Aceptar las lágrimas y elegir la alegría

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No pasa un segundo sin que extrañe a mi esposo, pero cada día trato de enfocarme en elegir la alegría.

Cada año tomábamos seriamente el cumpleaños de mi marido, porque nunca estábamos seguros si habría otro más. Era una oportunidad para valorar la bendición de haber compartido juntos otro año. El mes pasado Eric hubiera cumplido 47 años. Cinco meses después de nuestra boda le diagnosticaron a Eric linfoma Hodgkin, y durante la mayor parte de nuestros 11 años de casados, estuvo enfermo.

Eric ansiaba vivir otro año, otro día, otra hora. No importaba lo difícil y doloroso que fuera ese día, él siempre estaba feliz de estar vivo, de pasar más tiempo con su familia y esforzarse por aprovechar su tiempo limitado para crecer y hacer más bien en el mundo.

Eric valoraba cada día y cada respiración. Él apreciaba la luz y el calor que el sol brindaba a través de las ventanas y valoraba las flores que crecían en nuestro jardín. Él apreciaba a su familia, a sus amigos y su trabajo. Le gustaba la música, la comida, los calcetines de colores y sentarse en un lugar cómodo. Valoraba ser capaz de caminar, de comer, de vestirse por sí mismo.

Hacia el final, ya no podía hacer ninguna de estas cosas. En verdad tampoco podía hablar. Nos comunicábamos principalmente por escrito o con movimientos de las manos y los labios.

Hay demasiadas cosas que damos por obvias. Damos por obvio el hecho de ver cada día a nuestros seres queridos, tener la oportunidad de decirles que los amamos o darles un abrazo a nuestros hijos. Damos por obvio jugar con un hijo a la pelota, enseñarles a los niños a andar en bicicleta o simplemente compartir con ellos los valores importantes de la vida. Damos por obvio tener cerca a nuestra pareja, simplemente sonreírnos, decirnos cuánto nos amamos y valorar todo lo que el otro hace por uno.

Cuando me despierto por la mañana y Eric no está a mi lado, me embarga el dolor.

Para Eric ninguna de estas cosas eran obvias. Él hizo todo lo que pudo para llenar cada día de apreciación y propósito. Él amaba mucho y profundamente. Se preocupaba por los demás de forma apasionada. Era honesto y humilde, considerado, inspirador, amable, generoso, inteligente, paciente y siempre estaba repleto de optimismo. A pesar de su dolor crónico, por lo general su rostro brillaba con una sonrisa, incluso en el último momento en que estuvo despierto. Él inspiró a mucho gente a través de su trabajo, sus enseñanzas y simplemente siendo él mismo.

Enviudé hace nueve semanas y a pesar de que no es tanto tiempo, a veces me parece que es toda una vida. Cuando me despierto por la mañana y Eric no está a mi lado, me embarga el dolor. Me siento en la cama, escucho que mis hijos comienzan a prepararse para ir a la escuela y me recuerdo a mí misma que hoy tengo que tomar una decisión. ¿Cómo actuaré con mis hijos? ¿Haré todo lo posible para ser una buena mamá? ¿Voy a tratar de que sea un día divertido y feliz? ¿Cómo puedo hacerlo cuando una gran parte de mi ha partido?

Entonces recuerdo que aunque él no está a mi lado físicamente, llevo a mi esposo conmigo en todos mis recuerdos. Me levanto de la cama y sonrío al abrir la puerta del jardín que planté con los niños bajo la dirección de Eric. Veo que creció el césped y también las lilas que él plantó especialmente para mí. Veo en mis paredes los cuadros que elegimos juntos. Lo veo en el rostro de mis hijos, que se parecen tanto a él. No importa a dónde miro, veo lo que construimos juntos, las lecciones que aprendí, la inspiración y el crecimiento que logramos.

No pasa ni un segundo sin que lo extrañe, pero cada día trato de centrar mi atención y elegir la alegría. Alegría porque a pesar de haber perdido a la persona que más amaba, ahora lo tengo conmigo de otras formas. Alegría porque todavía me queda mucha vida por delante para poder ver crecer a mis hijos. Alegría porque cada día es especial y significativo. Yo vi a Eric luchar para vivir otro día y lucharé para hacer lo mismo a mi manera.

Nuestros hijos todo el tiempo hablan de su padre. Son pequeños (un niño de 10 años y mellizos de 7), y a veces lloran porque lo extrañan demasiado, pero entienden que está en el cielo y que ahora está sano. También ellos toman una decisión cada día. ¿Cómo me va a ir en la escuela? ¿Desearé jugar o sentarme solo en un rincón? ¿Voy a prestar atención en clase o voy a pensar todo el tiempo en mi padre?

Mis hijos saben que pueden preguntarme todo lo que deseen, y lo hacen. ¿Cómo va a ser mi bar mitzvá si papá no estará a mi lado? ¿Cómo va a ser mi boda si Aba no podrá llevarme hacia la jupá? Yo les recuerdo que su padre siempre está con ellos. Incluso si no pueden verlo. Constantemente compartimos recuerdos, algunos que nos hacen reír y otros que nos hacen llorar.

Eric y yo apenas estuvimos casados un poco más de 11 años. En retrospectiva es poco, pero de alguna manera parece ser mucho más debido a la intensidad y el foco de nuestro matrimonio. Algunas personas no logran en 60 años de matrimonio la clase de relación que nosotros tuvimos.

Tuve el privilegio de estar a su lado durante toda su enfermedad. Sostuve su mano el día que le dieron el diagnóstico y sostuve su mano el día que falleció. Cuando le diagnosticaron cáncer, recién comenzábamos nuestra vida juntos y teníamos un bebé en camino. Entonces tomamos la decisión de no dejar que la enfermedad nos definiera; sería sólo una nota accesoria de la que deberíamos ocuparnos. Seguiríamos construyendo nuestras vidas lo mejor que pudiéramos, esforzándonos para ayudar a los demás y preocupándonos por el pueblo judío.

Fui la mujer más afortunada del mundo. Tuve el marido más maravilloso.

No podemos escoger la mayoría de las circunstancias de nuestras vidas, las recibimos porque son nuestro desafío para crecer. No podemos controlar el resultado (para mí, esta no fue una lección fácil de aprender). Lo que realmente importa son las elecciones que tomamos respecto a cómo vivir con los desafíos que debemos enfrentar. La felicidad es un estado mental; es una elección que podemos tomar cada día.

No sé qué me espera en el futuro, pero abrazo cada día. Valoro los abundantes actos de bondad de mi familia y amigos. Valoro regresar al trabajo y tener una rutina más normal. Valoro escuchar los recuerdos que otras personas tienen de mi esposo o cosas que aprendieron de él. Valoro las plegarias y las palabras amables que recibí de innumerables personas. Valoro ser capaz de seguir sonriendo y riendo. Y también valoro un buen llanto.

Fui la mujer más afortunada del mundo, Tuve el marido más maravilloso. Él creía en mí y siempre estuvo a mi lado para inspirarme a crecer. Realmente me escuchó y se preocupó por mí. Fue mi mejor amigo, el amor de mi vida y el padre de nuestros maravillosos hijos.

Espero pasar mi vida disfrutando los recuerdos y aceptar las lágrimas como un medio para expresar mi dolor y luego volver a ponerme de pie. Y espero ser capaz de cumplir con uno de los mayores legados que me enseñó mi esposo: vivir la vida a pleno y disfrutar y valorar por completo todos sus valiosos momentos.

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