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En 1981, Israel bombardeó y destruyó el reactor nuclear iraquí en Bagdad. El líder iraquí Saddam Hussein se había pronunciado a sí mismo como la reencarnación del tirano babilonio Nabucodonosor, y nombró al reactor nuclear “Tamuz” – el nombre del calamitoso mes judío en el que las tropas de Nabucodonosor establecieron el sitio en Jerusalem 2,500 años antes. Ilán Ramón (más tarde se convertiría en el primer astronauta israelí, quien murió en la explosión del trasbordador espacial Columbia) y siete otros pilotos ejecutaron la arriesgada incursión – volando sobre territorio enemigo por horas, y evitando la detección con su apretada formación que emitió una señal de radar semejante a la de un avión comercial. Sin embargo, a pesar de que Israel celebró la exitosa incursión, la condena fue casi universal. Un prominente senador norteamericano la llamó “una de las acciones más provocadoras, inoportunas e ilegales tomadas en la historia de esa nación”. Dos décadas después, cuando el mundo temió por las armas de destrucción masiva de Saddam, la acción israelí fue vindicada.
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