Coraje en la Mikve

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A veces hace falta coraje para meterse en las aguas de la mikve.

Estaba conmovida por mis emociones. Era mi noche de mikve, una noche que usualmente espero con ansias. Pero esta vez no quería ir.

Mi doctor me había dicho un par de días antes que para concebir quizás necesitaríamos fertilización in vitro. Estaba completamente en shock. Siempre sospeché que necesitaría tratamientos de fertilidad para concebir, pero nunca pensé que necesitaría algo tan drástico como esto. Y sabiéndolo, la mikve parecía una broma cruel. ¿Cómo podía sumergirme en esas aguas, mirar a Dios - con quien yo estaba tan enojada que apenas podía hablarle - y celebrar el cambio mensual de mi ciclo? ¿Cómo podía volver a esos cuartos de mármol que había dejado tan esperanzada un mes atrás, con la ilusión de volver diez meses después?

Hablé con amigas que habían pasado por lo mismo, y escuché sus consuelos. Ciertamente iba a funcionar, e iba a funcionar pronto. Dios tenía una razón para este dolor, al igual que para los demás dolores. Algún día la entenderé. Apreciaré la maternidad mucho más gracias a esto. Dios anhelaba mis rezos, me puso esta dificultad porque deseaba escuchar mi clamor.

Escuché, pero no estaba convencida. ¿Por qué? ¿Por qué mis rezos? Me preguntaba. Hubiese preferido hacer lo que habían hecho mis amigas: concebir rápidamente, anunciarlo alegremente unos meses después, y enviar emocionadas mensajes de texto horas después de sus partos, sin el “anhelo por los rezos”.

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Sin mucho ánimo, fui a la mikve. Mi cuarto de preparación favorito estaba disponible y me alegré por la paz y tranquilidad que me esperaba allí. Puede que una hora en la bañera sea lo que necesito justo ahora, pensé. Preparé con cuidado mi cuerpo para la inmersión, tan meticulosamente como cuando era una novia. Todo estaba limpio. ¿Mi corazón? No muy feliz, pero alegrándose de a poco.

Hace falta coraje para pedirle a Dios lo mismo una y otra vez, mes tras mes, y creer que realmente es posible.

Entré en las cálidas aguas de la mikve y de repente lo entendí – tuve la repentina claridad de que este acto era la base del coraje. Hace falta coraje para sumergirse en las aguas de la mikve y creer, a pesar de las ecografías, las estadísticas y la desesperanza, que una vida se puede formar dentro de ti. Hace falta coraje para pedirle a Dios lo mismo una y otra vez, mes tras mes. Hace falta coraje para creer que realmente es posible.

¿Tenía yo ese coraje? Decidí que sí. Yo quería ser una madre intrépida y valiente, y podía ser aquella mujer hoy mismo.

Cuando sumergí mi cabeza en el agua, recé y pedí que así como la mikve es un útero, un lugar de renacimiento, así también que la vida se implantara en mí. Recé por el milagro que sabía que sólo Él podía otorgar. Porque los que hemos luchado contra la infertilidad hemos visto el mundo al descubierto. Sabemos que no hay drogas ni procedimientos que puedan crear vida – es sólo Dios. Él le dio hijos a las matriarcas estériles, y puede hacer lo mismo para toda mujer en las clínicas de fecundación in vitro de hoy en día.

Sólo hace falta coraje para pedir.

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