Comenzar la travesía

14/10/2022

5 min de lectura

Jaiei Sara (Génesis 23:1-25:18 )

Hace un tiempo, un periódico británico, "The Times", entrevistó a un destacado miembro de la comunidad judía y miembro de la Cámara de los Lores, a quien vamos a llamar Lord X, con motivo de cumplir 92 años. El entrevistador le dijo: "La mayoría de las personas, cuando llegan a cumplir 92 años, comienzan a pensar en ir más lento. Pero usted parece incrementar la velocidad. ¿A qué se debo eso?".

Lord X le respondió: "Cuando llegas a los 92 años, comienzas a ver que la puerta empieza a cerrarse, y yo tengo que hacer demasiadas cosas antes de que se cierre la puerta. Por eso, mientras más envejezco, más duro tengo que trabajar".

Una impresión similar tenemos al observar a Abraham en esta parashá. Sará, su constante compañía a lo largo de todas sus travesías, había muerto. Él tenía 137 años. Vemos que guarda duelo por la muerte de Sará, y luego entra en acción. Mantiene una elaborada negociación para comprar un terreno en el cual enterrar a Sará. Como lo deja claro la narrativa, esta no fue una tarea sencilla. Él confiesa ante los habitantes locales, los hititas, que es "un inmigrante que reside entre ustedes" (Génesis 23:4), dejando claro que él sabe que no tiene derecho a comprar la tierra. Para que pueda hacerlo, es necesario que le den una concesión especial. Los hititas tratan de desalentarlo, amable pero firmemente. Él no necesita comprar un terreno: "ninguno de nosotros te negará un lugar de sepulcro donde puedas enterrar a tu muerto" (Génesis 23:6). Él puede enterrar a Sará en el cementerio de otra persona. Con la misma cortesía y no menos insistente, Abraham deja claro que está decidido a comprar un terreno. Para poder hacerlo, al final paga un precio muy alto (400 shékels de plata).

La compra de la Cueva de Majpelá es un evento sumamente significativo, porque es registrado con muchos detalles y terminología sumamente legal, no sólo aquí, sino otras tres veces en Génesis (aquí en 23:17, y luego en 25:9, 49:30 y 50:13), cada vez con la misma formalidad. Por ejemplo, aquí vemos que cuando Iaakov habló a sus hijos desde su lecho de muerte, les dijo:

"Sepúltenme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón el hitita, en la cueva que está en el campo de Majpelá, frente a Mamré, en la tierra de Canaán, la que Abraham compró con el campo de Efrón el hitita como propiedad de sepultura. Allí sepultaron a Abraham y a su esposa Sará, allí sepultaron a Itzjak y a su esposa, Rivká, y allí yo sepulté a Leá. El campo y la cueva fueron comprados a los hititas" (Génesis 49:29-32).

Aquí se alude a algo muy significativo, de lo contrario… ¿por qué especificar cada vez exactamente dónde está el campo y a quién se lo compró Abraham?

Inmediatamente después de la historia de la compra de la tierra, leemos: "Abraham era anciano, entrado en años, y Dios había bendecido a Abraham con todo" (Génesis 24:1). Una vez más, esto suena como el fin de una vida, no el prefacio a un nuevo curso de acción; y una vez más se confunde nuestra expectativa. Abraham emprende una nueva iniciativa, esta vez para encontrar una esposa adecuada para su hijo Itzjak, que ya tiene por lo menos 37 años. Abraham instruye a su sirviente de mayor confianza que vaya "a mi tierra natal, a mi lugar de nacimiento" (Génesis 24:2), para encontrar la mujer apropiada. Él quiere que Itzjak tenga una esposa que comparta su fe y su forma de vida. Abraham no estipula que ella deba provenir de su propia familia, pero esto parece ser una suposición que flota en el trasfondo.

Al igual que con la compra del campo, este curso de eventos es descripto con más detalles que la mayoría de los relatos de la Torá. Se registra cada conversación. El contraste con la historia del sacrificio de Itzjak no podría ser más marcado. Allí, prácticamente todo queda sin decirse (los pensamientos de Abraham, los sentimientos de itzjak). Aquí, todo se dice. Una vez más, el estilo literario nos llama la atención respecto al significado de lo que está ocurriendo, sin decirnos precisamente de qué se trata.

La explicación es simple e inesperada. A lo largo de la historia de Abraham y Sará, Dios les promete dos cosas: hijos y una tierra. La promesa de la tierra ("Levántate, marcha en la tierra a lo largo y a lo ancho, pues a ti te la daré", Génesis 13:17) se repite por lo menos siete veces. La promesa de hijos tiene lugar cuatro veces. Los descendientes de Abraham serán "una gran nación" (Génesis 12:22), tan numerosos como "el polvo de la tierra" (Génesis 13:16) y como "las estrellas en el cielo" (Génesis 15:5); él será el padre no de una nación sino de muchas (Génesis 17:5).

A pesar de esto, cuando muere Sará, Abraham no tiene ni un centímetro de tierra que le pertenezca y sólo tiene un hijo para continuar el pacto, Itzjak, que en ese momento todavía no se ha casado. Ninguna promesa se ha cumplido. A eso se deben los extraordinarios detalles de las dos historias principales de Jaiei Sará: la compra de la tierra y la búsqueda de la esposa para Itzjak. Aquí hay una moraleja, y la Torá lentifica la velocidad de la narrativa a medida que incrementa la acción, para que no dejemos pasar de largo el punto más importante.

Dios promete, pero nosotros tenemos que actuar. Dios le prometió a Abraham la tierra, pero él tenía que ir a comprar el primer terreno. Dios le prometió a Abraham muchos descendientes, pero Abraham tenía que asegurarse que su hijo se casara, y con una mujer que compartiera la vida del pacto, para que Abraham tuviera, tal como decimos en la actualidad, "nietos judíos".

A pesar de todas las promesas, Dios no hace, y nunca hará, todo solo. Con cada acto de autolimitación (tzimtzum) a través de los cuales creó espacio para el libre albedrío humano, Dios nos dio responsabilidad, y sólo al ejercerla logramos nuestro lugar como seres humanos. Dios salvó a Nóaj del Diluvio, pero Nóaj tuvo que construir el arca. Él le dio la Tierra al pueblo de Israel, pero ellos tuvieron que luchar las batallas. Dios nos da fuerza para actuar, pero nosotros tenemos que hacer algo. Lo que cambia el mundo, lo que cumple nuestro destino, no es lo que Dios hace por nosotros, sino lo que nosotros hacemos por Dios.

Eso fue lo que entendieron los líderes, y eso es lo que convirtió a Abraham en el primer líder judío. Los líderes asumen responsabilidad para crear las condiciones a través de las cuales se pueden cumplir los propósitos Divinos. No son pasivos sino activos, incluso en la ancianidad, como Abraham en la parashá de esta semana. De hecho, en el capítulo siguiente a la historia del encuentro de la esposa para Itzjak, nos sorprendemos al leer que Abraham volvió a casarse y tuvo otros ocho hijos. Cualquier cosa que esto venga enseñarnos, y hay muchas interpretaciones (la más probable es que esto explica cómo Abraham se convirtió en el "padre de muchas naciones"), por cierto esto transmite que Abraham se mantuvo joven, tal como ocurrió también con Moshé, sobre quien está escrito: "Sus ojos estaban intactos y su energía natural no había disminuido" (Deuteronomio 34:7). Aunque la acción requiere energía, ella también nos da energía. El contraste entre la vejez de Nóaj y la vejez de Abraham no podría ser mayor.

Quizás el punto más importante de esta parashá es que las grandes promesas (una tierra, innumerables descendientes), se vuelven reales a partir de pequeños comienzos. Los líderes comienzan con la imagen de un futuro, pero también saben que hay un largo viaje para llegar allí; y sólo podemos alcanzarlo de a un acto por día, un día a la vez. No existe un atajo milagroso, y si lo hubiera, eso no ayudaría. Usar un atajo culminaría en un logro similar al de la planta de Ioná, que creció en una noche y murió en una noche. Abraham adquirió sólo un campo y tuvo sólo un hijo que llevaría adelante el pacto. Pero él no se quejó y murió serenamente y satisfecho. Porque había comenzado el camino. Porque había dejado a las futuras generaciones algo con lo que podrían construir. Todo gran cambio es obra de más de una generación, y nadie vivirá para ver el fruto completo de todos sus emprendimientos.

Los líderes ven el destino, comienzan la travesía, y dejan detrás de ellos a quienes lo continuarán. Eso es suficiente para dar inmortalidad a una vida.

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