Cuando el Rey Luis IX quemó el Talmud

5 min de lectura

Hace mil años, el rey Luis IX ordenó quemar el Talmud en Paris.

“Oh (Talmud), que ha sido consumido por el fuego, pide por el bienestar de aquellos que están de duelo por ti…”

Estas palabras fueron escritas por Rav Meir de Rothenburg (1215-1293), un brillante estudiante judío que viajó a París desde su hogar en el norte de Alemania para estudiar en una reconocida ieshivá, después de haber sido testigo de la quema masiva del Talmud en Paris en 1240, siguiendo las órdenes del rey Luis IX. Luis IX, un rey que seguía la doctrina de Aristóteles, fue uno de los pocos pensadores cristianos medievales que debatió voluntariamente con los judíos. Pero para miles de judíos de Francia su legado está repleto de dolor y sufrimiento.

El rey Luis IX “era un espléndido caballero, popular por su bondad y su encanto", afirma la Enciclopedia Británica. Coronado a los 12 años en 1226, el rey Luis IX instituyó reformas legales por toda Francia y a menudo juzgaba casos en su magnífico Gran Salón en el Palais de la Cite en Paris, donde conducía los juicios y decidía los castigos para sus súbditos. Siendo un católico religioso, al rey Luis IX le preocupaban los judíos. Él emitió en 1230 el Decreto de Melún, forzando a los judíos a realizar trabajos “honestos”, lo que en realidad era trabajo manual. (Al tener prohibidas virtualmente todas las profesiones por el Concilio de Letrán de 1215, la vida para los judíos de Francia se volvió todavía más difícil). A Luis IX también le gustaba debatir con los judíos sobre religión y sobre los textos sagrados del judaísmo.

Después de 1230, el rey Luis IX finalmente tuvo la oportunidad de presumir de su poder de debate y su piedad al debatir con los judíos sobre la misma validez de la fe judía.

En 1236, Nicolás Donin, un judío parisino que había dado la espalda a la comunidad judía y había aceptado públicamente el catolicismo, escribió al Papa Gregorio IX una carta incriminatoria. En ella, Donin atacó al Talmud, las discusiones escritas sobre la Ley Oral que le fue entregada a Moshé en el Monte Sinaí junto con la Ley Escrita que compone los Cinco Libros de Moshé. Él enumeró 35 quejas contra el Talmud, incluyendo el hecho de que ataca a la iglesia católica. Donin afirmó que si no existiera el Talmud, entonces los judíos abandonarían su fe judía y se convertirían al cristianismo, como él mismo lo había hecho.

El Papa Gregorio IX tomó seriamente la carta de Donin y escribió a todas las instituciones católicas de Francia demandando que se apoderaran de las copias del Talmud que poseían sus comunidades judías. Cartas similares fueron enviadas a los líderes en Italia, España y Portugal. El Papa anunció que el Talmud iba a ser juzgado y todas las copias debían ser confiscadas antes de que comenzara el juicio.

El Rey Luis IX

La fecha fijada para retirar los preciados volúmenes del Talmud de las sinagogas, hogares y escuelas judías fue el Shabat 3 de marzo de 1240. Ese día, en toda Europa, los oficiales irrumpieron en las sinagogas donde los judíos se habían reunido para los servicios de Shabat y se llevaron los volúmenes del Talmud que habían sido meticulosamente escritos a mano, y también otros libros judíos. Cualquier judío que intentara prevenirlo podía ser asesinado con impunidad.

Dos meses después, el Talmud fue puesto a juicio. El rey Luis IX supervisó la organización: los procesos judiciales serían públicos y prometió garantizar la seguridad personal de los judíos que fueran acusados por defender el Talmud. Sin embargo, había reglas estrictas a las que los judíos que defendieran al Talmud debían adherir: ellos no podían criticar al cristianismo de ninguna manera. No podían decir nada despectivo sobre los cristianos ni sobre la creencia cristiana. La blasfemia, tal como la definía la iglesia católica, no sería tolerada. La conclusión de ese infame juicio, o disputa, fue una conclusión inevitable.

El rey Luis IX ordenó a cuatro prominentes rabinos que defendieran el Talmud: Rav Iejiel de Paris, Rav Moshé de Coucy, Rav Iehudá de Melún y Rav Samuel ben Salomon de Chateu-Thierry. Ellos se enfrentaron a Nicolás Donin, el converso cristiano que inició toda la disputa.

El juicio duró varios días. Rav Iejiel lideró al equipo judío e incluso sus oponentes estuvieron de acuerdo en que sus argumentos fueron brillantes, sobre todo teniendo en cuenta las estrictas limitaciones de lo que tenía permitido decir. Cuando Donin acusó al Talmud de tratar a las figuras cristianas menos que amablemente, Rav Iejiel respondió que era posible que dos personas tuvieran el mismo nombre, remarcando que “no todo Luis nacido en Francia es rey”. Sus halagos parecieron estar diseñados para calmar al volátil monarca, quien observaba cada etapa del debate con gran interés.

En un momento, el temperamento del rey Luis IX lo traicionó cuando seguía los complicados argumentos. Rav Iejiel presentaba un argumento particularmente efectivo y Luis IX se enfureció, gritando que en vez de discutir temas de fe con un judío, un buen cristiano debería clavarle su espada. Ahí quedaron claras sus garantías respecto a que los rabinos estarían a salvo. Rav Iejiel huyó para salvar su vida y los otros tres rabinos continuaron la disputa. A pesar de los mejores esfuerzos de los rabinos, el juicio se había decidido antes de que comenzara. El Talmud fue encontrado “culpable” y condenado a ser quemado.

El rey Luis IX supervisó la “sentencia” dos años más tarde, en 1242. Por toda Francia los oficiales registraron el campo buscando copias del Talmud y otros libros en hebreo, quitándoselos a los judíos a la fuerza. Ni un solo volumen del Talmud quedó en manos judías. En la mañana del 17 de junio de 1242, 24 carros llenos hasta el tope con miles de volúmenes del Talmud y otros libros judíos, cruzaron lentamente por Paris hasta llegar a la Place de Greve, cerca de la catedral de Notre Dame. La colección era enorme. En una época en que cada libro era meticulosamente escrito a mano, esto representaba generaciones de estudio y trabajo judío. Se estima que los vagones contenían unos 10.000 libros.

Uno por uno, cada uno de los carros descargó sus libros, arrojando los preciados textos al suelo. Al final del día, la plaza estaba cubierta por una enorme pila de escritos judíos. Una multitud se reunió para observar cuando los oficiales de Luis IX encendieran los libros.

“Mis lágrimas formaron un rio que llegó al desierto de Sinaí y a las tumbas de Moshé y Aharon”, recordó posteriormente Rav Meir de Rothenburg, quien estuvo presente en la escena. “¿Hay otra Torá para reemplazar la Torá que nos han quitado?” Los sabios designaron un día de ayuno menor en memoria de esta tragedia: el viernes antes de la lectura de la porción de Jukat.

La apoteosis de St. Luis, frente al Museo de Arte St. Luis, en homenaje a quien dio nombre a la ciudad.

Después de su muerte, Luis IX se convirtió en santo de la iglesia católica-romana. La ciudad de St. Luis fue nombrada por él y allí hubo protestas por la presencia de su estatua. Además de juzgar al Talmud, el rey Luis IX también firmó leyes para expulsar a los judíos de Francia (esto lo llevó a cabo su sucesor, el rey Felipe IV) y lideró la Séptima y Octava cruzada, las que también atacaron a las comunidades judías. Su legado es complejo.

Mientras muchas personas en todo el mundo debaten respecto al legado de Luis IX, algunos judíos recuerdan su reinado de una forma mucho más personal, ayunando, rezando y recordando el juicio al Talmud que él supervisó y la incalculable pérdida de sabiduría judía que provocó.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.