Cómo un cripto-judío construyó una sucá bajo la nariz de la Inquisición

11/10/2022

6 min de lectura

En 1603, al estar prisionero por practicar en secreto el judaísmo, Sebastián Rodríguez construyó una sucá.

A lo largo de nuestra larga historia, los judíos hemos superado toda clase de obstáculos para lograr observar la mitzvá de la sucá. Pero quizás uno de los ejemplos más sorprendentes del amor del pueblo judío por esta mitzvá, y la determinación para cumplirla a toda costa, es la sucá que construyó en el año 1603 en la ciudad de México un cripto-judío llamado Sebastián Rodríguez.

Rodríguez había sido arrestado por la Inquisición por cometer el crimen de judaizar (practicar el judaísmo en secreto). Faltaba poco para Sucot y él decidió hacer lo imposible: contruir una sucá. En prisión. Bajo los ojos de sus carceleros, agentes de la Inquisición española.

Había sólo una pregunta: ¿Cómo lograría hacerlo?

Un mundo precario

La sucá frágil y temporaria, debe recordarnos que la vida es pasajera. Nuestros hogares, nuestros trabajos, incluso toda nuestra vida, pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Los judíos de España aprendieron esta difícil lección en el año 1391, cuando turbas de campesinos enfurecidos salieron a atacarlos. Cuando se detuvo la rebelión, casi todas las comunidades judías de España habían sido destruidas. Miles de judíos fueron asesinados y decenas de miles fueron bautizados a la fuerza.

Muchos de estos "nuevos cristianos", conocidos también como cripto-judíos o anusim (los obligados), sólo actuaban externamente como buenos cristianos, Pero en sus corazones, seguían considerándose judíos, y detrás de las puertas cerradas continuaban practicando en secreto la religión judía.

En algunos lugares, por lo menos en los primeros años del siglo XV, su lealtad podía manifestarse más abiertamente. Algunos cripto-judíos continuaron asistiendo a celebraciones familiares, e incluso celebraron las festividades judías con sus parientes y amigos que seguían siendo judíos.

También fueron testigos oculares de lo que la Iglesia hizo para hostigar y oprimir a la menguante población judía de España. La Iglesia esperaba que la pobreza y la degradación convencería a estos judíos que quedaban a abandonar su fe. Por eso, muchos anusim que pudieron mantener sus trabajos y su riqueza porque eran cristianos —aunque sólo fuera de nombre—, intentaron ayudar a sus hermanos. Por ejemplo, antes de Sucot algunas mujeres anusim prestaban sus telas costosas y sus alfombras para decorar las sucot en el gueto judío. Incluso prestaban sus vestidos finos y sus joyas a las mujeres judías empobrecidas.

Durante la festividad, los anusim visitaban las sucot, y por cierto ayudaba el hecho de que las ciudades medievales eran muy pequeñas. Si alguien llegaba a cuestionarlos, los anusim respondían que justo pasaron por el lugar y sintieron curiosidad por ver las pequeñas cabañas. Una vez que estaban adentro, aceptaban el ofrecimiento de algún refrigerio. Pero la visita no tenía nada que ver con el mandamiento judío de habitar en la sucá, o por lo menos eso era lo que los anusim decían a los demás.

Los anusim que deseaban construir su propia sucá, por lo general iban y la construían en algún campo cercano. Si eran cuestionados, tenían preparada su respuesta. Habían armado las cabañas porque habían oído que se acercaba una tormenta.

El contacto abierto entre las dos comunidades continuó hasta 1478, cuando los anusim sufrieron un nuevo golpe: la Inquisición española. De la noche a la mañana se volvió un crimen tener alguna relación con la religión judía, y los recuerdos placenteros de sentarse en la sucá los atormentaban.

En los registros de la Inquisición podemos leer el testimonio de Elvira Martiez de Toledo, quien en 1509 trató de convencer a sus interrogadores de que su visita a una sucá "no tenía relación con la ceremonia, sino que ella sólo quería ver cómo era esa cabaña". Juana Rodríguez fue más desafiante. Cuando la arrestaron en el año 1504, ella dijo que recordaba haber prestado a una judía una alfombra y una sábana bordada, para que pudiera armar su sucá, "todo lo cual hice para honrar y cumplir las leyes de los judíos, pensando que de esa forma me salvaría".

Pero sin importar qué respondieran, con miedo o desafío, los anusim sabían que la soga se iba cerrando alrededor de sus cuellos.

Un nuevo mundo

Ya estaban desesperados, pero las cosas parecieron empeorar todavía más en 1492, cuando los judíos fueron expulsados de España y se cortó la última conexión tangible de la comunidad de anusim con la vida judía. Luego llegó la noticia de que Cristóbal Colón había descubierto un "nuevo mundo", y eso renovó las esperanzas de los anusim. Cuando los españoles decidieron colonizar Nueva España (hoy en día, México), necesitaron gente que estuviera dispuesta a asentarse en la nueva colonia. Los anusim, ansiosos por escapar de la inquisición, abandonaron España en masa. Según algunas estimaciones, a mediados del siglo XVI vivían en la ciudad de México más cripto-judíos que españoles católicos.

Preocupados, los funcionarios católicos de México escribieron cartas quejándose de eso con el gobierno español. El gobierno respondió de dos formas: promulgando la ley de pureza de sangre, que limitaba la inmigración a México sólo a aquellos cristianos nuevos que pudieran demostrar que sus familias habían sido cristianos nuevos por lo menos en las tres últimas generaciones, y estableciendo la inquisición mexicana, un brazo de la inquisición en España.

Es interesante que la inquisición mexicana no atacó a los indígenas nativos, a pesar de que muchos de ellos seguían observando sus prácticas paganas después de su conversión. En cambio, estaban concentrados en descubrir a los herejes entre las poblaciones europea y mulata. Los protestantes y católicos acusados de faltas morales ocupan un lugar destacado en los registros. Los cripto-judíos son otro grupo destacado entre los acusados.

Sin embargo, a pesar de la amenaza de ser descubiertos y posiblemente morir, los anusim continuaron practicando el judaísmo de la mejor forma que les fuera posible. Como no tenían acceso a un calendario judío, muchas comunidades calculaban las fechas de las festividades de acuerdo con el ciclo lunar. Sucot era celebrado 14 o 15 días después de que apareciera la luna nueva en septiembre. Con los años, las cuatro especies fueron olvidadas, pero el recuerdo de la sucá se mantuvo. Algunos anusim seguían yendo al campo para construir sus cabañas, mientras que otros encontraban algunas otras formas de observar la mitzvá en secreto.

Un mundo lleno de esperanza

Los peores años de la inquisición mexicana llegaron muy rápido. Por ejemplo, en el auto de fe que tuvo lugar en la ciudad de México en diciembre de 1596, de los 66 presos sentenciados, 41 habían sido acusados de judaizar. De estos, 22 se reconciliaron con la Iglesia, 10 fueron quemados en efigie porque habían escapado de México, y 9 cripto-judíos fueron quemados en la hoguera.

Es muy posible que el Sebastián Rodríguez de nuestra historia de la sucá haya estado entre los cripto-judíos que fueron sentenciados ese diciembre. Los registros nos dicen que un Sebastián Rodríguez y su esposa Constanza estaban entre "Aquellos que iban a ser reconciliados por guardar y observar la ley muerta de Moisés", así como otros miembros de su familia extensa, cuyos nombres también aparecen en el relato de la prisión.

El término "reconciliar" suena mejor de lo que en verdad era. Una expresión popular de la época declaraba cínicamente "Uno puede abandonar la inquisición sin ser quemado, pero se asegurarán de que salga chamuscado". Ser reconciliado con la iglesia implicaba que la iglesia estaba dispuesta a dejarte vivir como un cristiano, pero de todos modos serías castigado. En el caso de Constanza y Sebastián Rodríguez, su castigo fue "prisión perpetua" y la confiscación de todos sus bienes.

No sabemos qué hicieron en Sucot durante los primeros seis años de su condena, pero hay un registro memorable de lo que sucedió el séptimo año, lo que aparece en el libro Secreto y engaño: la religión de los cripto-judíos, de David Martin Gitlitz.

Una noche, durante al festividad, Sebastián Rodríguez le pidió a un hombre llamado Capitán Lemos (que resultó ser un informante) que fuera a traer muchas ramas. Cuando Lemos regresó, estaba acompañado por cuatro indígenas, que traían ramas de sauce a la prisión. Después de decorar con las ramas los cielos de algunos de los corredores y patios interiores de la prisión que daban al cielo abierto, pusieron mesas en los corredores. Otra mesa fue colocada en frente de la habitación que estaba delante del patio en donde estaban prisioneros Rodríguez, su esposa y otros miembros de su familia y amigos. Entonces, cuando todo estuvo dispuesto, miembros de la familia que estaban libres llevaron comida a la prisión y la sirvieron.

Esto último no era inusual, porque se esperaba que las familias cuidaran a sus parientes encarcelados, lo que incluía llevarles comida. Sin embargo, lo inusual fue la festividad de la ocasión. Por supuesto, la sucá de Rodríguez probablemente no era cien por ciento casher. Pero según Lemos, allí sin duda se sentía la alegría de Iom Tov. No sólo hubo comida abundante, sino también música, cantos y mucho regocijo.

¿Cómo logró eso Rodríguez? Él le dijo al guardia de la prisión, que participó de la comida como huésped junto con su esposa, que se trataba de una celebración matrimonial…

¿Realmente logró engañar al guardia? ¿Lo sobornaron? ¿Acaso él también era un cripto-judío o alguien que tenía parientes que eran cripto-judíos? No lo sabemos.

Pero sí sabemos que 400 años más tarde, la decisión de Rodríguez de construir una sucá sigue siendo un ejemplo inspirador de la determinación del pueblo judío por cumplir la Torá donde sea que se encuentren, incluso bajo la nariz de  la Inquisición española.

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