Cambio de último minuto

5 min de lectura

Las lecciones más simples de la vida son las más fáciles de olvidar.

Llámanos tradicionalistas. En Pesaj, nosotros nos quedamos en casa… mmm… hasta este año.

Con una irresistible oferta, tomamos la iniciativa y decidimos hacer nuestra primera incursión en el club de los Hoteles de Pesaj.

Sabíamos que nuestra experiencia en el Hilton de San Petersburgo, Florida probablemente bordearía entre lo lujoso y lo hedonista. Habíamos escuchado los reportes de la opulencia culinaria y del resto de las inagotables comodidades.

“Prepárate para el inagotable festín de comida”

“¡No vas a tener hambre por un mes!”

Y la verdad, tenían mucha razón.

Llegamos un jueves en la noche, exhaustos y agotados por el viaje y los preparativos. El botones cargó nuestras 267 maletas (somos una gran familia) en un carrito y nos dejó en el lobby del hotel. Allí nos presentaron al “Recepcionista”.

“No se molesten, el botones dejará las maletas arriba. Vengan al área de la piscina para un gran asado al estilo mexicano. Deben estar hambrientos”.

Tal vez ‘hambriento’ era demasiado, pero si seguimos nuestros instintos y fuimos a la piscina a probar un bocado o dos.

Bueno, pongámoslo de esta manera: Nunca había visto tantos bistec juntos en toda mi vida. Estoy hablando de cientos… muchos cientos. Los cocineros los sacaban antes de que yo pudiera decir, “medio cocido por favor”. Y no te olvides de las hamburguesas y los hot-dogs y las ensaladas y las papas fritas y todo lo demás que te puedas imaginar. Lo teníamos todo.

Fue un sentimiento muy extraño. Incluso hoy en día en tiempos de indulgencia excesiva, todavía somos ajenos a este nivel de exceso. No es que nos estemos quejando. Yo sólo me senté a observar a mi familia – desde el más chico al más grande – saltando sobre la comida para la dicha de sus corazones. Era divertido. Y eso, era solamente el principio.

Pero no fue solamente el volumen, variedad, y el sabor de la comida; era también el sistema de atención que nos regocijó. Nuestro sistema de atención se llamaba Yuri .Venía de Moldavia.

Decir que él era nuestro mesero, no habría sido justo. No después de atender a nuestra GIGANTESCA familia para cada una de las comidas de Pesaj durante 11 días seguidos. No, él era mucho más que eso, él atendió a cada llamado y a cada pedido, y créanme, habían muchos llamados y muchos pedidos.

Supongo que el crédito se lo lleva el equipo de cocineros y de parrilleros, que no escatimaron en gastos ni en esfuerzos para hacer que estuviéramos satisfechos con la comida y la bebida. Pero Yuri se ganó nuestra adulación y adoración con su constante atención a cada necesidad y su magnifico humor.

“¿Más sopa, Rab?”

"¿Algo para los niños?"

"¿Tiene el vino buena temperatura?"

Supongo que eso es lo que se siente tener un sirviente, el verdadero gusto de la libertad de Pesaj. Increíble.

Pero todo lo bueno tiene un final. Era tiempo de armar nuestras 267 maletas para el viaje de vuelta a casa.

Pero todas las cosas buenas tienen un final. Llegó el domingo en la noche, la experiencia de Pesaj había terminado, y era tiempo de empacar nuestras 267 maletas para regresar a casa. Tarde esa noche, tomé un último paseo por el hotel que llamábamos "hogar" durante las vacaciones. Pasé por la cocina, la misma cocina que había fabricado y repartido 11 días de comida para cerca de 700 huéspedes. Miré mientras el exhausto equipo diligentemente guardaba los utensilios, metía los enormes potes y sartenes en contenedores aún más grandes, y guardaba todo lo que sobraba de la comida en cajas. Enormes camiones los esperaban en el estacionamiento. Todo había salido exactamente acorde a lo planeado. Nuestro vuelo en Air-Tran estaba planeado para salir de Tampa a las 6:10 PM del lunes. La mayoría de los otros invitados tenían vuelos ese mismo día más temprano. Jugando el rol de viajero diligente y organizado, revisé el tiempo y vi que el vuelo sería retrasado debido al clima de Nueva York para las 8:00 PM. Nada extraño. De hecho, si hoy en día un vuelo sale a la hora, eso sí que es sospechoso. 

El grupo pasó las horas finales disfrutando los rayos de sol de Florida y reacomodándose para nuestro eventual viaje al aeropuerto. Yo planeé llegar 90 minutos antes del vuelo – a las 6:30 – y chequear una última vez la hora de salida. Nada había cambiado… no había otro retraso. 8 PM el despegue.

A las 6:28 llegó la van al terminal. Presenté mis documentos al agente, y respire un aliento de alivio de que todo había fluido correctamente. Y luego sucedió.

“Lo siento… no lo puedo dejar subir a este vuelo”, dijo.

"¿Perdón?"

"Bueno, están extremadamente tarde".

"¿Tarde? El avión sale a las 8:00 PM. ¡En 90 minutos más!”.

 "No exactamente. El avión se está yendo en este preciso instante".

"Eso es imposible", protesté en vano. "Yo llamé recién. ¡Su grabación decía a las 8:00 PM!".

"Puede ser", dijo él, "pero hubo un cambio de planes".

Estuve en shock por un momento, intenté algunos argumentos en vano y me di cuenta de que no servían de nada.

"¿Y ahora qué?”, pregunté yo.

El agente tipió algunos códigos en la pantalla y sin ningún preámbulo soltó las noticias. “El próximo vuelo para su familia sería el miércoles a las 5 PM”.

"Debe ser una broma", me quejé. "¡Eso es en dos días más!".

"Lo siento eso es lo mejor que puedo hacer por usted".

Unos minutos de negociaciones estratégicas y una reubicación se organizó para el día martes en la tarde, ¡pero eso todavía significaba volver a colocar las 267 maletas en la van y retornar al Hilton para reubicarnos nuevamente en habitaciones!… En silencio volvimos al hotel.

El botones todavía estaba allí, pero Yuri, el “carismático mozo” de Moldavia se había ido. Tampoco estaban los bistec… las papas fritas… las bebidas y nada de lo demás. El maravilloso olor del asado había sido reemplazado por el olor de shampoo para alfombras. El equipo del hotel, que era vasto y muy amistoso horas antes, ahora era reducido y frío.

Minutos después, volvió el hambre. ¿Qué comeríamos? Era imposible encontrar un restaurante casher en San Petersburgo. Y ninguno de nosotros pensó en guardar provisiones para el corto vuelo a casa. Tú sabes como es. Horas antes juramos que “no podríamos poner otro pedazo de comida en nuestra boca”, ahora estábamos famélicos y aterrorizados.

“¿Hay algún supermercado por acá cerca?”, le pregunté al botones con preocupación.

“Seguro. A cinco minutos de acá hay uno. Pero creo que cierra en 20 minutos”.

Cinco de nosotros empujamos la puerta y marchamos en línea recta hacia la tierra prometida del supermercado.

Como un grupo de niños de octavo grado saliendo del edificio cuando suena la campana, cinco de nosotros empujamos la puerta del hotel y marchamos en línea recta hacia la tierra prometida del supermercado. 3 minutos después estaba parado frente a un estante con 4 tarros de Gefilte fish en caldo. Pero para mí parecían deliciosos trozos de fino pescado en salsa de Chardonnay. Los agarré.

Me asomé al pasillo de las galletas y dije una silenciosa y ferviente plegaria para que alguno de los paquetes tuviera un símbolo casher en el envoltorio. Dios fue misericordioso – bocadillos de vainilla.

Luego vino la fruta – manzanas, naranjas, bananas, y como ocho kilos de uvas. Después las barras de granola, las largas cajas de cereal, algunos platos de plástico, cubiertos y latas de refrescos. Estábamos listos.

Muy lento nos fuimos con nuestras provisiones de vuelta al hotel. El viaje de regreso tomó mucho más que 3 minutos. Todos nos sentamos a comer.

Buscamos a Yuri pero no lo pudimos encontrar.

No, la familia Salomon no murió de hambre ni ese día ni el siguiente. Y sí, al final sí tomamos el avión y llegamos a casa sanos y salvos. Pero aprendimos una conmovedora y obvia lección.

Dios da y Dios quita. Nunca olvides eso. El sustento viene de arriba.

Disfruta y aprecia cada pequeña cosa que tienes. Cada plato de sopa, cada cara sonriente, cada atardecer, cada calcetín que usas, y cada Yuri en tu vida.

Nunca sabes cuando pueden desaparecer.

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