Sociedad
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Mis pacientes con Alzheimer me enseñaron la esencia de quiénes somos nosotros realmente.
Como directora de actividades en un centro diurno para personas que sufren deterioro de memoria, a menudo me pregunto qué aprendí al estar con enfermos de Alzheimer.
Algo que comprendí es que la mente y el alma están separadas. Pude ver que el alma de una persona logra expresarse a pesar de que la mente esté muy nublada. De hecho, lo vi tantas veces que incluso hoy en día espero que ocurra.
La primera vez que vi manifestarse la parte espiritual de una persona con deterioro de memoria, fue durante una crisis personal. Mi padre acababa de regresar a casa del hospital después de cirugía cardíaca y estaba muy desorientado. Era la víspera de Shabat y con varios de mis hermanos estábamos sentados en la mesa, agradecidos y nerviosos por verlo en un estado tan frágil. Cognitivamente, mi padre no estaba bien. No recordaba quién era cada uno y nos confundía constantemente. Él quiso saber dónde estaban mis hermanos que faltaban y por qué no estaban allí. Con mi hermana nos largamos a llorar, porque todos aquellos por los que él preguntaba ya estaban allí, frente a sus ojos.
Mi madre intentó calmarlo explicándole lo que ocurría, pero eso no ayudó para calmar la agitación de mi padre. Finalmente, frustrado, se esforzó hasta que logró ponerse de pie. Sostuvo la copa de Kidush, pero le temblaba la mano y el vino comenzó a derramarse. Estábamos parados, en silencio, terriblemente doloridos al ver su debilidad y su fortaleza, porque con enorme emoción él recitó la plegaria con una voz melodiosa, sin perder el ritmo. Ese hombre que no podía identificar a sus propios hijos, era capaz de alabar a Dios y santificar el Shabat.
En mi trabajo vi esto mismo una y otra vez. Hace unos días les presenté a mis clientes este dilema moral: un hombre conduce su auto en una noche fría y tormentosa y ve que hay tres personas varadas al costado del camino. Una es la mujer de sus sueños. La segunda es el médico que una vez le salvó la vida. La tercera es una mujer anciana. En el auto hay lugar para que suban dos personas. ¿A quién deja a la intemperie?
Max, que se encuentra en un estadio tan avanzado de Alzheimer que no es capaz de regresar a su casa, a pesar de vivir al lado del centro, arruinó mi juego. Sin ni siquiera contemplar las opciones, él dijo: “Yo saldría de mi auto y se los daría a ellos”.
En el centro también está Abby, una sobreviviente del Holocausto. Abby logró sobrevivir la guerra escondida en un orfanato cristiano. Una mañana, la mujer que se sienta a su lado repetía constantemente: “Necesito ayuda. Necesito ayuda. Alguien que me ayude”.
Abby, quien ya no reconoce a su único hijo, se inclinó hacia la otra mujer y le preguntó: “¿Qué pasa querida? ¿Estás asustada? ¿Quieres ir a casa? Todos estamos en esto juntos. Sólo tienes que evitar meterte en problemas y aprovechar lo mejor de esto”.
A continuación, Abby tomó la cuchara de la otra mujer y le dio de comer en la boca puré de manzana. Yo las miraba desde un rincón de la habitación, como suelo hacer a menudo, observando la conducta de estos ancianos que viven en esa zona desconocida, y pensé que Abby había descrito este mundo a la perfección. En este mundo material y disparatado estamos todos juntos, pero nuestras almas no están felices. Ellas quieren volver a casa, pero deben vivir en un lugar repleto de pruebas difíciles. Lo mejor que podemos hacer es ayudar a otras personas necesitadas.
En Rosh HaShaná, Dios ve realmente quiénes somos.
Si hay una lección que aprendí al trabajar con personas que sufren de demencia, es esta: trabaja sobre ti mismo y esfuérzate por perfeccionar tu carácter. Porque cuando la mayoría de tus capacidades intelectuales desaparecen, lo que queda es aquello que realmente eres.
En Rosh HaShaná todos nos presentamos ante Dios, quien todo el tiempo nos observó desde un rincón. Entonces desaparecen todas nuestras máscaras, las ilusiones y las excusas. Dios ve más allá de todas las apariencias. Lo único que queda es lo que realmente somos: nuestra alma. Nuestro verdadero yo interior brilla, sin importar cuánta niebla intente opacarlo.
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