Buscando pareja
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¿Cuántos de estos errores cometes?
Educar a nuestros hijos nos enfrenta con desafíos que nunca imaginamos. Pensamos que somos pacientes hasta que nuestra paciencia se pone a prueba. Pensamos que tenemos las respuestas hasta que surgen demasiadas preguntas. ¿Cómo se disciplina de forma efectiva? ¿Cómo mantener abiertas líneas de comunicación cuando vivimos en un mundo desconectado? ¿Cuál es la mejor forma de mantener la paz en el hogar? Los padres tienen mucho que contemplar.
Aquí hay cinco cosas que no hacen los padres inteligentes:
Mira a tu alrededor. Ya sea en un restaurante, en la vereda empujando un cochecito de bebé o en el hogar, la mayoría de los padres están mirando sus teléfonos. Nuestros hijos crecen pensando que esa es la forma normal de comunicarse. Puedes hablar con cualquiera mientras miras tu teléfono. Puedes conversar mientras envías mensajes de texto. A la hora de la cena, sobre la mesa hay comida y teléfonos.
Nuestros hijos están perdiendo las señales sociales. Observa cuando se reúne un grupo de adolescentes. Se sientan en el sillón y cada uno está ocupado en su chat, enviando mensajes de texto o revisando Instagram. Fuera del ocasional comentario sobre lo que ven, nadie habla. Los niños se pierden la oportunidad de conversar, de tener contacto visual y de conectarse cara a cara.
¿Cuán poco importante te sientes cuando la persona que está frente a ti prefiere mirar su teléfono en vez de mirarte a ti? Incluso los bebés pierden. Los padres hacen malabares con sus aparatos mientras los alimentan.
Los padres inteligentes saben que para mantener viva la conexión debemos estar presentes en la vida de nuestros hijos. No podemos entrar a casa y decir: “Sólo tengo que responder un e-mail”. No podemos hablar con nuestros hijos mientras escribimos mensajes a otros. Los padres inteligentes crean tiempos y espacios sagrados para que sus hijos sepan que la familia está primero.
Me gustaría señalar que el Shabat es uno de los regalos más grandes que recibieron nuestras familias. Saber que, no importa lo que pase, tenemos ese tiempo juntos y no hay nada en el mundo que pueda interrumpirnos.
Cometemos el error de disciplinar desde la emoción. Antes de poder darnos cuenta, salen de nuestra boca palabras que no queríamos decir. Decir cosas como “¿Estás loco?” o “¡No seas tan infantil!” no nos ayudan cuando tratamos de enfrentar un desafío educativo. Avergonzar a los niños para que nos escuchen no es la forma en que los niños aprenden a respetar a sus padres. Lo mismo respecto a gritar y decir malas palabras. Recuerda: criticar no es disciplinar.
Los padres inteligentes saben que nuestro objetivo es enseñar e inspirar autocontrol y que tenemos que ser modelos de la conducta que esperamos inculcar en nuestros hijos.
Una de las bases más vitales de la educación efectiva es la regla básica de educar con una voz. Cuando el padre dice una cosa y la madre tiene otra regla contradictoria, el resultado es un niño que no escucha a ninguno de los dos. A fin de cuentas, ustedes no pueden escucharse el uno al otro, ¿por qué debería hacerlo su hijo? Esto se convierte en la base de la falta de respeto y la jutzpá.
Cuando un padre dice: “No le digas a tu madre que yo te dejé ver eso…” o “Asegúrate de no decirle a tu padre lo que gastamos…”, se siembran las semillas de la alienación. Los niños ven padres que se enfrentan y que ignoran las opiniones del otro, y aprenden a ignorar y menospreciar a sus padres.
Los padres inteligentes saben que tienen que mostrar un frente unido. Cuando están en desacuerdo, lo hablan en privado para resolver sus diferencias. Se escuchan el uno al otro. Escuchan la opinión de su pareja y luego buscan una resolución para poder demostrarles a sus hijos que están en la misma página. Cuando es necesario, tienen que acudir a alguien que ambos respetan (un maestro de confianza, un rabino, un maestro de Torá o un terapeuta).
Es fácil ignorar las malas cualidades inventando excusas. ¿Quién desea enfrentarse con indisciplina, berrinches, insolencia y lágrimas? Es agotador. Los padres están presionados por el tiempo, estresados y tienen responsabilidades económicas, emocionales y familiares. Por eso decimos cosas como: “Tiene un día difícil”, o “Está cansado”. Permitimos la falta de respeto, que sientan que se merecen todo, las mentiras y la mezquindad.
Pero esas conductas no desaparecen por sí mismas. Los niños necesitan límites. Ellos necesitan aprender consecuencias naturales. Deben ver las ramificaciones de sus acciones. Aprender a disculparse, lidiar con sus errores y limpiar su desorden forma parte de convertirse en un mensch. No podemos hacer esto y esperar que desarrollen buenas cualidades.
Los padres inteligentes saben que hay momentos en que los niños nos decepcionarán porque se comportan mal, no asumen responsabilidades y cometen errores que hieren. Eso no significa que el niño sea malo, sino que hay malas conductas que debemos enfrentar. En vez de racionalizarlo y justificarlo, los padres inteligentes piensan cuál es la mejor forma de ayudar a su hijo a crecer. Estas se convierten en oportunidades para desarrollar el alma del niño.
¿Cuál es nuestro objetivo como padres? ¿Qué queremos para nuestros hijos?
Cuando formulo esta pregunta ante una audiencia, por lo general la respuesta es: “Sólo quiero que mi hijo sea feliz. Si él es feliz, entonces yo soy feliz”.
Incorrecto.
Mi objetivo no es hacer feliz a mi hijo. Eso no es la vida real. Mi misión es darle a mi hijo las herramientas para la felicidad. Cada niño necesita saber cómo enfrentarse con decepciones y fracasos. Si constantemente protejo a mi hijo, él nunca será capaz de pararse por sí mismo. Incluso la frustración más pequeña le provocará ansiedad y se sentirá abrumado.
Amor no es envolver al niño en papel burbuja, ni involucrarse para evitar que llegue a sentir el sabor de la derrota. No es comprar el último aparato que salió al mercado ni satisfacer su lista de deseos hasta que desee otra cosa.
Amor es darle al niño la seguridad de saber que sin importar lo que ocurra él es amado y valorado, a pesar de sus fracasos y errores.
Los padres inteligentes saben que amor significa darle a nuestro hijo alas para volar. Y cuando cae, lo seguimos queriendo, pero dejamos que se sacuda el polvo, que se vuelva a poner de pie y siga caminando.
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