Cualquier cosa menos enojo

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Superar el enojo hacia los demás puede cambiar nuestra relación con Dios.

La primera regla de la consejera matrimonial Susan L. Adler a la que debe adherir toda pareja es: "cualquier cosa menos enojo". Adler explica por qué el enojo es tan venenoso.

El enojo a menudo se utiliza como un mecanismo de adaptación para enfrentar las emociones que amenazan nuestra estabilidad interna. En nuestras relaciones muchas veces nos sentimos tristes, heridos, ansiosos o asustados, lo cual nos hace sentir vulnerables, un sentimiento que se traduce como debilidad o impotencia. Por lo tanto, nuestra emoción primaria de dolor o temor provoca una emoción secundaria de enojo como una forma de sentirnos en control o más fuertes y menos vulnerables. El enojo crea una sensación ilusoria de poder que puede parecer intoxicante, en especial cuando la alternativa parece ser aterradora.

Aunque la vulnerabilidad puede ser incómoda, expresarla invita a nuestra pareja a nuestro mundo y puede ayudar a crear más amor y cercanía en la relación. El enojo enmascara esa vulnerabilidad y mantiene alejados a nuestros seres queridos, actuando como un sustituto venenoso de las respuestas emocionales que pueden crear la cercanía y la intimidad que todos buscamos.

Una mujer puede sentir enojo con su marido por no pasar suficiente tiempo con su familia, pero debajo del enojo probablemente ella se siente herida por no ser la prioridad de su esposo o por sentirse sola y desconectada. Aunque manifestar estos sentimientos como indignación le permite sentirse más "fuerte" y "en control", probablemente eso sólo incrementará el conflicto, porque el enojo provocará en él una respuesta de pelea o huida. Pero es más probable que reciba una respuesta favorable de su esposo si manifiesta su vulnerabilidad al compartir su dolor o sus sentimientos de soledad sin enojo ni culpas. La regla de "cualquier cosa menos enojo" es un fuerte principio que requiere coraje para enfrentar nuestra inseguridad interna.

A diferencia de todas las otras cualidades personales que requieren un equilibrio, el enojo debe ser erradicado por completo.

Maimónides considera el enojo como una emoción o una cualidad personal singular. Cuando se trata del desarrollo de la personalidad, Maimónides piensa que lo fundamental es el equilibrio. Él cree que cada cualidad debe existir en una medida apropiada. De hecho, en hebreo la palabra que se usa para una cualidad del carácter, midá, también significa 'medida', lo que demuestra esta idea fundamental de que cada cualidad es apropiada en la medida correcta.

Pero de acuerdo con Maimónides, hay dos excepciones a esta regla: el enojo y la arrogancia. Maimónides dice que el enojo no debe existir en absoluto en nuestro interior. A diferencia de todas las otras cualidades personales que requieren un equilibrio, el enojo debe ser erradicado por completo. Maimónides cita el Talmud que dice que enojarse es como hacer idolatría. ¿Qué tiene que ver el enojo con la idolatría? El enojo parece ser tan destructivo porque afecta nuestras relaciones interpersonales, mientras que la idolatría es el pecado por excelencia entre el hombre y Dios.

Una creencia fundamental del judaísmo es que todo en la vida viene de Dios y está planificado especialmente para fomentar nuestro desarrollo espiritual. El enojo es una respuesta emocional cuando experimentamos algo que nos parece injusto, cuando percibimos que el mundo no es como debería ser. Dios, sin embargo, es la esencia de la perfección y no comete errores. Cuando experimentamos enojo, en esencia demostramos que no creemos realmente que Dios es la fuente de todo lo que nos ocurre. Si sentimos que lo que nos pasa en injusto o caótico, en oposición a algo enviado por Dios, entonces quedan sembradas las semillas de la idolatría.

Para ser claros, los seres humanos tienen libre albedrío y la gente puede hacer cosas terribles e injustas. Ignorar las crueldades que ocurren a nuestro alrededor en medio de nuestra búsqueda para erradicar el enojo no es un ejercicio de piedad, sino que es algo cruel. Sin embargo, estas injusticias no deben hacernos descender al agujero negro del enojo donde nos atrincheramos en ese pozo de debilidad que se hace pasar por fortaleza. Debemos dirigir nuestra pasión a la búsqueda de la justicia y la rectitud. El enojo ve la injusticia y juzga con amargura al mundo como imperfecto y caótico. La pasión ve la injusticia y reconoce a Dios no sólo como la fuente del problema sino como la fuente de poder que plantó en nuestro interior la capacidad de superarlo.

Estamos en el mes de elul, cuyas letras son una sigla de las iniciales de "Ani ledodi vedodi li", 'yo soy de mi Amado y mi Amado es para mí', lo cual se refiere a nuestra relación con Dios. En elul, el mes previo a las Altas Fiestas, es cuando es posible lograr cercanía con nuestro Creador, Quien parece estar lejano como un sueño en otros momentos del año.

Quizás una de las lecciones del enojo es que no podemos trabajar en nuestras relaciones con los demás sin reconocer a Dios, ni podemos acercarnos a Dios mientras alejamos a nuestros hermanos y hermanas. Las mismas fuerzas que erosionan nuestras relaciones con otros seres humanos también quiebran nuestra fe fundamental en la bondad de Dios. Elul es el momento para reconectarnos con Dios, y una de las formas en las que podemos lograrlo es afirmando nuestra creencia en que todo lo que nos ocurre fue diseñado por Dios para llevar a nuestro máximo crecimiento espiritual.

La fe no puede ser sólo un concepto abstracto. Necesita impregnar nuestra forma de vida con una conciencia constante de que Dios es la fuerza que dirige nuestra vida. Elul es el momento para reflexionar sobre las frustraciones y la irritación natural de vivir con personas imperfectas y recordar que, en definitiva, todo proviene de Dios. Este es el momento oportuno para canalizar estos sentimientos y esta energía para llegar a aceptar el "paquete completo" que Dios nos ha dado y aprovechar este elul para crecer.

Cuando nuestra ira se transforma en fe, no sólo salvamos nuestras relaciones humanas sino que también podemos transformar nuestra relación con Dios.

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