Crecimiento personal
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Una historia sobre el conflicto del autoengaño y la honestidad en lo más profundo de nuestro ser.
Un amigo de mi familia llegó a Israel de una forma casi sin precedentes.
Jesse nació en una familia que puede describirse como tradicional u ortodoxa, dependiendo de la elasticidad de tu léxico. Las velas de Shabat definitivamente eran parte de la escena. De rigor, ellos compraban carne en una carnicería que casi definitivamente era kósher, a pesar de que allí los mismos cortes eran al menos un 10% más caros que en el supermercado local. Pésaj incluía la lectura de la Hagadá y una reunión familiar. Los niños iban a grupos juveniles religiosos y a campamentos de verano kósher.
El grado de sacrificio personal que esto requería es inestimable para aquellos que tuvieron el beneficio de crecer en hogares en los que decir que sólo comes kósher era similar a decir que no practicabas el canibalismo. La familia de Jesse por lejos era la más observante (y no rabínica) en un radio de cien kilómetros.
Una de las experiencias más significativas y profundas de la juventud de Jesse fue su camaradería con el mar. Cuando contemplaba su infinitud, lo que veía era algo parecido a lo que vio Rav Jaim Vital cuando su mentor, el Ari, lo llevó a nadar al Kineret para que abriera su corazón a la naturaleza de lo infinito. El magnetismo que ejercía sobre Jesse el Golfo de México no podía expresarse en palabras; surgía de un lugar interno en el que las palabras limitan más de lo que definen.
El accidente ocurrió durante unas vacaciones universitarias. El velero en el que viajaba Jesse zozobró. En mucho menos tiempo del que hubiera previsto desde la seguridad de tierra firme, se encontró sin aliento y exhausto, tragando bocanadas de agua de mar.
'Esto no puede ser real' competía en su mente con 'Esto realmente está pasando. Es el fin'.
Cuando unió su visión interna con la externa, observo una vez más la extensión de agua y dijo: "Dios, sálvame. Iré a Israel y estudiaré tu Torá". Las palabras apenas terminaron de pasar de su mente a su boca cuando vio la soga que le arrojaban desde una embarcación cercana.
Pero Jesse sólo llego a Israel cinco años más tarde.
Cuando le pregunté como fue eso posible, me dijo la verdad. Nunca tomó una decisión consciente de no cumplir su promesa. Su enorme sensibilidad e integridad nunca le hubieran permitido ese lujo. Lo que me dijo fue que inconscientemente, apenas estuvo a salvo y seco, agregó una simple condición a su declaración original. Lo que agregó fue sutil y silencioso.
Le llevó casi cinco años ver a través de las nubes del autoengaño que casi desdibujaron por completo las palabras que agregó: "en cuanto pueda".
Nadie decide vivir una vida en la que no ocurra nada importante. Nadie vota en contra de la transformación personal.
Hay tres maneras en que nos engañamos y nos bloqueamos a nosotros mismos, impidiéndonos llegar a ser lo mejor que podemos ser.
La primera es que estamos tan hipnotizados por el mundo material que dejamos de buscar algo más profundo. En hebreo, una de las palabras para 'tonto' es pesi. El significado literal de pesi es 'el que es seducido'. La capacidad de embelesarse con la belleza y la variedad del mundo y dejarse engañar por su riqueza es, sin ninguna duda, una de las razones por la que a veces estamos muertos espiritualmente. Nos negamos la vida y enterramos el dolor de la falta de sentido bajo una capa de consumismo.
La segunda es la fuerza del escapismo. Podemos vivir vicariamente. Tenemos muchas maneras en las que podemos escapar de vidas en las que la dulzura del logro genuino está ausente. Hace unos años estuvo de moda el cubo Rubik. Se trata de un cubo geométricamente diseñado que giraba y había que llegar a un diseño concreto. A mí me iba bastante bien con el susodicho. Una vez, al mostrar mi destreza a mis compañeros durante una pausa de trabajo, me angustié cuando alguien me preguntó cuánto tiempo había invertido para lograr esa habilidad.
El tercer bloqueo es la atracción de hacer lo que es depravado. Hay en nosotros un lado oscuro en el que el poder de la destrucción es enormemente atractivo. Como los niños son más transparentes que los adultos (y tienen mucho menos control), en ocasiones es más fácil ver esto en ellos. Vemos la sonrisa en la cara del niño de cinco años cuando le quita el juguete a un bebé. Vemos el placer apenas disimulado que a veces muestran las niñas cuando excluyen a alguien de su grupo. Los niños son inocentes. No eligen en contra de su mejor "yo", sino que éste está en proceso de desarrollo. Cuando los adultos responden a la vida de esta manera, se refleja la tragedia de la corrupción de la energía espiritual.
Dios quiere liberarnos de las trampas que nos ponemos a nosotros mismos. Cuando nuestros bloqueos son más fuertes, Él nos envía mensajes que pueden obligarnos a reconocer quiénes somos en realidad y qué insensatos son nuestros juegos. Para Jesse, el mensaje fue su encuentro casi fatal con el mar. Todos tenemos encuentros con nuestra fragilidad y mortalidad.
La decisión final de cómo queremos vivir nuestra vida debe surgir de nosotros mismos. El acto supremo de bondad Divina es Su voluntad de ser justo y darnos la capacidad de cambiar. Ningún logro puede igualar el hecho de cambiar uno mismo, y ningún tesoro es tan valioso.
Al darnos la oportunidad de hacer teshuvá en este mundo, de arrepentirnos, lo que Dios ha hecho es dar a cada persona no sólo la capacidad de santificar el mundo y dárselo como ofrenda a Él, sino de santificarse a uno mismo. Esto es el resultado de nuestra disposición a elevar nuestra alma y efectuar cambios en los niveles más profundos de nuestra identidad. Para que esto ocurra, debe haber una creencia básica en nuestra propia capacidad para el bien.
Nuestra capacidad de ver a través de nuestros defectos y encontrarnos en el nivel más profundo es lo que nos permite perfeccionarnos. Dios está conectado a nosotros a través de nuestras almas. Esa conexión, a diferencia de Su gloria, no es una prenda que Él se pone para darse a conocer ante nosotros, sino que es Su propia esencia. Esa conexión es la que nos lleva de nuevo hacia Él, por mucha distancia y tiempo que haya entre nosotros.
Eso fue lo que trajo finalmente a Jesse a Jerusalem después de cinco años de olvido.
Esperemos que Dios nos despierte a todos.
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