Antojo

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En la sección de embutidos no casher, mi padre me enseñó que “Si se siente bien, hazlo” es una mentira.

He tenido un antojo por un sándwich de pavo y queso cheddar por unos 20 años, quizás más. Hay una clara imagen grabada en mi mente del primero que vi, aquel sándwich hermosamente armado en la sección de embutidos de nuestro almacén local.

Siendo una curiosa pelirroja de no más de cuatro años, estaba vagando por los infinitos pasillos, empapándome en la variedad de extraños cereales, salsas y cosas que nunca había visto antes. La excitante actividad especial que normalmente se guardaba para el final de la aventura del supermercado era la sección de mariscos, en donde miraba las langostas vivas vagar en un inmenso estanque, escalando las pareces y haciendo sonar sus pinzas. Al crecer en un hogar judío observante, para mí esta sección era como un emocionante viaje al acuario, a pesar de que sabía que esas criaturas estaban ahí para ser compradas por otros clientes.

Yo clavé los ojos en la pieza maestra, fantaseando sobre cómo debía saber esa combinación.

Un día, deambulé por la sección de embutidos, y allí lo vi, las capas de pavo blanco, queso cheddar amarillo, lechuga y tomates, apiladas entre dos gruesos pedazos de pan blanco. Con las manos y la nariz pegadas al vidrio, clavé los ojos en la pieza maestra, fantaseando sobre cómo debía saber esa combinación. Yo era una gran fanática del pavo y del queso cheddar, pero en un hogar casher los dos nunca se habían mezclado, ni siquiera por un pequeño encuentro en la mesada.

No tengo idea por cuánto tiempo me quedé parada ante la ventana del mostrador antes de sentir a mi padre acercarse. Se arrodilló a mi lado, con su mejilla barbuda pegada a la mía. Mirando en la dirección de mi mirada fija, murmuró: “Se ve realmente delicioso, ¿no?”.

Con mis ojos todavía bloqueados, asentí lentamente. Se veía realmente delicioso.

“Sabes, eres la niña más afortunada en toda esta tienda”, me dijo mi padre suavemente.

¿A qué se refería él? Lo miré, exigiendo una explicación.

“Verás, todas las niñas en este supermercado pueden venir y comprar este sándwich y comerlo, si quieren hacerlo. Pero tú eres especial, tú eres diferente. Dios te hizo una niña judía que respeta cashrut, lo que significa que nunca podrás comer ese sándwich. Pero Dios sabe que quieres comerlo, y está tan orgulloso de ti, porque decides no permitírtelo”.

Mastiqué las palabras de mi padre por un ratito, sintiendo sus ojos azules posándose sobre mí. Le pregunté si Dios no estaba enojado porque quería algo que no era casher. ¿No se supone que la comida no casher me debería disgustar?

Mi padre sonrió y tomó mi mano. “Hay algo que quiero mostrarte”.

Me alejó del frío departamento de carnes para llevarme a la calidez de los pasillos paralelos de comida puesta en estantes. Paramos delante de una bolsa gigante, de sesenta centímetros de alto de popcorn naranja. Mi padre la señaló y dijo: “Yo tengo muchas ganas de probar ese popcorn”. Hoy es bastante fácil encontrar productos como este con símbolos de supervisión de casher, pero hace 20 años, especialmente en la pequeña ciudad en la que vivíamos, los alimentos como este eran, obviamente, no casher. Mi padre me dijo que su antojo era ese popcorn. Era un desafío para él caminar a su lado cada vez que venía a hacer las compras, pero que se sentía tan fuerte por saber que esa bolsa de popcorn nunca sería más importante para él que su dedicación al deseo de Dios de comer solamente alimentos casher.

“Ves, por un lado es bastante difícil porque crees que te gustaría mucho probar ese sándwich, pero por el otro lado puedes sentirte muy feliz y orgullosa por elegir no hacerlo. Cuanto más quieres hacer algo que sabes que no deberías hacer, más feliz está Dios porque decides no hacerlo y más recompensa te da”.

El viaje a casa fue tranquilo, los dos estábamos manejando por los caminos de la mente y de la imaginación. La lección nueva que aprendí ese día necesitaba encontrar su lugar en mi mundo.

Este es un antojo que aprendí a amar.

Han pasado 20 años y todavía tengo un antojo intenso de probar arrollado de pavo blanco con queso cheddar juntos. Este no es como mis otros antojos, que van y vienen, o que me fastidian si no los puedo satisfacer. Este es un antojo que he aprendido a amar y a disfrutar con gran orgullo. Fantaseo no con comer el sándwich, sino con llegar al Mundo Venidero y ver los miles de sándwiches de pavo y queso que han sido creados por mi mente y nunca han sido comidos. Cada uno de ellos será contado y pesado y yo sé que recibiré una abundante recompensa por cada uno de ellos.

Vivimos en un mundo que nos dice: “Si se siente bien, hazlo”. Escucha a tu estómago, a tus deseos, a tus impulsos. Aquel día, en la sección de embutidos fríos de un almacén, mi padre me enseñó que no tenemos que temer enfrentar nuestros deseos y me enseñó a darme cuenta de cuánto ganamos por nunca satisfacerlos. Podemos utilizar nuestros impulsos para crecer a medida que los superamos.

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