Comunicación entre religiosos y no-religiosos

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Al pasar tres días con israelíes no religiosos, descubrí cosas sorprendentes sobre ellos… y sobre mí.

"Pero oficial, ¡no fue a propósito! ¡Soy inocente! La señalización de ‘una vía’ estaba tapada por los árboles. ¡Nunca la vi!". Yo estaba diciendo la verdad, pero al oficial no le importó; de todas formas me pasó una multa de tránsito.

Dos años después, en otra calle de Jerusalem, me encontré con una señalización igualmente tapada, un oficial igualmente poco impresionado, y una multa de trafico idéntica. Después de haber conducido 40 años en Estados Unidos sin ninguna multa, aquí —en el transcurso de unos pocos años— ya he empezado una verdadera colección.

Por correo me llegó una carta personalizada de la Oficina de Transportes, por medio de la cual me invitaban cordialmente a atender a una escuela especial de 12 horas por tres días para mejorar mis habilidades de conducción. La cordialidad de la invitación se vio de cierto modo “opacada” por el cortés recordatorio de que no asistir podría causar la revocación de mi licencia de conducir.

Así que no tuve otra opción más que asistir a la escuela de manejo, y la verdad es que aprendí muchas cosas nuevas; no solamente sobre seguridad al conducir, sino que también sobre los israelíes no religiosos.

Por tres días tuve que estar encerrado junto a todo tipo de israelíes, de todas las clases sociales. En mi clase de 35 había un árabe, dos jaredim y cuatro religiosos nacionalistas. El resto, un 80% del grupo, eran israelíes —tanto hombres como mujeres— que a primera vista parecían no tener ninguna conexión con alguna forma de vida religiosa. Era un mundo extraño y nuevo para mí. Unos cuantos hombres llevaban aretes y tatuajes, todos vestían playeras y jeans, y ninguna de las mujeres estaba vestida de una forma que podría describir ni siquiera como remotamente modesta. Lo que en un barrio religioso sería considerado provocativo allí era considerado de rigor, y lo que en un área religiosa sería considerado vestimenta modesta allí habría estado fuera de lugar. Y todos —jóvenes, viejos, hombres y mujeres, religiosos y no religiosos— parecían fumar.

Si no fuera porque todos hablábamos hebreo, podría haberse tratado perfectamente de un grupo de Italia, España o Grecia. Además de eso, la única conexión que parecíamos tener era que cada uno de nosotros había violado algunas leyes de tránsito. Todos éramos israelíes y judíos (excepto por un árabe), pero en la superficie, mis compatriotas y yo, para bien o para mal, parecíamos no tener nada en común.

Bueno —me encontré pensando— ¿no es esto lo que querían los fundadores Sionistas? ¿Quitarnos las cadenas del judaísmo, la estrechez de mente del shtetl, y convertirnos en ciudadanos del mundo?”.

Pero durante esos tres días, a medida que fui conversando con muchos de ellos, fui descubriendo cuán injusto había sido en mi juicio inicial. Al final del primer día, el duro, arrugado y completamente secular instructor nos dijo “buenas noches” y agregó que nos vería al día siguiente im Irtzé Hashem, ‘si Dios quiere’. Incluso si lo dijo porque así se acostumbra, no me esperaba una expresión tan religiosa saliendo de sus labios, pero ahí estaba. Y lo dijo como si en realidad lo sintiera.

En el pequeño café del lugar, me acerqué a comprar un cono de helado. El propietario —que no era religioso— me detuvo. "No creo que quieras esto; no tiene hejsher (certificación casher)". Quizás fue por mi barba y mi kipá negra, pero durante un recreo un compañero de clase me confesó con tristeza que sus hijos adolescentes parecían estar yéndose en direcciones poco sanas, y que él ahora añoraba un poco de apoyo religioso para ellos y desearía que hubiese algún lugar para que las familias no religiosas aprendieran valores de Torá.

Había sido demasiado duro al juzgar tan rápido por las apariencias externas.

Bajo todos los disfraces, ellos eran mis hermanos y hermanas espirituales, cada uno con su idishe neshama, su ‘alma judía’. Había sido demasiado duro al juzgar tan rápido por las apariencias externas. Eran buenas personas, judíos serviciales y considerados, muy respetuosos y curiosos sobre la conducta religiosa genuina y sincera. Creo que mis compañeros de clase eran simplemente criaturas de su ambiente, productos de escuelas y maestros que no sabían nada de judaísmo y que les habían transmitido su ignorancia a sus alumnos. Pero bajo su apariencia externa, parecían bastante abiertos y dispuestos a responder positivamente ante enseñanzas y ejemplos sensibles y solidarios.

Tal como yo nunca había estado expuesto a ese aspecto de la sociedad israelí, ellos nunca habían estado expuestos al componente religioso que es una parte tan integral de Jerusalem e Israel. Si uno pudiese excavar un poco bajo la superficie de estas personas, podría descubrir un gran amor, respeto y apertura hacia nuestra herencia judía en común. Es una lástima que haya tan poca gente a la que le importe lo suficiente y que sea suficientemente talentosa como para hacer la excavación.

Lo que aprendí en el curso —además de conducir con precaución y algunos términos en hebreo— fue que es muy útil salir ocasionalmente del cascarón social en el cual uno se encuentra, y buscar personas y grupos que no son exactamente como uno mismo. Eso puede ser mutuamente beneficioso y ayudarnos a crecer espiritualmente. Pero a lo largo del camino, intenta no conducir contra el tráfico en calles de un solo sentido. Siempre hay alguien mirando. Te lo prometo. Si no es el policía de transito, es alguien más.

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