Amistad, amor y unidad

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Entender cómo funciona el amor puede mejorar nuestras relaciones interpersonales y el éxito de nuestro pueblo.

"No te vengarás ni guardarás rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Dios" (Levítico 19:18).

"Ama a tu prójimo como a ti mismo" es la respuesta judía al refrán que dice "el poder da la razón", el brutal principio que determina gran parte de las relaciones interpersonales del mundo.

Los judíos transmitieron un ideal más refinado al mundo. De hecho, ¡esta idea se ha vuelto tan popular que poca gente sabe que su origen es judío! Ahora sale fácilmente de nuestras bocas sin siquiera pensar en ella... y sin tener noción alguna de los secretos y complejidades que involucra. Sin embargo, si piensas en ella...

  • ¿Cómo es posible que la Torá nos obligue a amar a alguien? ¿Acaso es posible legislar sobre una emoción?
  • ¿Qué significa cuando dice que ames a tu prójimo "como a ti mismo"?
  • ¿Por qué este mandamiento está yuxtapuesto con "no te vengarás ni guardarás rencor"?
  • ¿Por qué el versículo concluye diciendo "Yo soy Dios"?

¿Es posible obligar a amar?

A primera vista pareciera imposible obligar a amar. Sin embargo esto es algo que la mayoría de nosotros hacemos en nuestras vidas cotidianas. No importa cómo resulte un hijo, sus padres siempre encontraran algo que amar en él. Pero, ¿qué pasa si realmente es un mocoso odioso? "No importa", te dirán. "De todas formas lo amamos".

¿Qué hay detrás de este compromiso?

El judaísmo define amor como "el placer de identificar las virtudes de otra persona".

Si escogemos enfocarnos en los defectos de Bob, seguramente no nos agradará Bob. Pero mientras más esfuerzo pongamos en enfocarnos en las virtudes de Bob, más profundo será nuestro amor por él.

En realidad, la belleza está en el ojo del observador. La forma en que escogemos ver a los demás está completamente bajo nuestro control. Esto explica cómo es posible que la Torá nos obligue a amar.

Amor: La definición griega

La idea mística de amor está representada por Cupido, quien aletea por ahí con sus alas, dispara una flecha y ¡listo! ¡Bob y Susana están locamente enamorados! Bob nunca se dedicó a explorar profundamente la personalidad de Susana para enamorarse sólo después de haber obtenido un profundo entendimiento de quién es ella. El amor de Bob por Susana no está basado en un compromiso y esfuerzo por revelar sus virtudes.

En el mundo occidental, el amor es un golpe del destino que no tiene una lógica. Uno no trabaja en amar a otros, sino que eso es simplemente algo que puede ocurrir. Por lo tanto, es tan fácil enamorarse como desenamorarse.

Cuando llega el momento, Bob y Susana se casan, tienen hijos, una gran casa, un enorme pago de hipoteca. Bob trabaja duro para pagar las cuentas, y se queda horas extras en la oficina. Mientras Bob trabajaba una noche con su secretaria Carol, Cupido entra a hurtadillas y lanza otra flecha. ¡Boing! Ahora Bob está enamorado de Carol.

Bob vuelve a casa y le dice a Susana: "Me enamoré de la secretaria. ¿Qué puedo hacer, querida? ¡Cupido me disparó!".

Sale Susana, entra Carol.

Dejar de amar

El amor no es algo que escojas, sino algo de lo cual "eres víctima". Así que si quieres mantenerte casado, ¡todo lo que puedes hacer es rezar que Cupido no te vuelva a disparar! ¿Te sorprende que en la sociedad occidental haya un 50% de tasa de divorcio?

Contrasta esto con la relación que hay entre padres e hijos. Ningún padre se levanta por la mañana y dice: "He decidido que me gustan más los hijos de los vecinos. No tosen por la noche y tienen mejores calificaciones en matemáticas. Váyanse hijos, los vecinos se mudan a casa".

Váyanse hijos, los vecinos se mudan a casa.

No dejamos de amar a nuestros hijos porque entendemos que amarlos no es simplemente algo que "sucedió". No dejamos de preocuparnos por ellos sólo porque nos irritan. Aceptamos la obligación de amarlos a pesar de las ofensas.

Si extendiéramos este mismo compromiso a nuestro matrimonio y amistades, estaríamos mucho mejor.

No te vengues ni guardes rencor

El resentimiento es venenoso para el acto de amar. Imagina que alguien te hace algo malo y que durante varios meses no puedes mirarlo sin recordar aquella repugnante cosa que te hizo. Este rencor te imposibilita ver cualquier cosa buena en esta persona. Tu resentimiento crece y deseas hacer algo al respecto: "tomar venganza".

El resentimiento nos impide amar a otras personas:

"Mi padre y yo nos odiamos. No nos hemos hablado en muchos años".

"Pero, ¿qué pasaría si te atropellara un automóvil y terminaras en el hospital? ¿Quién va a estar ahí día y noche asegurándose que te atiendan los mejores médicos?".

"¡Mi padre!".

"Está bien, entonces estás de acuerdo que tu padre no te odia tanto después de todo. Ahora qué pasaría si, Dios no lo quiera, te enteraras que tu padre ha muerto. ¿Cómo te sentirías?".

"Me sentiría terrible. No le he hablado en muchos años...".

"Bueno, ¡te tengo buenas noticias! Tu padre todavía está vivo. ¡Llámalo! ¡Dile cuánto lo amas!".

Por lo general, si una relación tiene éxito o no depende de cuál sea el foco que tengas. Si quieres amar a tu pareja, a tus padres, a la humanidad... si quieres amar a tu prójimo, no tomes venganza.

Los demás son parte de ti

Si estás rebanando una zanahoria y accidentalmente te cortas un dedo, ¿reaccionarías tomando el cuchillo y clavándolo deliberadamente en tu otra mano como venganza?

Obviamente no. Porque tu otra mano también es parte de ti.

La humanidad es una sola unidad. Vengarse de otra persona es tan destructivo como cortarse la otra mano con el cuchillo. Por eso la Torá nos dice que amemos a nuestro prójimo "como a nosotros mismos".

Esto es tan importante que si no nos damos cuenta por nosotros mismos, podría ser necesaria una fuerza externa que nos haga notar que somos un solo pueblo. Por ejemplo, los Nazis (y también Hamán) no diferenciaban entre los distintos tipos de judíos. Nos veían como un solo pueblo.

En el matrimonio y la amistad el lazo también puede ser así de fuerte si hacemos el esfuerzo. Eso es lo que quiere Dios de nosotros. ¿Recuerdas esa clásica canción del colegio judío? Hine ma tov uma naim, ‘cuán maravilloso es cuando todos los hijos de Dios están juntos’.

Una historia de verdadera amistad

En la época del imperio romano, dos jóvenes crecieron juntos en Israel y se volvieron muy buenos amigos. Después de un tiempo se fueron a vivir lejos uno del otro: uno se fue a vivir bajo dominio romano y el otro bajo dominio sirio. Sin embargo, siguieron siendo muy buenos amigos.

Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien lo acusó de ser un espía, por lo que lo llevaron frente al Emperador Sirio quien subsecuentemente lo condenó a muerte.

Cuando lo llevaban para ser ejecutado, le preguntaron si tenía un último deseo. El hombre acusado suplicó:

“Por favor, déjenme volver a Roma para acomodar mis negocios y decirle adiós a mi familia. Luego volveré para que puedan ejecutarme”.

El emperador se rió de él.

“¿Acaso estás loco? ¿Qué garantía tengo de que volverás?”.

El judío dijo: “Tengo un amigo aquí en Siria que se quedará en mi lugar. Será mi garante. Si no vuelvo, lo pueden matar a él en mi lugar”.

El emperador estaba intrigado.

“Esto lo tengo que ver. Está bien, trae a tu amigo”.

Entonces fue a buscar a su amigo de Siria. De acuerdo a lo esperado, el amigo accedió a tomar el lugar de su amigo en la prisión y a que lo maten en su lugar si éste no volvía.

El emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que accedió a dejar ir al judío romano.

“Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden. Si no estás de regreso para el atardecer del día 60, tu amigo estará muerto”.

Y así el judío romano emprendió rumbo y se fue corriendo donde su familia para decir adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y adioses, partió con tiempo de sobra antes de que terminasen los 60 días. Pero en esos tiempos se viajaba en galeras, y a veces podían pasar varios días hasta que llegara el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no hubo viento por varios días, el barco se retrasó, y para cuando el judío romano llegó a Siria estaba empezando el atardecer del día 60.

Como había sido acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria para la ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y temprano por la mañana las multitudes comenzaron a reunirse. Finalmente, cuando estaban a punto de realizar la ejecución, llegó corriendo el amigo de Roma.

“¡Esperen! ¡No lo maten!”.

Pero el judío de Siria protestó: “No pueden matarlo a él. Volvió tarde. ¡Tienen que matarme a mí en su lugar!”.

Los dos amigos fueron inflexibles por igual.

“¡Mátame a mí en su lugar!”.

“¡No, mátame a mí!”.

El verdugo no sabía qué hacer. La multitud estaba alborotada mirándolos pelear.

Finalmente, el emperador intervino. Sorprendido y asombrado, se volvió hacia los dos amigos y dijo:

“Los dejaré ir a ambos con una condición. ¡Háganme su tercer amigo!”.

El mejor tercer amigo

El rey judío Ahab —a pesar de que era un rey malvado— fue más exitoso en la batalla que cualquier otro rey. ¿Por qué? Porque bajo el reinado de Ahab el pueblo judío estaba unido. La unión es lo que más desea Dios para Sus hijos. Si estamos unidos, tenemos el poder de Dios respaldándonos.

Por el contrario, cuando el pueblo tiene conflictos internos, abandonan por así decir el poder de Dios. La lucha interna en el pueblo judío es por lo tanto nuestro enemigo más insidioso y debilitante. Evita que seamos una fuerza predominante que pueda dirigir al mundo hacia Dios y nos reduce a una colección de individuos impotentes que se encuentran absorbidos en sí mismos.

Por eso el versículo de "amarás a tu prójimo" concluye diciendo "Yo soy Dios". Porque la unidad y la amistad son tan preciadas que incluso Dios quiere ser parte de ellas. Él quiere ser nuestro tercer amigo.

Si estamos unidos, Dios está con nosotros. Si estamos divididos, estamos solos.

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