¿Acaso un país puede nacer en un día?

27/04/2025

9 min de lectura

Dios trajo a Su pueblo de regreso a casa y ha prometido darles paz algún día. Ningún pueblo la necesita más. Ningún pueblo la ha ganado más.

Rav Jonathan Sacks z"l pronunció este discurso en Londres el Shabat, Rosh Jodesh Iar, 5762 (13 de abril del 2002), cuando era Gran Rabino de Gran Bretaña. Su relevancia sigue siendo fuerte y clara.

"¿Quién ha oído cosa semejante? ¿Quién ha visto tales cosas? ¿Puede un país nacer en un día? ¿O una nación ser engendrada en un momento? Sin embargo, Sion sufrió y dio a luz a sus hijos inmediatamente. ¿Acaso haré que nazca y no daré a luz? dice Dios. ¿Acaso haré nacer y cerraré el vientre? Dice tu Dios... Como una madre consuela a su hijo, así yo los consolaré, y en Jerusalem encontrarán consuelo".

(Isaias 66:8-9, 13)

Las palabras de Isaías, que leímos esta mañana como la Haftará para Shabat Rosh Jodesh, son más que una simple visión. Ellas nos dicen lo que significa ser un profeta.

Nadie fue más severo que Isaías en sus críticas hacia Israel. El primer capítulo del libro que lleva su nombre es uno de los mayores actos de crítica social en la historia religiosa de la humanidad. Hasta el día de hoy lo leemos en el Shabat antes de Tishá beAv.

Sin embargo, cuando Israel estaba en crisis, Isaías no dijo: "Se los dije". No dijo: "Ustedes son los culpables". Él trajo consuelo a su pueblo. Les dio fuerzas. Más que fuerzas, les dio esperanza.

Los falsos profetas están con su pueblo cuando las cosas van bien, y abandonan a su pueblo cuando las cosas van mal. Los verdaderos profetas son exactamente lo contrario. Cuando las cosas van bien, luchan contra la complacencia en nombre de los más altos ideales. Pero cuando las cosas van mal, levantan el ánimo de su pueblo, están con ellos en su angustia y les dan coraje para seguir adelante.

Isaías previó que el regreso a Sion sería difícil. Israel enfrentaría enemigos desde fuera y divisiones desde dentro. Y en ese momento, Isaías se vuelve hacia su pueblo y les da consuelo.

"¿Puede un país nacer en un día? ¿O una nación ser engendrada en un momento?" Isaías dice que el regreso a Sion no tendrá paralelo en ningún otro evento en la historia. Parecerá como si casi de la noche a la mañana una nación hubiera renacido: algo que nunca antes ocurrió ni volverá a ocurrir. Un pueblo regresará del exilio; de la esclavitud redescubrirá la libertad y regresará a su hogar ancestral.

Sin importar cuál sea la dificultad que enfrentes, cuáles sean las batallas que tengas que librar, no desesperes.

Luego el profeta dice las palabras cruciales. "¿Acaso haré que nazca y no daré a luz? ¿Acaso haré nacer y cerraré el vientre?" Rashi explica: Habiendo comenzado el proceso de redención, no me detendré a la mitad. Sin importar cuál sea la dificultad que enfrentes, cuáles sean las batallas que tengas que librar, no desesperes. Porque Dios no te ha traído de vuelta a la tierra sólo para abandonarte, que Dios no lo permita. Así como Él estuvo contigo al principio, así estará contigo en el camino. Y con palabras que, hasta el día de hoy, todavía decimos para dar fuerza a los deudos, el profeta agrega: "Como una madre consuela a su hijo, así yo los consolaré, y en Jerusalem encontrarán consuelo". Así como Dios ha traído a Su pueblo de regreso a Jerusalem, también les dará el consuelo y el coraje para sobrevivir a sus terribles pérdidas y aflicciones.

Esas palabras, con miles de años de antigüedad, podrían haber sido escritas para hoy.

Estamos entre dos días del año judío, Iom HaShoá y Iom HaAtzmaut, los días en los que recordamos el Holocausto y el nacimiento del Estado de Israel. Entre ellos, nos recuerdan por qué existe Israel: no sólo debido al asesinato de un tercio de nuestro pueblo; no sólo porque, si Hitler hubiera tenido éxito, no estaríamos aquí hoy; sino porque, cuando las naciones del mundo se reunieron en Evian, Francia, en 1938, con plena conciencia del peligro que enfrentaban los judíos en Europa, un país tras otro dijo: no tenemos espacio para los judíos. En todo este vasto planeta, no había ni un centímetro que los judíos pudieran llamar hogar.

El regreso a Sion no comenzó en 1938; es tan antiguo como las palabras de Isaías. Los judíos no dejaron Israel voluntariamente. Fueron expulsados por otras potencias: primero Babilonia, luego Roma, después los cruzados. Siempre que podían, regresaban, incluso en los días peligrosos de la Edad Media, como lo hicieron Iehudá Halevi, Najmánides, la familia de Maimónides hasta que se vieron obligados a partir a Egipto. Los judíos nunca renunciaron a su derecho a la tierra y nunca, en todos los siglos, dejaron de rezar por el día en que regresarían. Mucho antes del Holocausto, la Declaración Balfour de 1917 expresó ese derecho. Y, sin embargo, no cabe duda de que lo que llevó en 1947 a las Naciones Unidas a votar a favor de un estado judío fue el conocimiento de que después del mayor crimen de la humanidad contra la humanidad, los judíos necesitaban un hogar que, tal como lo definió el poeta Robert Frost, "cuando tienes que ir allí, tienen que dejarte entrar".

Era un simple reconocimiento, trágicamente tardío, de que los judíos también tienen derechos, entre ellos el derecho más básico de todos: vivir, existir, poder caminar por las calles, tomar el autobús, comer en un restaurante, entrar en una tienda, sin miedo de que alguien te ataque, te lesione o te mate, porque eres lo que eres. Ningún pueblo fue privado de ese derecho durante más tiempo que el pueblo judío. Y sin ese derecho, no existen otros. Después del Holocausto, las naciones del mundo finalmente reconocieron que esto significaba que el pueblo judío necesitaba un hogar, un lugar donde pudieran defenderse, y no depender de la buena voluntad de otros; porque cuando lo necesitaron, en 1938, no estaba allí.

Negar a una nación el derecho a defenderse contra la violencia y el terrorismo es negar su derecho mismo a existir.

Hoy, el Estado y el pueblo de Israel luchan por su vida en el sentido más elemental. El derecho a la vida presupone el derecho a la autodefensa, y lo que se aplica a los individuos también se aplica a las naciones. Esa es la razón por la que se crearon las naciones en primer lugar, para asegurar la seguridad de sus ciudadanos. Eso, según cualquier filosofía política, religiosa o secular, es la base misma del contrato social, sin el cual, como dijo Hobbes, la vida es "desagradable, brutal y corta". Negar a una nación el derecho a defenderse contra la violencia y el terrorismo es negar su derecho mismo a existir. Y, sin embargo, eso es lo que están haciendo y diciendo hoy los enemigos y críticos de Israel, a solo 54 años de su nacimiento, a solo 57 años del Holocausto.

Durante los últimos 18 meses, y cada vez más en las últimas semanas, se ha librado una guerra contra Israel en dos frentes: el primero en las calles, tiendas y autobuses de Jerusalem, Haifa y Tel Aviv, una guerra de terrorismo puro y simple, dirigida contra los inocentes, contra jóvenes y ancianos, hombres, mujeres y niños. Un terror ciego en su odio y suicida en sus efectos. Sería difícil encontrar, en todo el registro de la sangre humana, una campaña más perversa que esta. Los que la han cometido, o la han consentido, o la han fomentado, han afirmado estar librando una yihad, una guerra santa. Nunca hubo una guerra más impía, una profanación de todo lo genuinamente santo. Convertir a los seres humanos en bombas, convertir el asesinato de ciudadanos inocentes en un acto de martirio, tratar de destruir al mismo pueblo con el que afirman compartir una ascendencia, esto no es guerra santa. Es una blasfemia contra el mismo Creador de la vida que nos enseñó a valorar y santificar la vida. Sin embargo, no hay protesta: ni de los líderes espirituales del islam, ni siquiera de los líderes espirituales del cristianismo, y ciertamente no de las Naciones Unidas. ¿Acaso fue santo organizar un atentado suicida contra personas inocentes en Netania mientras se reunían en una de las noches más santas del año, la noche del Séder, para contar la historia sagrada de la libertad? Los nazis planearon la exterminación del gueto de Varsovia para que ocurriera en Pesaj, porque querían mostrar que no hay Dios, que Dios no lo permita. Hasta ahora, nunca pensamos que pudiera haber un mal mayor que este. Pero sí lo hay. Hacer lo mismo, y luego afirmar que existe un Dios que aprueba tales cosas, esto es un nuevo descenso en la historia de la humanidad.

Israel es un pueblo valiente. Tuvo que serlo, para sobrevivir. Sin embargo, durante Pésaj, por primera vez en la historia, los israelíes comunes se vieron traumatizados por el miedo, sin saber si un viaje al supermercado local terminaría en una tragedia, sin saber si sus hijos regresarían vivos de una simple salida nocturna a tomar un café con amigos. Ninguna nación puede vivir así. No se debería esperar que ninguna nación viviera así. No todos los ataques se informan en las noticias; solo los más graves. Así que la mayoría de la gente no sabe que Israel, en el lapso de 12 meses, ha sufrido 7.732 actos de terror: más de 20 al día, casi uno cada hora de cada día durante 365 días. Si el terror debe ser derrotado en algún lugar, debe ser derrotado en Israel, porque Israel ha sufrido más, en el último año, que cualquier otra nación del mundo. ¿Cómo puede Occidente afirmar, como lo hace, el derecho a luchar contra el terror y luego negar ese derecho a Israel? ¿Cómo puede bombardear al Talibán en Afganistán y luego protestar cuando Israel, con mucho más cuidado, intenta erradicar a los terroristas suicidas que amenazan a sus propios ciudadanos, no una o dos veces, sino a diario? Este doble estándar no puede existir si la humanidad ha de sobrevivir.

Pero esa es solo la primera línea del frente en la guerra que se libra contra Israel. La segunda es aún más peligrosa. Existe el mal físico; pero también existe el mal moral, y nadie lo definió mejor que el profeta Isaías mismo. "¡Ay!, de los que llaman al mal bien y al bien mal, que ponen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas" (Isaías 5:20).

Durante los últimos 18 meses, se ha librado una campaña viciosa contra Israel en la prensa, la televisión, los foros internacionales y la opinión pública. Consiste en redefinir los actos de terror como expresiones legítimas de ira; y redefinir la autodefensa de Israel como un acto de terror. Como si Israel quisiera que todo esto sucediera. Como si buscara el derramamiento de sangre, cuando lo odia. Como si quisiera la guerra, cuando ha pasado siete años persiguiendo la paz. ¿Qué locura es esta cuando Israel es etiquetado como el agresor, después de haber ofrecido a los palestinos, en Camp David y Taba, un estado propio, con Jerusalem Este como su capital, todo Gaza y el 97 por ciento de Cisjordania, con un 3 por ciento más de tierra de dentro de Israel mismo? Si el terror es legítimo y la autodefensa no lo es, entonces el crimen es legítimo y el imperio de la ley no lo es. Si la búsqueda de la paz es llamada agresión, y la ruptura por parte de Yasser Arafat de cada compromiso que ha hecho es llamada liderazgo, entonces hemos llegado al punto donde lo malo se llama bueno, y la oscuridad es celebrada como luz.

Lo que Israel necesita de nosotros ahora es lealtad.

¿Qué debemos hacer entonces? Debemos hacer lo que el profeta Isaías nos enseñó a hacer: llevar consuelo a un pueblo atribulado y esperanza en el umbral de la desesperación. Debemos recordar que una simple semana en el calendario judío, apenas tres años en la historia, separan a Iom HaShoá de Iom HaAtzmaut. Un pueblo que había enfrentado al ángel de la muerte, en tres años, resurgió como un pueblo libre y soberano en la tierra de nuestros comienzos. En palabras de Isaías: "¿Quién ha oído tal cosa? ¿Quién ha visto algo semejante? ¿Puede un país nacer en un día? ¿O una nación ser engendrada en un instante?"

No sólo Israel se convirtió en una ciudad de refugio para los judíos que enfrentaban persecución en todo el mundo. Sino que, más que cualquier otro país de su edad y tamaño, ha buscado ser una bendición para otros, brindando ayuda médica, ayuda tecnológica, asesoramiento agrícola y asistencia humanitaria a cualquier país que le pidiera ayuda. Si hubiera justicia en el mundo, hoy Israel, lejos de ser condenado, debería ser aclamado como un modelo para cada nuevo país, cada región en desarrollo, en cómo sostener la democracia, crear crecimiento económico, revivir un idioma antiguo, reconstruir ruinas antiguas y proporcionar un hogar para los refugiados. Israel es un tutorial vivo en esperanza; y si no se le permite defenderse, entonces el mundo está condenando la esperanza misma.

Pero hay algo más. En el corazón mismo del judaísmo está la palabra emuná. Emuná a menudo se traduce como fe, pero eso no es lo que significa. Significa fidelidad, lealtad, estar allí para alguien cuando te necesita y no alejarse cuando las cosas se ponen difíciles. Eso es lo que Israel necesita de nosotros, los judíos de la diáspora, en este momento. No nos pide que apoyemos a este gobierno, a este primer ministro, a este partido, a esta política. Sobre esas cosas tenemos derecho a discrepar. Lo que Israel necesita de nosotros ahora es lealtad. Sí, hay momentos en los que podemos ser críticos, como lo fue el mismo Isaías. Pero no cuando Israel está en apuros. Entonces debemos mostrar apoyo. "Así como una madre consuela a su hijo, así yo los consolaré, y en Jerusalem encontrarán consuelo".

Hay muchas formas de llevar consuelo: defendiendo la causa de Israel, escribiendo a la prensa o a los parlamentarios locales, llamando a amigos y familiares en Israel para hacerles saber que estamos con ellos, o simplemente rezando, nuestra mayor y más antigua fuente de fuerzas. Mostremos al pueblo de Israel que no están solos; que estamos con ellos. Y recordemos la fe de Isaías de que Dios, Quien trajo a Su pueblo de regreso, algún día les dará paz. Ningún pueblo la necesita más. Ningún pueblo la ha ganado más. Hashem oz le-amó iten, que Dios dé fuerza a Su pueblo en esta hora de prueba. Hashem ievarej et amóo vashalom. Y que Él les dé la bendición que más aprecian: paz, rápidamente en nuestros días, Amén.

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