Mi palacio, mi sucá

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Toda niña pequeña sueña con ser una reina en su propio palacio. Un día en India, mi fantasía infantil se hizo realidad.

Luego de tres extenuantes años en un orfanato de Calcuta, me estaba dando el gusto de tomar unas vacaciones en el Himalaya antes de regresar a Estados Unidos. Mi destino era Simla, una de las legendarias "estaciones de montaña" de India a los pies de los Himalayas, un cielo para los hindúes ricos y los extranjeros intentando escapar del calor de las planicies de la India.

Cuando nuestro desvencijado autobús llego a la cima de la última montaña antes de Simla, fuimos recibidos por una vista horrorosa: masas de personas, en automóviles, autobuses y carretillas, estaban dejando la ciudad. Las alarmantes averiguaciones hechas por mi compañero de asiento revelaron la causa: una tormenta de nieve fuera de estación había llegado al pueblo y cortado el suministro de electricidad. Las temperaturas glaciales combinadas con la falta de calentadores eléctricos estaban alejando a todos los turistas.

Me senté ahí horrorizada. Durante mis cuatro largos viajes a India, había soñado con una habitación con una vista al Himalaya. Mi fecha de regreso en cinco días más no dejaba ninguna posibilidad de posponer estas vacaciones. Mientras el bus lentamente se abrió paso entre las calles cubiertas de nieve, decidí: frío o no, yo me quedaba en Simla.

Con la ayuda de mi copia de India por $10 al día, rápidamente encontré un hotel asequible, limpio y al estilo hindú. El encargado se disculpó porque el calentador eléctrico no funcionaba, mientras me apilaba cuatro mantas en mis manos.

"¿Le gustaría quedarse en el palacio de un Maharajá?".

El frío me mantuvo despierta toda la noche. Poco después del amanecer, salí esperando calentarme con los primeros rayos del sol de mañana. Un hombre bajo con bigote me abordó. "¿Le gustaría quedarse en el palacio de un Maharajá?".

Yo respondí con una risa irónica "¿Dónde está el Maharajá?".

"Él y su familia están viviendo en Londres", respondió él con seriedad. "El Maharajá ha transformado parte de su palacio en un hotel, las más grandiosas acomodaciones de todo Simla. Ya que los otros turistas se han ido, le doy un precio de oferta a usted por una habitación".

Su precio de oferta era el triple de lo que yo estaba pagando en mi congelado hotel. Negué la invitación con mi cabeza.

Él me entregó un folleto: "Woodville tiene diez habitaciones elegantemente amobladas con modernos baños incorporados con agua caliente y fría, y un fino salón de billar...Pueden hacerse preparativos especiales con notificación por adelantado para acomodar a sirvientes personales".

Le devolví el folleto, murmurando entre dientes, "No está a mi alcance".

Luego el jugó su carta triunfal. "En cada habitación hay una chimenea".

Decidí acortar mi estadía de cuatro a dos noches, le negocié un poco más el precio, recuperé mi valija, y en cinco minutos estábamos en una carretilla camino al palacio.

Entrar por el grandioso hall de entrada del palacio fue como ingresar en una fantasía: los pisos de parqué, las alfombras orientales, las esculturas propias de un museo, las pinturas al óleo de distinguidos ancestros con turbante enmarcadas en dorado, las lámparas, las cortinas. Un sirviente de uniforme tomó mi valija y me guió dos pisos para arriba por la grandiosa escalera hacia mi habitación. Ahí, otro sirviente encendió el fuego en la chimenea. "¿Falta alguna cosa, Memsahib?", preguntó con una reverencia.

Yo solamente podía mover mi cabeza en señal de asombro.

Antes de irse, me entregó una campana. Debido a que el timbre eléctrico no estaba funcionando, yo tendría que tocar la campana para convocar a un sirviente cuando necesitara cualquier cosa. Resultó ser que yo era el único huésped. Los seis sirvientes no tenían nada más que hacer que atenderme.

Luego de una lujosa siesta en mi cama de cuatro columnas, decidí darme un baño. Los sirvientes trajeron baldes de agua humeante; calentada, sin duda, en una estufa a kerosén en la cocina. Luego se sirvió la cena en el comedor imperial. Un banquete gourmet vegetariano con arroz pillau, dal, puris, chapattis rellenos, chutneys y una selección de vegetales al curry, fue servido en platos de plata.

Luego Su Majestad, es decir yo, decidió leer un libro. Apenas decidí que biblioteca quería ocupar, un sirviente encendió un estruendoso fuego en la chimenea, Unas cuantas horas después, decidí dar un paseo. El suelo cubierto de nieve no me sedujo; en vez de eso deambule de habitación en habitación. El palacio era mío.

Durante la cena esa noche, mi mesa estaba iluminada por un candelabro de plata. El desfile de exóticos platillos concluyó con un pudín de arroz con sabor a cardamomo. Para regresar a mi habitación por la oscura escalera, llevé el candelabro hacia arriba en mi mano derecha y levanté la amplia falda de mi largo vestido tibetano con mi mano izquierda. De la noche a la mañana, me había convertido en la princesa de una película de Disney.

Para cuando terminó la cena de esa noche, ya había tenido suficiente.

A la mañana siguiente una sirvienta trajo el desayuno a mi habitación en una bandeja. Medité, me bañé, escogí una de las salas de estar para leer mi libro, dormí una siesta, medité nuevamente, y leí nuevamente. Para cuando terminó la cena de esa noche, ya había tenido suficiente.

En vez de ascender nuevamente la grandiosa escalera, empujé la puerta a través de la cual desaparecían los sirvientes, y me encontré en la simple cocina de estilo hindú. En medio de la gran, casi vacía, habitación, los seis sirvientes estaban sentados en cuclillas, amontonados alrededor de una estufa a kerosén, la única fuente de calor de la habitación. Tan pronto como uno de ellos notó mi presencia comenzó a ponerse de pie, pero le hice un movimiento para que se quedara sentado.

No habiendo dominado el arte de sentarme en cuclillas, me senté con las piernas cruzadas en el piso frío, y comencé a conversar con ellos en una mezcla de inglés e hindi. Les pregunté acerca de sus familias, las cuales vivían en aldeas distantes, acerca de las diferentes estaciones en Simla, acerca de las personas que frecuentaban el hotel-palacio, acerca del Maharajá y su familia. Los sirvientes eran una compañía cordial, alternando entre lo cómico y lo sabio. Sentada ahí en pleno piso, pasé la hora más feliz de mi estadía en el palacio.

La sucá

Una Sucá es el opuesto de un palacio. Simple, usualmente pequeña e incluso apretada, una sucá es por definición una estructura temporal y vulnerable. No provee protección contra los elementos, y es penetrada por el frío y por el calor. La lluvia empapa a los ocupantes de la sucá, los vientos fuertes pueden botarla, y los judíos en Europa y América a menudo cenan en la sucá temblando y con sus abrigos puestos. Mientras que la mayoría de los judíos decoran sus sucot con frutas, decoraciones de papel, o proyectos de arte de los niños, incluso la sucá más decorada nunca cruza el umbral hacia la ostentación o el lujo. La mayoría de las sucot incluso nunca cruzan el umbral del confort real. Sin embargo, misteriosamente, Sucot es la festividad más alegre del calendario judío.

¿Qué hace a un judío regocijarse en su sucá incluso más que un Maharajá en su palacio?

La mitzvá de vivir en una sucá por siete días es en recuerdo de las sucot que el pueblo judío habitó durante sus 40 años de vagancia en el desierto después del Éxodo. En un nivel más profundo, la sucá representa a las Nubes de Gloria que rodearon a los errantes israelitas. Las místicas Nubes de Gloria protegían al pueblo del sol del desierto, de serpientes y escorpiones, y de que fueran detectados por naciones enemigas. Las Nubes de Gloria son, de hecho, sinónimo de la Shejiná, la inminente presencia de Dios. Durante la festividad de Sucot, un judío viviendo en una sucá está por lo tanto rodeado por la Shejiná misma.

El momento de la festividad es crucial. Un judío que realmente se compromete con la teshuvá, arrepentimiento, entre Rosh Hashaná y Iom Kipur, experimenta una limpieza espiritual en el Día de Expiación. Las transgresiones son como una pared de concreto que obstruye nuestra "conexión satelital" con Dios. La expiación de Iom Kipur destruye esa barrera de concreto, para que podamos experimentar una "señal" sin impedimentos de la Presencia Divina. El techo de la sucá, el cual debe ser suficientemente poroso para poder ver las estrellas, permite una recepción total de la Shejiná.

Conexión Vertical y Horizontal

La festividad de Sucot es una celebración de la conexión con Dios y también con otros judíos. Los mandamientos de Sucot incluyen vivir en la sucá y además tomar "las cuatro especies": el lulav, el etrog, el mirto, y la rama de sauce. Cada una de estas especies representa un tipo diferente de judío. Para poder cumplir con la mitzvá, deben estar tocándose una con otra en un ramo unificado. Sucot es la festividad de la unión judía.

Mientras que los centros comerciales intentan convencernos de que la felicidad resulta de las adquisiciones materiales, el judaísmo enseña que la felicidad resulta de la conexión.

Rosh Hashaná y Iom Kipur son los días del judío solitario parado frente a Dios. Pesaj es una festividad familiar, en donde los padres son encargados de narrar la historia del Éxodo a sus hijos. Sucot es una festividad de comunidad. La gente va visitando la sucá de los otros con un espíritu festivo de camaradería, y en cada noche de la festividad de una semana de duración, los judíos se reúnen en una simjat beit hashoevá para bailar y regocijarse en masa.

La celebración en comunidad es integral al judaísmo. Maimónides escribió que un judío que se aísla a sí mismo de la comunidad judía, incluso si es que él observa todas las mitzvot, es considerado hereje. La comunidad en el judaísmo no es solamente una ventaja social; es una realidad mística. La Shejiná, o Presencia Divina, está asociada a Kneset Israel, la identidad colectiva del pueblo judío.

De este modo, la compañía Divina y la humana convergen en la sucá. Este es el secreto de la desbordante alegría de la festividad.

Mientras que los centros comerciales intentan convencernos de que la felicidad resulta de las adquisiciones materiales, el judaísmo enseña que la felicidad resulta de la conexión. En Sucot, dejamos nuestras casas llenas de posesiones, dando la espalda a nuestro confort y lujo, y entramos en la total simplicidad y espiritualidad de la sucá. Carente de todas las comodidades materiales, pero rica en conexión, la sucá es el lugar de la verdadera felicidad.

Es por eso que una sucá humilde engendra más alegría que el palacio de un Maharajá.

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