Sueños de Infancia

5 min de lectura

¿Pueden ser revividos? ¿Deberían?

Cuando tenía 12 años dejé de tocar el piano.

No es que no era bueno; es que tan sólo tenía doce. Tener 12 nunca es fácil – especialmente en los años 60. Me imagino que tener cualquier edad en los años 60 era algo difícil.

La más decepcionada conmigo fue mi madre. Ella había crecido en la ciudad de Antwerp en la época de la Primera Guerra Mundial, y vivió una vida bastante cultural. Ella no era una pianista “consumada”, pero era buena. Ella tocaba los clásicos, y para mi eso era admirable.

Nunca comprendí como ella se las arreglaba para tocar tan bien a pesar de, bueno… no tener oído musical. Ella no podía cantar canciones de cuna sin desentonar, pero cuando se trataba de Brahms o Mozart – ningún problema.

Yo no amaba el piano, pero sí amaba a Mamá, así que estaba obligado.

Cuando Mamá descubrió que yo podía cantar bien (lo saqué de mi papá) y que me gustaba cantar, ella pensó que el próximo Liberace estaba entre nosotros. Por supuesto, me inscribió en clases de piano.

Yo no amaba el piano, pero sí amaba a Mamá, así que estaba obligado. A pesar de mi relativo desinterés, estuve en el borde de la excelencia, y por unos cuantos años Mamá estuvo feliz. Pero mi pasión estaba en otro lado – béisbol (los Mets, por supuesto), y las comedias de TV. Cuando la práctica de piano comenzó a interferir seriamente, tomé una decisión obvia. Le dije adiós a las teclas.

Mamá era inteligente. Si ella lloraba, era a puerta cerrada. Ella no presionó, esperando que mi interés volviera a encenderse por si solo. Ella tenía razón… de cierta manera.

Avancemos tres años. A los 15, los Mets estaban recién comenzando su inverosímil ascenso a la bandera y mi apetito por las comedias se aventuraba con Johnny Carson, pero musicalmente hice dos nuevos amigos – Los Hermanos Smothers. Ellos eran adorables y graciosos y originales, y cuando aparecían en pantalla ellos me hablaban.

Un día vi y escuché impresionado mientras Tommy Smothers rasgueaba su camino hacia mi corazón. Él estaba tocando un banjo. Yo estaba absorto.

“Eso si que suena feliz”, pensé. “tan optimista, tan alegre, tan ¡DIFERENTE!”.

Mientras tanto, Mamá estaba en la cocina.

“¡Rápido!”, grité. “¡Ven rápido!”

“¿Ven rápido a donde?”. Preguntó ella.

Tiré de su delantal. “¡Sólo ven conmigo!”.

Ella no tuvo mucha opción. Segundos después ambos estábamos admirando la magia del banjo.

“¿Ves eso? Es un banjo. ESE es el instrumento que quiero aprender”.

Pobre Mamá. Probablemente sufrió una crisis coronaria. Pero si así fue, lo hizo a puerta cerrada.

“¿En serio?”, replicó ella. “¿¡ESO es lo que quieres tocar!?”.

No lo discutimos mucho. Quizás ella estaba emocionada de que yo quisiera tocar cualquier cosa. Ella probablemente pensó que cuando la moda del banjo desapareciera, yo volvería al amado piano. Unos días más tarde ella apareció en mi habitación y me entregó un papel que decía:

ROY SMECK

AVENIDA WEST END 545

VIERNES 1:00 P.M.

Y así comenzó mi caminata semanal por la Avenida West End para aprender el sonido del banjo tenor a manos de la celebridad retirada de vaudeville, Roy Smeck.

Roy tenía alrededor de 70 años, calculé yo, y sí que tenía onda. Él amaba la música, amaba el banjo y amaba enseñar. Tenía un talento natural. Nos sentábamos uno al lado del otro en su estudio improvisado (comedor) cada viernes y rasgueábamos y reíamos. El banjo sí era un instrumento feliz después de todo.

Él nunca me trató como un bebé. Ya sea que tocáramos Ain’t She Sweet, o Banjo Pickin’ Polka, él siempre me decía que yo podía hacerlo. Me alentaba, me estimulaba, me inspiraba y me aclamaba con cada compás.

“¡Tu puedes hacerlo Chico-hops-hi! Vamos – inténtalo otra vez. ¡DO-MAYOR!”

Durante los siguientes dos años, las series de TV cedieron su lugar al banjo.

Nunca supe lo que significaba “Chico-hops-hi”, pero definitivamente era una expresión de cariño. La imagen de un niño judío, con una kipá, tocando música bluegrass de Kentucky con un banjo en su rodilla, era algo que él nunca pensó ver en su vida.

Durante los siguientes dos años, las series de TV cedieron su lugar al banjo. Practiqué durante interminables horas y realmente me hice bueno. Complacer a Roy era más que una pequeña parte de mi progreso. Él estaba tan orgulloso de mí, y a mí me encantaba.

Pero, como la mayoría de los enamoramientos adolescentes, este comenzó a desvanecerse también. Mis amigos cantaban Shlomo Carlebach y otras canciones populares judías, y el banjo no encajaba bien. Todavía era “diferente”, pero ahora también era “raro”. Y Roy vino al rescate.

“No hay problema, Chico-hops-hi, ¡te enseñaré guitarra!”.

No sabía que Roy tocaba guitarra casi tan bien como tocaba banjo. El cambio fue perfecto. Y en semanas, las 4 cuerdas se convirtieron en 6 cuerdas y los sonidos de Shlomo y otros pronto emanaron en las frescas noches de Manhattan.

A medida que el polvo comenzó a asentarse en el traste y en la piel de vaca, me di cuenta de que el banjo probablemente estaba por convertirse en un querido recuerdo de mi pasado. Y Roy también. Dejé a Roy cuando fui a la universidad pero nunca lo olvidé. No recuerdo a Mamá muy afectada por eso, pero por otra parte el piano nunca resurgió. Nunca perdí mi cariño por ese alegre sonido del banjo, pero al parecer había perdido mi necesidad de ser diferente.

¿Tocar banjo o no tocar banjo?

Recientemente me encontré con mi viejo banjo mientras limpiaba un armario abandonado. Estaba empolvado y desafinado, pero ciertamente se veía bien. Lo acuné en mis brazos, lo afiné, y toqué un poco. ¿Saben qué? ¡Sonaba bastante bien! Imágenes de adolescencia vinieron a mí. Me imaginé al Viejo Roy (probablemente fallecido hace tiempo), algunos dúos increíbles (hace tiempo olvidados), y muchos momentos felices.

Hice un pobre intento de tocar algunos riffs, pero fue inútil – me había olvidado de casi todo. Pero no lo regresé a su lugar de entierro en el armario. Lo llevé a mi oficina y lo puse orgullosamente en una esquina. Y entonces comencé a pensar (algo que usualmente es peligroso hacer).

¿Por qué no aprendo banjo nuevamente? Podría tomar clases, o comprar un video, ¡o encontrar un sitio web! Podría recapturar el pasado. ¡Realmente podría!

Fue divertido considerarlo. Pero entonces volvió la realidad.

¿A quien estás engañando? No tienes tiempo para respirar. ¿Clases de banjo? ¿Con que propósito?

La última pregunta fue la que realmente me molestó. ¿Con que propósito? Me puse a analizar.

¿Tocar el banjo realmente necesita tener un propósito? ¿No puedo tocar solamente por diversión? ¿Cuánta justificación necesito para revivir un sueño de la infancia?

Pero piensa en todo el tiempo despilfarrado, tiempo que podría utilizarse en algo productivo.

¿No tengo acaso “derecho” a algo de diversión? ¡Piensa en la alegría que podría experimentar aprendiendo a tocar nuevamente! ¡Podría realmente recapturar mi juventud!

¿Pero qué quiere Dios que yo haga?

Sí, no, no, sí, quizás – estaba atascado.

Comencé a imaginarme a mi mismo tocando en un mágico y caprichoso mundo de ensueño – riendo… feliz… haciendo lo que quiero en horas de incesante disfrute. ¡Que fantasía más deliciosa!

Pero junto con esa agradable ilusión apareció una burbuja muy diferente; horas, días, semanas – probablemente meses de ardua práctica y comprometido re-aprendizaje. Tareas y responsabilidades descuidadas e ignoradas. Prioridades hechas a un lado. Hijos, esposa, y nietos esperando… quizás pacientemente, quizás no… a que el loco de Yaakov renuncie a su sueño y regrese al mundo real.

Cuando las presiones sentimentales de recuperar un sueño de infancia se transforman en la canción principal de la música de la vida, algo está desafinado.

El relajo es maravilloso… necesario, y merece tiempo, atención e inversión. Y la música ciertamente califica como un pasatiempo esplendido y que vale la pena.

Pero cuando las presiones sentimentales de recuperar un sueño de infancia se transforman en la canción principal de la música de la vida, algo está desafinado. Tengo la sensación de que incluso Roy hubiese comprendido eso.

Así que el banjo sigue parado en la esquina de mi oficina. De vez en cuando lo tomo, pretendo que es 1969, y me pongo nostálgico. El escape es agradable.

Pero también lo es la vida.

Creo que elegí bien.

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