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Ideas de la parashá inspiradas en las enseñanzas de Rav Yaakov Weinberg zt''l.
Martes 11 de septiembre de 2001, 8:46 a.m., el secuestrado vuelo 11 de American Airlines que viajaba de Boston a Los Ángeles, se estrella intencionalmente contra la torre norte del World Trade Center. 9:03 a.m., el vuelo 175 de United se estrella contra la torre sur. El World Trade Center colapsa poco después. Mueren 3100 personas. Y, como dijeron una y otra vez, el mundo cambió para siempre.
Nunca olvidaremos el momento en que oímos la catastrófica noticia ni dónde estábamos en ese instante. ¿Pero el mundo realmente cambió? ¿Hemos cambiado nosotros?
La parashá de esta semana contiene una idea sumamente relevante sobre la reacción judía apropiada ante eventos trágicos como este. Esta idea es mucho más significativa años después de dichos ataques cuando, a excepción de filas más largas en los controles de seguridad de los aeropuertos, la vida parece haber regresado a la normalidad.
Dios acababa de realizar, quizás, el milagro más grande de la historia al partir el Mar de los Juncos. Dios lo hizo para salvar al pueblo judío de los egipcios, y los judíos se sintieron muy agradecidos y estallaron en un cántico espontáneo.
En el Cántico del Mar hay una sección curiosa que describe las reacciones de las otras naciones ante la noticia de la partición del mar y su retorno a su estado inicial tragando al poderoso ejército egipcio.
“Las naciones oyeron, se estremecieron. El terror se apoderó de los habitantes de Peláshet. Entonces se asustaron los generales de Edom, el temblor hizo presa de los poderosos de Moab. Todos los habitantes de Canaán se derritieron” (Shemot 15:14).
Es cierto que el objetivo de estos versículos es mostrar el impacto del gran milagro en todo el mundo, y el temor que las naciones tenían al pueblo judío. De todos modos, se puede ganar más sabiduría de este segmento del Cántico del Mar.
Todas las naciones del mundo reaccionaron con fuertes emociones ante la destrucción del imperio egipcio y la salvación del pueblo judío. Algunas se enojaron, otras se pusieron nerviosas, algunos temieron que su nación fuera la próxima víctima de la ira de Dios.
¿Pero hicieron algo al respecto? ¿Buscaron activamente formas para evitar que les aconteciera un desastre? Quizás deberían haberse convertido al judaísmo, tal como hizo Itró en la parashá de la próxima semana. O haber enviado embajadores con ofertas de paz, para asegurar la amistad de los judíos. No vemos que haya ocurrido nada de eso. Simplemente no hicieron nada. Tuvieron sentimientos intensos y poderosos, pero se quedaron en eso.
Cuando oímos sobre la pesadilla que fue ese 11 de septiembre, todos experimentamos una mezcla de emociones. Hace un tiempo Newsweek reportó que el presidente George Bush explicó su reacción inicial diciendo: "Estaba furioso de que eso pudiera ocurrir". ¿Acaso no nos enojamos todos con los malvados perpetradores? También temimos y nos sentimos vulnerables, nerviosos y preocupados. ¿Cuántos tuvimos dificultades para dormir esa noche, sin poder quitarnos de la mente esas imágenes espantosas? ¿Acaso alguna vez el mundo volvería a ser un lugar seguro?
Pero después de experimentar tantas emociones fuertes, ¿qué hicimos al respecto?
Sí, nos sentamos a discutir sobre política y a todos nos encanta jugar a ser presidentes y primeros ministros. Sí, sabemos que las horas que pasamos planeando las siguientes movidas de los Estados Unidos contra Al-Qaeda no sirvieron de mucho, aunque nos sentimos tan bien al hacerlo.
Es como el hombre que les cuenta a sus amigos la división de roles en su hogar. "Yo me encargo de las cosas importantes, si debemos declararle la guerra a Irán, cuánto se deben aumentar los impuestos y si se debe bajar el límite de velocidad. Mi esposa se encarga de los temas menos trascendentales, tales como dónde tenemos que vivir, la escuela a la que van a ir los niños y qué auto debemos comprar".
Entonces, ¿qué deberíamos hacer frente al terrorismo? Primero deberíamos entender que el mundo no cambió mucho. Los seres humanos somos muy resilientes y nos levantamos después de la catástrofe. Los publicistas ya no se disculpan por hacernos pensar en cosas banales como autos y ropa, y los deportes recuperaron todo su esplendor. (Esto no es para minimizar el dolor de quienes perdieron amigos o parientes, o se quedaron sin trabajo. Pero, en general, es cierto).
Si sentimos que “volvimos a la rutina”, entonces lamentablemente compartimos la misma debilidad de todas las naciones en el momento de la partición del Mar. Debemos hacer algo activo para cambiar y crecer espiritualmente después de acontecimientos tan fuertes como los del 11 de setiembre de 2001.
Sabemos que siempre que ocurre una tragedia, ya sea el 11 de septiembre o ataques de misiles en Israel, eso es un recordatorio de que ya no somos meritorios de la protección Divina. Dios ya no da un paso al frente para salvarnos todo el tiempo, como lo hacía en los días de la Biblia. Seguro, también en la actualidad recibimos ayuda Divina y si abrimos los ojos podemos ver que siguen ocurriendo milagros. Pero, demasiado a menudo, Dios permite que el mal tenga éxito y no nos protege.
Tenemos que pensar de qué forma podemos volver a ganarnos la protección de Dios. ¿Qué área espiritual puedo mejorar para ayudarme a mí mismo, a la nación judía y al mundo entero a ser un lugar más seguro? ¿La plegaria? ¿El estudio de Torá? ¿Actos de bondad? ¿Evitar chismear y pensar negativamente sobre las personas? Quizás en algún momento, después de una tragedia, hice una promesa. ¿Continúo cumpliéndola o ya la olvidé?
Si no logramos que nuestras reacciones instintivas se conviertan en acciones espirituales que duren para siempre, ¿habrá algo que nos motive a hacerlo? ¿Qué más tiene que pasar, que Dios no lo permita?
No seamos como las naciones ante la partición del Mar de los Juncos. Actuemos, no sólo reaccionemos.
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