8 consejos para fortalecer la confianza en el matrimonio

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El amor y la confianza se deben nutrir continuamente.

Es preciso entender que la confianza es algo intangible que se logra únicamente a través del tiempo y con conductas constantes, sensatas y reflexivas. En la medida que se va conociendo a la gente, esta podrá recibir un mayor o menor grado de confianza, dependiendo en gran medida de experiencias de vida anteriores que hemos atravesado, las cuales nos tornan más crédulos o más escépticos.

El amor y la confianza se deben nutrir continuamente. No confundamos amar con seducir.

Si se cree que el amor debe surgir de manera espontánea (obviamente porque nuestro narcisismo nos obliga a creer que le tenemos que caer bien, y que no nos puede no querer…), también se debe esperar que pueda desaparecer con la misma espontaneidad con la que llegó - sin argumento con el cual culpar al otro por no amarlo más…

Quiero compartir algunas sugerencias relacionadas con la cotidianeidad. Sin embargo, debo advertir que aún con nuestra mejor voluntad de corregir conductas, debemos dar tiempo a las personas con quienes convivimos, a que se adecuen a la nueva modalidad (mejorada). En caso que nuestra actitud hasta el presente hubiera sido sinuosa y serpenteada, les costará acomodarse. Si prevalecemos, Dios mediante veremos frutos positivos. La confianza se pierde mucho más rápido de lo que se gana.

  1. Asumamos la responsabilidad de expresar nuestras necesidades con claridad. Mientras la persona sospecha que no puede decir las cosas —quizás por temor a ser rechazado o por vergüenza—, esto impide que uno confíe y por ende recela de la otra persona. Al confiar, por otro lado, se asienta más la relación.

  1. Tomemos conciencia de brindar siempre bienestar al cónyuge (de manera placentera). Es difícil desconfiar de quien se esfuerza (genuinamente) en hacernos sentir bien.

  1. Recomendación: mantener la proporción de 5 a 1, o sea, no decir algo crítico o negativo hasta tanto no haber dicho algo positivo y afectuoso previamente en muchas oportunidades.

  1. Cumplamos con los compromisos que asumimos, siendo claros en lo que decimos para evitar malos entendidos. Cuidemos de no crear situaciones indefinidas.

  1. No dejemos asuntos personales sin resolver. Esto implica que se debe desarrollar técnicas de comunicación fluidas y habilidad en resolver problemas. Cuando las situaciones quedan irresueltas, crece el resentimiento, y el resentimiento provoca la pérdida de confianza.

  1. Limitemos el contacto con otras personas del género opuesto, sabiendo medir los sentimientos del otro (que suelen ser dispares dada la distinta procedencia de los cónyuges).

  1. Aprendamos a pelear. Si bien hay quien pueda pensar que discutir debe automáticamente referirse a una agresión, esto es errado y surge de la creencia de que no hay manera de disentir con altura, sin anularse mutuamente y con el afecto intacto. El silencio no implica mar sereno. Es más, el silencio puede y suele ser el preludio de una explosión. O se puede tratar de un sometimiento de por vida de un cónyuge al otro. Ninguna de estas opciones es sana.

Si el modo de discutir es exagerado, entonces se destruye la confianza. Por lo contrario, una buena discrepancia, permite conocer la postura del otro para poder construir juntos y unidos.

Acordemos:

    • No utilicemos epítetos y descréditos, y menos aun insultos.

    • Tratemos el tema que estamos discutiendo. No traigamos a la mesa historias viejas que quedaron sin resolver. El debate del momento no es una venia para recordar desechos antiguos.

    • No empleemos frases que contengan palabras tales como: “Vos nunca”, “siempre”, “todo”, “nada”, etc. No solo son inciertos estos dichos, sino que llevan la discusión a un plano de extremos - lejos de la cercanía y de la intimidad.

    • Evitemos decir “sí”, cuando creemos que la respuesta es “no”. Si bien se puede llegar a creer que al “aceptar” lo que quiere el otro expresado en palabra (pero no en el corazón), se evita una pelea, en realidad se está “aparentando” - y permitiendo que crezca el resentimiento, profundizando en realidad el descrédito y el desamor.

    • No nombremos a los parientes del otro a fin de apoyar nuestra postura o acometer contra la del otro. Los allegados familiares de cada uno son —o deben ser— el sostén emocional de cada persona, y comentarios respecto a un integrante de su familia suele tener consecuencias más graves de lo que muchos imaginan. No olvidemos la importancia de mantener en privado los temas matrimoniales.

    • Pactemos desde un principio algún método de interrumpir la discusión si sentimos que se nos va a ir de las manos. Esto no debe ser una postergación indefinida de asuntos importantes que se debe tratar. Hay temas que no se deben eludir, y su negación solo provoca incomodidad —falta de confianza— en la persona con quien se debe construir la familia.

    • Cuidémonos de no comenzar una rencilla de noche cuando estamos cansados y no tenemos control total de nuestras emociones. Cuando sea necesario, elijamos expresiones en las que hablamos más de “yo”, que de “vos” —las cuales habitualmente poseen un sesgo de descalificación— aunque pudiera ser solamente en la percepción. Muchas de las controversias se pueden evitar si tenemos precaución en nuestras expresiones. Más allá de la palabra o el gesto, la susceptibilidad que se hiere puede cobrar vida propia y apartar a distancias enormes e innecesarias quienes deben fiarse plenamente uno del otro.

  1. Tratemos de ser como los trapecistas. Todo lo que hace cada uno de ellos, depende de lo que hace el otro. Hace falta una coordinación plena y exacta de sus acciones. Para llegar a esta coherencia, se requiere mucho ejercicio… y confianza.


Extracto del libro Tovim Hashnaim, de Rav Daniel Oppenheimer

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