Cómo dejar de sentirse una víctima

3 min de lectura

La herramienta de la Dra. Edith Eger para liberarse de las experiencias dolorosas.

Cindy (1), era una de mis alumnas. Ella tuvo una infancia tumultuosa. Cuando estaba en el último año de la escuela secundaria, tocó la puerta del cuarto de sus padres y les pidió permiso para asistir a la fiesta de graduación la noche siguiente. Sus padres se oponían por completo y ya estaban demasiado cansados para seguir discutiendo el tema, pero Cindy no aceptaba un no por respuesta.

La discusión escaló hasta que su padre gritó: “¡Voy a buscar mi arma!” Él saltó de la cama y corrió hacia el armario. Cuando Cindy lo vio sosteniendo el arma, bajó corriendo las escaleras, cerró con llave la puerta de su cuarto y comenzó a temblar. En medio de las lágrimas, llamó al Servicio de Protección Infantil, pero le informaron que como no le habían hecho daño físico, ellos no podían ayudarla. Sola y desprotegida, Cindy se sintió quebrada.

Desde entonces, Cindy pasó años de terapia, lo cual la ayudó, pero los recuerdos de esa dolorosa experiencia a veces volvían a resurgir en su vida y la impactaban negativamente. Le ofrecí a Cindy una herramienta que propone la Dra. Edith Eger, autora y psicoanalista, en su libro En Auschwitz no había Prozac.

La Dra. Eger sugiere que uno debe repasar en su mente la escena difícil para consolar a su yo juvenil y “liberar” al perpetrador (2).

Basándome en esta técnica, le pedí a Cindy que recordara en su imaginación detalles de la explosión con su padre. Le sugerí: “Cindy, cuando tu padre tome su arma, congela la escena y entra a la habitación como el adulto que eres hoy. Ofrécele consuelo a tu yo adolescente, abrazándola hasta que ella se sienta segura”.

“Entonces, toma tu mano y di: ‘Ven conmigo. Tú ya no vives aquí, yo te voy a proteger’. Camina hacia la puerta con confianza, sal hacia la calle y sigue caminando hasta que la casa quede fuera de la vista. Dale espacio para estar enojada y luego muéstrale la belleza de tu vida actual. Ve a tu casa actual y dile: ‘Ahora tú vives aquí. No tienes que vivir más en esa casa, tu vida está aquí. Yo te protegeré para siempre’. Muéstrale a tu yo más joven cuán maravilloso es quedarse en el presente”.

Eger explica que el siguiente paso es regresar y liberar al perpetrador del poder que tiene sobre ti. Ella sugiere poner tu mano en el hombro de esa persona, mirarla a los ojos y decirle: “No puedes hacer más esto. Ya no tienes poder sobre mí. Una vez fui joven y débil, pero ahora soy fuerte. Se acabó”. Eger escribe que “liberarnos del victimismo también significa liberar a otros del rol que les hemos asignado” (3).

Eger es una sobreviviente del Holocausto y utilizó esta técnica en su propia vida para ayudarse a curar las heridas de la supervivencia. Cindy lo intentó y luego compartió lo poderoso que fue este ejercicio para ayudarla a seguir adelante.

Con el poder de nuestra mente, podemos liberarnos del victimismo y comenzar a vivir de otra manera.

Todos hemos experimentado situaciones dolorosas que pueden llevarnos a sentirnos indefensos, no aceptados o no queridos. No tenemos la capacidad de cambiar el pasado o la forma en que se comportan los demás, pero sí tenemos la capacidad de amarnos a nosotros mismos y de rescatar a nuestra mente de las experiencias negativas. Cada uno tiene la opción de seguir siendo una víctima o caminar hacia la libertad. Liberar las cadenas del victimismo es una opción más sana.

La herramienta de Eger puede utilizarse para desafíos más mundanos y cotidianos, por ejemplo, para enfrentarnos con una suegra difícil o alguien que nos presiona en el trabajo.

En vez de revivir experiencias dolorosas, podemos escoger liberarlas y experimentar verdadera libertad y alegría.

Al liberarnos del victimismo cumplimos con muchos mandamientos de forma simultánea. Algunos ejemplos: no odiar a tu hermano en tu corazón (4) y no guardar rencor (5). Todavía más, neutralizar los malos recuerdos nos ayuda a cumplir el mandamiento de servir a Dios con alegría (6) y honrar a tus suegros (7) (mucho más fácil de hacer cuando no sentimos amargura).

Eger explica: “Lo único que tienes es a ti mismo. Naces solo. Mueres solo. Por lo tanto, comienza por levantarte a la mañana e ir al espejo. Mírate a los ojos y di: ‘Te quiero…nunca te voy a dejar'. Abrázate… ¡Pruébalo!” (8).

Ámate a ti mismo. Este es un requisito previo para cumplir la mitzvá de amar a otros. Tú eres la única persona en el mundo que se quedará contigo para siempre. Ninguna otra relación tiene garantías. Nos debemos a nosotros mismos llegar cada día y ser nuestro mayor consuelo. ¿Por qué hacernos daño con pensamientos de victimismo? Date a ti mismo el regalo de la libertad. Deja partir el dolor, para que esa negatividad no ocupe un terreno preciado en tu mente. Cuando liberamos las cadenas del victimismo, finalmente podemos comenzar a vivir la vida feliz que todos ansiamos.


Notas:

(1) El nombre se ha cambiado

(2)  En Auschwitz no había Prozac

(3)  En Auschwitz no había Prozac

(4) Levitico 19:17

(5) Levitico 19:18

(6) Deuteronomio 28:45-47

(7) Éxodo 20:12

(8) En Auschwitz no había Prozac

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