Cómo liberarse del perfeccionismo y la vergüenza

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Nunca serás la misma persona después de cometer un error. Puedes ser mejor.

Mi maestra tenía buenas intenciones, pero nos enseñó una lección perjudicial.

La Sra. Stern* tomó una hoja de papel y la arrugó formando una bola. Luego la abrió y estiró todos los dobleces. Hizo un buen trabajo y logró que el papel quedara plano sobre su escritorio. Luego tomó otra hoja de papel de la pila.

“¿Pueden verlo? Aunque estiré todas las arrugas, esta hoja nunca se verá como esta otra”, nos dijo, mostrándolas una al lado de la otra para dar más énfasis a sus palabras. “Todavía se pueden ver los dobleces”.

Su mensaje era obvio: los errores nos dañan de forma permanente. Puedes corregirlo, pero nunca serás la misma persona.

Su lección tenía dos mensajes perjudiciales: perfeccionismo y vergüenza.

La perfección es una carga de Sísifo: no importa con cuánta fuerza empujemos, nunca lo lograremos. Ninguna persona en toda la historia llegó a la perfección, ni es posible que alguien pueda lograrlo. La perfección no es la meta. La meta es el crecimiento y el perfeccionismo obstruye el crecimiento. El perfeccionismo nos inhibe de perseguir nuestras metas porque nos lleva a querer evitar el fracaso y las críticas. La idea del fracaso es tan aterradora que nos impide tomar los riesgos necesarios.

Cuando el presentador en una carrera dice: “En sus marcas, listos… ¡fuera!”, los perfeccionistas pueden quedarse atascados en la etapa de "listos" y nunca avanzar hacia el "fuera". Para ellos, un enfoque mejor sería: "En sus marcas, fuera, listos".

Es una sensación aterradora y contradictoria. Sí, la planificación y la preparación son esenciales para el éxito, pero no son los únicos elementos para lograr un resultado positivo. Paradójicamente, el fracaso es la puerta al éxito. Hacer un intento, hacer tu mejor esfuerzo, fracasar y luego volver a intentarlo… ese es el proceso de cada emprendimiento exitoso.

El perfeccionismo es un derivado de la vergüenza. Como el perfeccionismo, la vergüenza nunca es útil e impide el éxito.

Vergüenza es creer que hay algo malo conmigo, no con lo que he hecho.

¿Cuál es la diferencia entre vergüenza y culpa? Culpa es el sentimiento que nos hace saber que hemos hecho algo malo, algo que no se alinea con nuestros valores. Tiene relación con nuestra conducta. Cuando nos sentimos culpables, eso nos motiva a corregir nuestro error. Una vez corregido, la culpa a menudo es reemplazada por sentimientos de orgullo o virtud. Nos sentimos curados, una mejor persona que la que éramos antes.

Vergüenza no es creer que hemos hecho algo malo; es creer que hay algo malo en nosotros. Está asociada con quién somos, no con lo que hemos hecho. La vergüenza es el sentimiento que tenemos cuando hemos transgredido una norma y sentimos que somos juzgados. El juicio es sobre nosotros, no sobre nuestra conducta.

La culpa nos empuja a corregir nuestra conducta; la vergüenza se queda y nos invade, afectando nuestro sentido de identidad. Entonces, para defendernos de estos sentimientos de vergüenza, apuntamos a la perfección.

El profesor Brown, un investigador que estudia la vergüenza, explicó: “Cuando el perfeccionismo conduce, la vergüenza siempre va de copiloto. Esto viene de la preocupación por lo que pensarán otras personas. Creemos que si logramos vernos perfectos, vivir perfecto y trabajar perfecto, evitaremos las críticas, la culpa y el ridículo. Es un escudo, pero en realidad es una carga que llevamos encima con la esperanza de que nos proteja de ser heridos”.

Cuando alguien es educado con vergüenza, (por ejemplo, si su madre constantemente le dice: "¿Qué pasa contigo? Acosas a los demás” en lugar de: “Ahora deja de pegarle a tu hermana”), eso se convierte en parte integral de su identidad, tal como su propio nombre.

El Rav Dr. Abraham Twerski, z”l, compartió una historia de su infancia que ilustra la diferencia entre criticar la conducta y criticar al niño. Un Rosh Hashaná, cuando él tenía 10 años, un huésped lo invitó a jugar ajedrez. El pequeño Abraham se sorprendió y no estaba seguro cuán apropiado era jugar ajedrez en ese día tan solemne. El invitado le aseguró que no había ningún problema en jugar, así que Rav Twerski, un campeón del ajedrez, jugó dos partidas y ganó ambas.

Más tarde ese mismo día, cuando su padre lo mandó a llamar a su oficina, Abraham supo que enfrentaría el disgusto paterno. Entró a la oficina y esperó que él le hablara. Después de unos minutos, su padre levantó la vista de su libro y le preguntó: "¿Jugaste ajedrez en Rosh Hashaná?"

"Sí, el Rav dijo que estaba permitido", respondió el niño.

Su padre volvió a dirigir su mirada al libro y el joven Rav Twerski entendió las palabras no pronunciadas. De todos modos, no podía irse de la habitación hasta que su padre se lo indicara. Después de unos minutos, su padre volvió a mirarlo y con una sonrisa y una chispa de picardía en sus ojos, le preguntó: “¿Le ganaste?”.

Su padre le hizo saber que era inapropiado jugar ajedrez en Rosh Hashaná, pero no dejó que se fuera sintiéndose mal consigo mismo. Rav Twerski explicó: “El truco de la buena disciplina, es disciplinar a tus hijos de una forma que les permita saber que lo que hicieron está mal, pero no hacerlos sentir que ellos son malos, incluso si hicieron algo equivocado”.

Vivir con vergüenza tóxica, creyendo que somos malos, es una carga que nos encadena al pasado. Sin embargo, cuando prescindimos de la vergüenza y utilizamos nuestros sentimientos de culpa para crecer a partir de esa experiencia, damos vida a un mejor "yo".

Las cicatrices no son vergonzosas. Podemos transformarlas en algo hermoso.

Si bien a nadie le gusta cometer errores, a menudo los errores que cometemos son nuestros mejores maestros. Hay una milenaria tradición en la cultura japonesa llamada kintsugi, que honra la ruptura que solemos sentir. A través de esta práctica, se destacan las imperfecciones en vez de esconderlas. Kintsugi significa “unir con oro” y nos alienta a mantener el optimismo cuando las cosas se desmoronan. Esta práctica se manifiesta en la restauración de piezas de cerámica rotas en vez de botarlas a la basura.

Esto implica reconocer que los accidentes ocurren. Tu jarrón favorito puede resbalarse de las manos y romperse en pedazos. Quienes practican kintsugi no arrojan a la basura la cerámica rota. En cambio, la vuelven a pegar. Unen los pedazos rotos con savia y la recubren con oro, destacando la fractura en vez de esconderla. El oro es valioso. El oro es hermoso. Eso transforma la pieza de cerámica dañada o rota en una obra de arte.

Las cicatrices no son vergonzosas. Podemos transformarlas en algo bello.

No hay duda de que los eventos traumáticos como la vergüenza nos afectan profundamente. Cambian nuestra vida. Nos hacen sentir como un jarrón de cerámica rota que ya no sirve de nada. Pero en manos del artesano correcto, podemos transformarnos en una obra de arte.

Esta es una lección que vale la pena aprender. Somos tanto el artesano como la obra de arte. La Sra. Stern estaba equivocada. Nunca serás la misma persona después de cometer un error… puedes ser mejor.

*Pseudónimo

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