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En la parashá de esta semana, finalmente la verdadera identidad de Iosef es revelada a sus hermanos. Hasta entonces, los hermanos de Iosef no sabían que el Virrey aparentemente cruel e injusto no era otro más que su propio hermano, a quien habían vendido como esclavo décadas antes.
Las palabras de Iosef: "Yo soy Iosef", desconcertaron y avergonzaron a sus hermanos. Ese hubiera sido el momento perfecto para que Iosef les dijera: "¡Miren lo que han hecho! Dios frustró sus planes malvados y me recompensó por todas mis dificultades convirtiéndome en Virrey!". Pero Iosef respondió de una manera de la cual todo podemos aprender. Iosef les dijo con afecto:
"Entonces Iosef dijo a sus hermanos: 'Por favor, acérquense a mí'… Y dijo: 'Yo soy Iosef, su hermano, al que vendieron a Egipto. Y ahora, no se entristezcan ni sea motivo de enojo entre ustedes porque me vendieron aquí, pues para sustento de vida Dios me envió delante de ustedes …. Y ahora, no han sido ustedes quienes me enviaron aquí, sino Dios…"
Imagina la historia de Iosef:
Él respondió al pedido de su padre de ir a ver dónde estaban sus hermanos, pero en vez de recibirlo con amor fraternal, lo arrojaron a un pozo, luego lo vendieron como esclavo y eventualmente estuvo doce años en prisión. Iosef ve a sus hermanos por primera vez después del incidente y hubiera estado justificado en culparlos. Por culpa de ustedes sufrí todas estas dificultades y soporté tanta angustia y dolor. ¡Yo no les había hecho nada!
Pero Iosef aleja su perspectiva de los hermanos y la enfoca directamente en Dios. "No han sido ustedes quienes me enviaron aquí, sino Dios".
Qué bella perspectiva. Cuando uno concluye que nadie puede hacerle nada sin el consentimiento de Dios, entonces no hay ninguna razón para enojarse con esa persona. Iosef no sólo no intentó obtener ni una gota de perdón, ni siquiera una pequeña porción de culpa, sino que les dijo que no se angustiaran, que sólo fueron herramientas en manos de Dios.
Nuestro hijo no nos hace caso, nuestro cónyuge dice algo poco sensible, un amigo olvida invitarnos a una fiesta, el auto que viaja detrás toca la bocina sin ninguna razón aparente. Todas estas cosas pueden molestar a una persona y ponerla furiosa. Sin embargo, cuando comprendemos que todo lo que nos ocurre viene directamente de Dios, y que de quién llega es irrelevante, entonces no hay razón para enojarnos.
En cambio, nos dirigimos a Dios y le decimos: "Muy bien, Dios. Te escucho. La persona que viene detrás toca la bocina, ¿hay alguna área de mi vida en la que me muevo demasiado lentamente?". Si nuestro hijo no nos hace caso, podemos preguntarnos si nosotros hacemos caso a otros y a Dios. En vez de enfocarnos en la otra persona y en cómo nos tratan, aprovechemos la experiencia como una oportunidad de crecimiento y nos liberemos del enojo y la frustración. Cuando lo hacemos, podemos ver realmente la mano afectuosa de Dios guiándonos exactamente adonde debemos estar, eventualmente llevándonos a un bello y elevado rol, tal como Dios hizo con Iosef.
Ejercicio:
Cuando quieras culpar a otro por algo, recuerda que es un mensajero de Dios. Dile a Dios que sabes que viene de Él, y pídele ayuda para entender qué puedes aprender de esa situación.
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