Liberándonos

3 min de lectura

El corte de cabello de mi hija me enseñó mucho acerca de dejarme llevar.

Mi hija quería cortarse el cabello.

A pesar de que eso podría sonar como una petición normal de una niña de seis años, casi me rompió el corazón.

"¡¿Qué?!", dije medio llorando y medio gritando, cuando ella comenzó a insistir.

"Odio tener el cabello largo", insistió ella, moviendo sus rizos dorados.

Sus sentimientos rasgaron la gruesa capa de nociones románticas que han estado enquistadas en mi corazón desde antes que ella naciera. En mi imaginación, podía ver a mi hija con una cortina de cabello rubio cayendo como una cascada por debajo de sus hombros, demarcando sutilmente su luminosa cara. Me había tomado dos años y medio de sólo recortar su cabello. Lo más cercano a un corte de cabello que ella experimentó alguna vez fue un atrevido tijeretazo de cinco centímetros – e incluso ahí lloré.

¿Pero como podría ella entender?

Nunca me imaginé que sería este tipo de persona sentimental. Una persona que conocí durante mi adolescencia les había prohibido a sus hijas cortarse el cabello – sin duda ella se adscribía al mismo síndrome de "querubín de pelo largo" que yo posteriormente desarrollé. Sin embargo, en aquel momento pensé que ella estaba realmente loca. El final de esa historia regresó para atormentarme cuando mi hija elevó su petición. Sus hijas se cortaron el cabello cuando llegaron a la adolescencia. Fuera para demostrar rebelión o un símbolo para llegar a ser ellas mismas, fue definitivamente algo en que pensar.

"Todas mis amigas usan el cabello corto. Yo pienso que es mucho más hermoso de esa forma", insistió mi hija, acelerando mi remolino de emociones.

Respiré profundamente y con mucho esfuerzo acallé mi respuesta reflejo (un inequívoco "¡No!") e intenté dirigirme a una forma un poco más racional.

Hay muchos temas por los que mi hija y yo luchamos cada día. Ella quiere usar cierto conjunto de ropa durante cinco días seguidos; yo establezco las reglas. A ella le gustaría organizar una fiesta de dormir en nuestra casa para cuatro de sus amigas; yo me niego. Ella preferiría que mis cenas consistieran completamente de macarrones con queso – cada noche; yo no puedo, a buena conciencia, consentirla. ¿Valía realmente la pena pelear por un corte de cabello?

¿Valía realmente la pena pelear por un corte de cabello? Mi cerebro me estaba diciendo "no", mi corazón estaba gritando "¡sí!".

Mi cerebro me estaba diciendo "no", mi corazón estaba gritando "¡sí!" ¿Qué hacer? Mi apego emocional al cabello de mi hija viene de tan profundo que luego del incomodo intento de mi esposo de recortar su flequillo, yo estallé en llanto, gritando "¡¿Qué le hiciste a mi bebé?!". ¡Estamos hablando de un apego en grande aquí! Quizás, era momento de dejarme llevar.

Mi cerebro ganó.

No diré que fue fácil, pero doblé cuidadosamente la adorada imagen en mi corazón de una soñada niña de cabello largo e hice una cita con la peluquera para el día siguiente.

Ella estaba tan entusiasmada que apenas podía sentarse tranquila, y después se miró frente al espejo interminablemente. ¿Y yo? Pasé la prueba con honores – externamente, por supuesto. Contuve mis lágrimas, mi cruda mezcla de decepción, emoción y un curioso dolor, y vi la transformación entre lo que yo había deseado, y lo que ella había querido. Que había perdido, y que había encontrado. Y cuando se volteó hacia mí con una sonrisa de pura felicidad en su cara, supe que había tomado la decisión correcta. Me había liberado.

Me sorprendí de cuán infantil podía ser. El solo hecho de ser madre, no significa que ya no necesito aprender a madurar y ver más allá de mis propios deseos. Mientras muchas de mis decisiones maternales están basadas en querer realmente hacer lo que es mejor para mi hijo, hay asuntos ocasionales, que al reducirse a su esencia, revelan un motivo ulterior.

Como padres, criamos a nuestros hijos mientras luchamos simultáneamente con ser niños nosotros mismos. Al guiar a nuestros hijos y fijar reglas, metas y estructuras para ellos, es a veces muy difícil desligarnos – nuestro propio ego - de la situación. En lo más recóndito de nuestra mente, tenemos aspiraciones e imágenes de quienes queremos que sean nuestros hijos, y caemos muy fácilmente en la trampa de intentar moldearlos en la forma de nuestros sueños. Muchas de nuestras aspiraciones son nobles y beneficiaran a nuestros hijos profundamente. Pero algunos sueños pueden nacer de puro egoísmo; deseos que pueden sabotear a nuestros hijos y a nosotros. Son aquellas convicciones de motivación cuestionable de las que quiero estar más conciente y finalmente, liberarme.

Me parece que el dejarme llevar, le he dado a mi hija un regalo más precioso de lo que ella – o yo – podríamos haber imaginado. Y además, luego del corte de cabello, ella se ve absolutamente hermosa. Exactamente como la he visto siempre en mi imaginación.

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