Alejandro Magno y el Gran Sacerdote judío

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La increíble conexión entre los dos refleja el significado profundo de Janucá.

Hay un evento previo a la historia de Janucá que a menudo se pasa por alto y que encapsula la raíz de cómo un grupo de hombres sin armas venció al ejército más poderoso del mundo.

El Talmud relata una enigmática historia para ilustrar la grandeza de Shimón HaTzadik. Durante la vida de Shimón HaTzadik, llegó al poder el legendario Alejandro Magno. Él era un hábil guerrero y estadista que nunca había perdido una batalla. Rápidamente logró conquistar la mayor parte del mundo civilizado e incluso controló Jerusalem. Él les permitió a los judíos vivir en paz y continuar con sus servicios regulares en el Templo. Sin embargo, los enemigos de los judíos convencieron a Alejandro de que los judíos constituían una amenaza y lo persuadieron para que destruyera el Templo. Alejandro marchó hacia Jerusalem con esos enemigos de los judíos y un ejército tan grande que los judíos no tendrían ninguna posibilidad de superarlos.

Shimón HaTzadik se enteró que se aproximaba un terrible peligro y rápidamente armó un plan. Se colocó su turbante blanco y las otras prendas especiales del Gran Sacerdote, reunió a un grupo de ancianos que lo acompañaran llevando antorchas encendidas, y partieron en medio de la noche en dirección a la brigada de Alejandro.

Alejandro descendió de su carroza y se prosternó ante Shimón HaTzadik.

Al alba, los ancianos y Shimón HaTzadik con sus deslumbrantes prendas llegaron a donde estaba Alejandro Magno. Pero entonces sucedió algo extraño. Alejando Magno, el conquistador del mundo y la persona más poderosa de su época, descendió de su carroza… y se prosternó ante Shimón HaTzadik.

Los oficiales de Alejandro se sorprendieron. "¿Por qué el gran rey se prosterna ante un… judío?"

Alejandro les respondió: "Antes de cada guerra me aparece en una visión la imagen de este hombre".

La marcha a Jerusalem se suspendió, y quienes habían instigado el ataque fueron entregados a las manos de Shimón y su entorno.

El fin de la Era Profética

Tenemos que tratar de entender por qué específicamente aparecía ante Alejandro la imagen de Shimón HaTzadik, una persona a quien él nunca había visto. Y también cómo es que la historia de Shimón HaTzadik constituye la base de la victoria de los jashmonaim sobre los sucesores de Alejandro 200 años más tarde.

Para responder a estas preguntas y llegar a la raíz de Janucá, necesitamos entender mejor tanto a Shimón y su contribución a la herencia judía como a Alejandro Magno y su perspectiva del mundo, proyectada a través de su imperio.

Shimón HaTzadik vivió en un momento crítico de la historia judía. Su liderazgo coincidió con la muerte de Malají, el último profeta judío. Él fue el líder en una nueva era del judaísmo, una era en la que floreció la Ley Oral, el sistema de interpretación que permite que la revelación del Sinaí sea aplicada a todos los futuros eventos y circunstancias. Las reglas que gobiernan la Ley Oral son sumamente específicas, y se basan en el intelecto de los eruditos de la Torá para aplicar los principios.

Durante la era profética, era imposible crear formas alternativas de judaísmo.

La era de la profecía fue un período único en la historia judía. Uno siempre podía acudir a un profeta para que lo guiara, y durante el período en que floreció la profecía hubo un millón doscientos mil profetas. Durante la era profética, era imposible crear formas alternativas de judaísmo porque el profeta de inmediato las expondría como fraudulentas. A pesar de que ya existía la interpretación rabínica basada en los principios del Sinaí, la dinámica de que Dios hablara directamente con los profetas conformaba el eje del liderazgo judío.

Pero tras la muerte de Malají, los Sabios dependían sólo de su sabiduría. Shimón HaTzadik fue un pionero en los albores de esta nueva fase de la historia judía, una que colocaría al intelecto a la vanguardia. Ahora, la interpretación de la Torá era exclusivamente el dominio de los Sabios, y sus conclusiones eran concluyentes.

El momento en que tuvo lugar esta era no fue coincidencia. En el año que falleció Malají, Alejandro Magno obtuvo su primera victoria. Las conquistas de Alejandro fueron paralelas a la elevación de Shimón HaTzadik y el ascenso del intelectualismo judío.

Alejandro representaba una nueva perspectiva del mundo: la filosofía griega. Era un enfoque que consideraba primordial al intelecto y la lógica humana; un sistema de pensamiento que rechazaba todo lo que el cerebro no podía comprender. Aunque fundamentalmente los dos sistemas son incomparables (el sistema griego fue creado por el hombre, mientras que la Torá Oral tiene origen divino), ambos eran similares en cuanto que enfatizaban la importancia del pensamiento humano.

Sin embargo, la perspectiva griega no podía tolerar el concepto de la sabiduría y la Ley Divina, y alentaba el uso de la mente para descalificar (en vez de explicar) el rol continuo de Dios en el mundo. Podemos comparar el enfoque griego con el funcionamiento de una cámara: si bien la cámara es una herramienta que puede usarse para entender lo que la rodea, hay una cosa que la cámara no puede fotografiar: a la cámara misma. Los griegos antiguos no dejaron lugar para un Creador invisible, y les resultaba problemático analizar cómo el alma puede conectarse con Dios.

Fuerzas y contrafuerzas

No podemos dejar de preguntarnos por qué Alejandro veía la imagen de Shimón HaTzadik antes de ir a una batalla victoriosa. ¿Cómo es posible que el Gran Sacerdote fuera la fuente de las proezas militares de Alejandro?

De acuerdo con el pensamiento judío, si encontramos en el mundo una fuerza, siempre hay una contrafuerza que le corresponde. Superar la contrafuerza es una condición para que la fuerza pueda echar raíces y dar frutos. A través de esta contrafuerza opuesta se revela la fuerza. Irónicamente, en cierto sentido la fuerza es la razón de la contrafuerza. Por ejemplo, sin la noche, sería imposible apreciar el día, y el día tiene lugar a través de la "conquista" de la noche. De forma similar, durante la era de la profecía, el mundo experimentó una sed insaciable de espiritualidad. La forma verdadera de ese anhelo se expresaba a través de la conexión con Dios, pero la manifestación negativa era un impulso casi incontrolable por adorar ídolos, algo que en la era post profética simplemente no podemos entender. La única forma de alcanzar la verdadera espiritualidad era superar ese impulso abrumador hacia la idolatría.

Los judíos derrotaron a los griegos y demostraron la superioridad intelectual de la Torá.

Antes de cada batalla, la imagen de Shimón HaTzadik aparecía ante los ojos de Alejandro. Shimón HaTzadik y la sabiduría de la Torá Oral, un nuevo sistema de conexión, era la razón de cada victoria griega. La filosofía griega era la contrafuerza que se oponía al uso del intelecto judío. Resulta que la única razón por la cual los griegos llegaron al poder fue para que los judíos pudieran vencerlos años más tarde, y para demostrar que la concepción de la Torá del intelecto y de la mente refleja la verdad. Esta es la raíz de Janucá. El triunfo de Janucá fue más que la derrota militar de los griegos en Jerusalem. Ella representó la victoria de la Torá Oral sobre la contrafuerza de la filosofía y la cultura griega. Ella afirmó que el judaísmo no es una fe ciega ni implica dejar el cerebro en la puerta. Sin embargo, nuestro reino de pensamiento existe dentro del contexto de nuestra tradición, y nuestro intelecto es el que nos guía para llegar a concluir que hay cosas que la persona no puede llegar a entender.

La lucha continúa

La batalla continúa hasta el día de hoy. La presión para negar la existencia de aquello que no podemos ver ni entender es enorme, y la tentación a sucumbir es muy fuerte. Pero como discípulos de Shimón HaTzadik, el pueblo judío lo entiende mejor. Nuestro desafío es aprovechar el poder insondable de la mente, usarlo para comprender las complejidades de nuestra fe y los límites de nuestro intelecto. Ya no tenemos profetas que nos revelen la verdad, pero tenemos el maravilloso poder de usar nuestros cerebros, que cuando nos despojamos de nuestros prejuicios en la medida que nos resulta posible, nos llevan al mismo lugar.

La batalla de Janucá continúa, pero gracias a las semillas sembradas tanto tiempo atrás, el futuro está en nuestras manos.
 

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