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El Libro de Salmos es nuestra respuesta al amor de Dios. Analicemos uno de los Salmos más famosos.
A lo largo de la Torá, Dios nos da el regalo más íntimo: a Sí mismo. A través de las páginas podemos aprender cuál es Su voluntad y observar Sus actos. El Libro de Salmos es nuestra respuesta a Su amor. A través de sus palabras, le damos a Dios nuestro corazón. Más lágrimas se han derramado sobre las páginas del libro de Salmos que sobre las de ningún otro libro de la Biblia.
El Rey David usó diez fuentes para compilar su más famosa contribución al pueblo judío, pero la voz que escuchamos con mayor claridad es la voz de David mismo. El Talmud nos dice que David fue un alma universal. Sus 70 años de vida fueron tomados de la vida de Adam, que vivió 930 en vez de los mil años que estaba destinado a vivir en esta tierra. Esto le dio a David algo de Adam, que era la fuente física y espiritual de todos los futuros seres humanos.
No es inesperado que su vida, la del hombre universal, fuera tormentosa. David sobrevivió casi a todas las experiencias en el espectro de eventos humanos. Durante gran parte de su vida estuvo rodeado por su familia, pero hubo largos períodos en los que estuvo condenado a un aislamiento casi completo. Encontró tanto amor como increíble agonía en las relaciones que lo rodearon desde su más tierna infancia hasta su muerte, Fue un erudito, un guerrero y un poeta; y durante los últimos 13 años de su vida, fue un inválido.
La poesía del Rey David nos permite entrar a su corazón, que en el sentido más real es el corazón de todo Israel.
Su vida espiritual fue igualmente rica. Los momentos de fracaso fueron trampolines para llegar a alturas espirituales casi sin precedentes. Sus momentos más elevados le dieron intimidad con Dios. Su poesía nos permite entrar a su corazón, que en el sentido más real es el corazón de todo Israel, pasado y futuro. Sus palabras sacan nuestras vidas del aislamiento que sentimos cuando no tenemos a quién acudir.
Por esta razón el Libro de Salmos ha sido una fuente de consuelo para innumerables buscadores espirituales, tanto judíos como no judíos. Se puede decir que el Salmo 23 probablemente sea el Salmo más conocido, y que ha ocupado un lugar destacado en la literatura occidental por su mensaje universal de confianza en Dios, y por su sencillez.
Cuando penetramos el exterior del Salmo, surgen las sorpresas. Vayamos versículo por versículo y nos demos permiso de conmovernos por la fuerza de sus palabras que dan forma a los anhelos que nunca están tan lejos de nuestros corazones como creemos.
El rey David mismo fue un pastor. Él consideraba los días que pasó en soledad y meditación como los mejores días de su vida. No tenía compañía, pero nunca estaba solo. Él era el pastor de sus ovejas, pero Dios era su pastor, quien se ocupaba de cada una de sus necesidades con amor y compasión.
Muchos tememos incluso de la soledad más limitada.
Muchos tememos incluso de la soledad más limitada Tratamos de evitar estar solos, pero el aislamiento nos persigue de forma inexorable. Invariablemente, la vida de cada persona tiene momentos en los que estamos solos. Para algunos, la vejez es un tiempo de inexplicable soledad. Otros, incluso en medio de carreras productivas y vidas sociales activas, sienten una soledad insoportable.
David buscaba esa soledad. Las horas que pasó en cánticos y meditaciones fueron las más dulces de su vida. La razón de esto, citando al Cantar de los Cantares, es que él veía a Dios como su Amante y su Amigo. Rodeado de la belleza y el asombroso silencio del campo, abría su corazón como no podía hacerlo en medio del ruido y la agitación habitual de la vida. En esta coyuntura, el período más feliz de la vida de David, él compuso la mayoría de los Salmos. Sin embargo, ese no era el camino que Dios había elegido para David. Los años de soledad formaron el núcleo de su carácter, pero su máxima expresión tuvo lugar cuando tuvo la oportunidad de tomar a la persona en la que se había convertido y utilizarla para guiar a su pueblo.
Uno de los más grandes eruditos del siglo XIX, el Malbim, nos presenta una parábola relevante. Una vez hubo un rey que quiso preparar al príncipe, su heredero, para su futuro rol como gobernador del reino. Pero el príncipe prefería vivir solo en el bosque, meditar y apegarse a Dios. Dormía en un pequeño cobertizo que él mismo había construido.
Un día, el rey envió a sus sirvientes para que quemaran el cobertizo. Cuando el príncipe regresó y vio que no tenía un refugio, los criados le dijeron que habían encontrado una choza abandonada no lejos de ese lugar. Entonces convirtió la choza en su hogar, hasta que misteriosamente hubo otro incendio, y luego otro más… cada uno llevándolo de regreso a su hogar original. El príncipe reconoció que se trataba de un acto de amor a través del cual su padre lo llevó de vuelta al palacio, no por la fuerza, sino dejándolo cultivar las cualidades espirituales que él deseaba desarrollar y mantenerlas en su interior para siempre, incluso cuando vivía en el palacio.
Las siguientes frases relatan la progresión de eventos que llevaron a David de la paz de sus primeros años a la turbulencia de su vida como rey. Su vida parecía seguir un patrón que hubiera podido perdurar hasta su último día de vida. Pero entonces ocurrió un cambio inesperado. Su alma no tenía descanso. Mientras más Goliat se burlaba de todo lo que era importante para los judíos, riéndose de sus creencias y de su integridad como pueblo, más comprendía David que no podía soportar la prisión espiritual de la pasividad. Regresando a nuestra parábola, su primer refugio, el cobertizo, se había quemado. En retrospectiva, David reconoció que su inquietud fue el primer paso. Eso lo hizo emprender un camino del que nunca se apartaría. También llegó a reconocer que la conmoción era un regalo que lo acercaba a reconocer el incesante amor y apoyo de Dios con más profundidad de la que jamás hubiese podido lograr en el campo con sus ovejas.
Nuestros caminos nos llevan a lugares que nunca hubiéramos imaginado. Como David al enfrentar a Goliat, nos encontramos frente a la muerte cuando menos lo esperamos.
Hace unos años llevé a una amiga a la tumba de Rajel en Beitlejem. El autobús partió de Jerusalem a las 5 de la mañana, dirigiéndose hacia Beitlejem. Una vez allí, el silencio de la madrugada nos acompañó al interior del edificio. El edificio original de la tumba ahora está rodeado por una estructura de acero y cemento que se asemeja a una estación de subterráneo bien cuidada. Las plegarias fueron ardientes y silenciosas. Al final alguien tocó el shofar y recitamos antiguas plegarias bíblicas pidiendo la misericordia de Dios.
Cuando oí los disparos, no me parecieron reales. Fue como si me hubieran transportado a una película del lejano oeste. Los soldados nos advirtieron innecesariamente que no saliéramos. No sé exactamente cuánto tiempo continuó el tiroteo fuera de nuestro enclave protector. Vi el rostro de mi amiga bajo la luz pálida y reconocí en sus ojos la realidad que yo quería evitar. Ese podía ser nuestro último momento en este mundo.
Lo que vi no podía describirse como miedo. Era el reconocimiento absoluto de que seguiríamos al Pastor donde fuera que Él nos guiara.
Lo que me sorprendió fue que lo que vi no podía describirse como miedo. Era el reconocimiento absoluto de que seguiríamos al Pastor donde fuera que Él nos guiara. No hubo nada heroico en su respuesta ni en la mía. Obviamente no nos sentimos invencibles. Nos sentimos pequeñas, indefensas, pero para nada solas.
En verdad no estuvimos en real peligro. Estábamos adentro, la acción fue afuera. Lo que reconocimos, por lo menos durante unos segundos, fue que sin importar el peligro externo que enfrentamos, nunca nos sentimos abandonadas.
¿Qué es un pastor sin su vara? La vara es para proteger a las ovejas, no para atacarlas. Cuando nuestras vidas se vuelven difíciles y nos obligan a enfrentar realidades que hubiésemos preferido no enfrentar, a veces confundimos la vara con el pastor. Lo que nunca debemos olvidar es que somos amados.
El mundo no es un lugar sencillo, es un lugar de desafíos. Nuestra humanidad no se ve desafiada por la comodidad. La "vara del pastor" nos lleva a situaciones que nos dan la posibilidad de descubrir de qué estamos hechos realmente. Esto no sólo es cierto en situaciones de peligro de vida, sino incluso cuando las dificultades se asemejan más a una piedrita en el zapato que a una espada sobre la garganta.
Mi amiga Ester tenía vecinos terribles. Cada viernes a la tarde, ella tenía que "esperar" que le barrieran la basura acumulada durante toda la semana hacia su porche de entrada. Esto iba acompañado de una hostilidad apenas disimulada. El hecho de que Ester y su familia compartieran su patio era recibido con un nivel de agresión egoísta que habría enorgullecido a Ayn Rand. Eventualmente los vecinos se mudaron. Ester estaba feliz, sobre todo cuando los nuevos vecinos resultaron ser una dulce pareja.
Al día siguiente, cuando Ester fue al Kótel (el Muro de los Lamentos), tuvo un inesperado sentimiento de arrepentimiento. Al observar las antiguas piedras comprendió que en el gran esquema de las cosas, los días en los que en silencio levantaba la basura que sus vecinos barrían hacia su casa tenían valor. Esos habían sido momentos en los cuales su alma había encontrado la posibilidad de expresarse.
Antes, David se comparó a sí mismo con una oveja siguiendo al pastor. A través de los desafíos que Dios, el Pastor, le presentó, el estatus de David ha cambiado. Ya no puede compararse a una oveja que come pasto. Ahora es descrito como un ser humano completo. Ha superado sus impulsos más básicos. Una oveja come constantemente; un ser humano puede controlar su deseo de comer y esperar hasta la hora de la comida. Un animal y su alimento orgánicamente son casi inseparables. Un humano invierte su alimento con significado espiritual al agradecerle a Dios por su comida, y también le da significado estético al comer en una mesa servida.
David el pastor, eventualmente fue ungido como rey, elegido por toda la nación. Su evolución personal ya no le pertenecía sólo a él, sino que influyó sobre la historia judía de forma indeleble.
Llevaré al palacio a la persona en que me he convertido durante los años de aislamiento y plegarias. No importa en dónde viva, siempre estaré en la Casa de Dios.
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Excelente Salmo, muy buena la explicación y relación con nuestra vida diaria. Gracias.