Incomparecencia

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Mi aterradora experiencia en la cárcel me cambió la vida.

“Usted ha sido sentenciado a 21 días en la cárcel de Los Ángeles”.

Me quedé atónito mirando a mi futura esposa mientras leían la sentencia del juez.

Fui acusado con siete cargos de incomparecencia a una citación judicial. Unos cuantos años atrás, había sido detenido mientras conducía con una licencia vencida, y se me había ordenado presentarme en la corte. Como era increíblemente irresponsable, no fui, y se emitió una orden de detención en mi contra. Después de eso fui detenido en la calle otras seis veces. Siempre convencía a los oficiales para que no me arrestaran, y así, me escapaba del juicio… al menos eso pensaba yo.

Definitivamente, la cárcel no es el lugar para un buen niño judío.

Eventualmente me detuvieron en la calle y me arrestaron. Nunca se me ocurrió que podía ir a la cárcel por algo que parecía ser un delito menor. Incluso cuando fui arrestado, estaba seguro de que sólo tendría que pagar una multa y luego me dejarían libre. Resultó ser que la mayoría de los jueces se ponen furiosos cuando alguien no se presenta en la corte. Mi defensor público me informó que el castigo impuesto por esta infracción es casi siempre mucho más severo que el otorgado por la violación inicial que había cometido.

Definitivamente, la cárcel no es el lugar para un buen niño judío. Nada de lo que aprendí en mi protegida niñez pudo prepararme para esta experiencia… con una excepción. A pesar de que durante muchos años me consideré un ateo, crecí en una casa relativamente observante y asistí a una sinagoga ortodoxa. Estaba a punto de entender algo que no había pensado desde que era un niño en la escuela hebrea: Dios nos ama y nos protege.

Antes de ser esposado y llevado en autobús desde la corte hasta la cárcel, pude llamar a un amigo que en el pasado había tenido su propio encontronazo con la ley. Él me advirtió sobre dos espeluznantes realidades de la cárcel.

Primero, es un ambiente con segregación racial. En la cárcel de Los Ángeles hay cuatro tipos de grupos: los afroamericanos, los latinos nacidos en Norteamérica, los latinos nacidos fuera de Norteamérica, y los arios… muy “orgullosamente” arios, completamente tatuados con cruces esvásticas y llenos de retóricas antisemitas. Si no encajabas en uno de esos grupos estabas solo, y estar solo en la cárcel es muy peligroso.

Había un hombre joven que estaba en mi autobús desde la corte. Había adoptado la “cultura urbana” en su manera de hablar y de vestir, y era fácilmente identificable. Una vez adentro, no fue bien recibido por ninguno de los grupos. Fue apuñalado y llevado al sanatorio poco después de haber llegado. Entonces, como en la historia de Daniel en la cueva de los leones, me mezclé con los arios, conocidos también como “los maderos”. Hasta hoy todavía no sé por qué les llaman de esa forma. Cuando me preguntaron sobre mi origen, pude hacerme pasar por italiano, y a partir de ahí mantuve mi cabeza hacia abajo y sólo hablé cuando alguien me hacía una pregunta. A pesar de mi escepticismo religioso en ese momento particular de mi vida, siempre había estado orgulloso de ser judío, y al negar quién era yo realmente sentí una tremenda culpa y vergüenza.

Lo segundo que me advirtió mi amigo es que la cárcel es un ambiente machista, y que ciertamente alguien me pondría a prueba. Me aconsejó que si alguien buscaba problemas conmigo, debía defenderme inmediatamente, porque si no, todos los días alguien me molestaría.

Un caballero que tenía la palabra TERMITA tatuada en su garganta se acercó a mí durante el desayuno y me dijo que le diera mi jugo.

En mi segunda mañana en la cárcel, un caballero que tenía la palabra TERMITA tatuada en su garganta se acercó a mí durante el desayuno y me dijo que le diera mi jugo. Recordando el consejo de mi amigo, junté mi aliento y me defendí. Le grité unas palabrotas y me preparé para un impacto. Nunca llegó. Se alejó y desde ese momento en adelante nadie me molestó.

La cárcel estaba superpoblada y estábamos durmiendo en la capilla, en donde se realizaban los distintos servicios religiosos. Un día vi a un hombre que parecía ser un rabino. Por alguna razón, quise hablar con él, pero temí que alguien pudiera enterarse de que yo era judío. Tenía una cara amable, y me sentí bien al ver a alguien de “mi grupo” después de sentirme tan aislado desde mi llegada. Como dice el dicho, “en las trincheras no hay ateos”, y desde mi primera noche en la prisión clamé a Dios y Le pedí que me protegiera.

Por fortuna, fui liberado antes de tiempo debido a superpoblación. Volví a mi “vida normal” y no pensé mucho sobre la mano de Dios haciéndome atravesar mi experiencia a salvo. De hecho, el mérito se lo atribuí principalmente al consejo de mi amigo sobre cómo moverme en la cultura de la cárcel. Fue años después, cuando la situación estaba bien detrás de mí, y yo ya estaba en el camino de la Torá, que pude reconocer lo que Dios había hecho por mí. Mientras me cubría los ojos para decir el Shemá un Shabat a la mañana, se me vino a la mente la imagen del rabino que nunca conocí, y también la imagen de la capilla de la cárcel de Los Ángeles. En ese momento me di cuenta de que, sin lugar a dudas, Dios me había protegido durante toda mi corta pero peligrosa estadía en la cárcel.

Hasta ese momento no había podido determinar cuándo había dado el primer paso en mi largo camino hacia la vida de observancia de Torá. Fue en una celda de la cárcel, rodeado por el peligro y el odio, cuando abrí por primera vez mi corazón y mi mente, al menos por un momento, al hecho de que sólo Dios podía ayudarme.

Hoy en día, mientras rezo, tengo siempre en mente mi experiencia en la prisión cuando me reverencio y digo las palabras Maguén Abraham, 'el escudo de Abraham'. Hago una pausa y pienso por un momento. ¿En qué me diferenciaba yo del otro muchacho, el que no encajó en ningún grupo? ¿Cómo pude evitar que alguien descubriera la mentira sobre mi origen? ¿De dónde vino el coraje para enfrentarme al enorme pandillero que me amenazó? ¿He entendido por completo el mensaje que se supone que debo extraer de esta experiencia?

Antes de mi arresto, cuando veía un auto policial en el espejo retrovisor se me hacía un nudo en el estómago. El miedo de lo que podía pasar era más de lo que podía tolerar. Hoy, ese sentimiento está reservado para los días antes de Iom Kipur, cuando el Juez verdadero decidirá mi destino para el año siguiente.

Llego a la sinagoga temprano… reveo la lista de cargos en mi contra… me enfoco en lo que puedo hacer para cambiar… y luego me entrego a la piedad de la Corte Celestial.

Ya no me engaño pensando que si no me presento puedo evitar las consecuencias de mis acciones. El no presentarse ante el Juez no cambia el decreto. Pero sobre todo, trato de evitar cometer infracciones que me lleven a la corte en primer lugar.

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