme.

Creo que tengo el poder de superar cualquier cosa porque Dios me ama.

Esa noche hace diez años, Dios mostró su amor incondicional por mí. Esa noche fue mi propia salida de Egipto. Ahora sé que la mano que me redime es también la mano que me pone allí. Depende de nosotros ver que las dificultades que experimentamos son sólo para ayudarnos a perfeccionarnos. Depende de nosotros ver todo como amor.

De 49 a 50

Cincuenta días después de dejar Egipto, Dios le dio la Torá al pueblo judío en el Monte Sinaí. Pero si Dios nos sacó de Egipto con amor, y Su propósito era darnos la Torá, ¿Por qué no nos la dio inmediatamente?

La respuesta es que no estábamos listos. Para poder recibir la Torá, primero debíamos atravesar un proceso de preparación. Dios nos salvó de Egipto como un regalo, pero el resto es algo por lo que nosotros tenemos que trabajar. Dios nos mostró una ventana hacia nuestro potencial y nos dio la confianza para transformar ese potencial en realidad. Pero depende de nosotros. Los 49 días son para que los judíos se preparen a sí mismos. Pero la Torá recién fue entregada en el día 50 – para mostrarnos que nada es posible sin la ayuda de Dios.

Y para eso es el resto de mi vida. Dios me salvó hace diez años, y me dio todas las herramientas para superar los obstáculos más difíciles de la vida. Y ahora cada vez que tengo una dificultad que siento que es demasiado grande, vuelvo a ese lugar de energía y fortaleza, y saco fuerza de allí. Es por eso que se nos ordena recordar todos los días de nuestra vida que Dios nos sacó de Egipto, cuando su amor por nosotros fue el máximo. Y es por eso que, todos los días, nunca olvido el milagro de mi propia vida.

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