Cuando falleció el abuelo

4 min de lectura

Ayudando a mis hijos pequeños a lidiar con la pérdida.

Mi padre, Rav David Ross, de bendita memoria, falleció luego de una agotadora batalla contra el cáncer. Mis hijos no pudieron evitar sentirse afectados por la enfermedad y la muerte de su querido abuelo.

Intentamos protegerlos lo más que pudimos, pero fue imposible disfrazar la devastadora tristeza que inundó nuestro hogar; los tranquilos días familiares parecían haberse ido para siempre. El Zeide (‘abuelo’ en idish), una presencia constante en nuestro hogar que los cuidaba junto con mi madre desde su infancia, que los mecía en sus rodillas y guiaba nuestras canciones de Shabat cada semana, se había ido.

Y las preguntas seguían apareciendo:

  • ¿Por qué murió Zeide, si la bisabuela (su madre) aún está viva y es mayor que él?

  • ¿Zeide está en el espacio?

  • ¿Podemos visitarlo en un avión?

  • ¿Zeide puede vernos desde el cielo?

  • ¿Por qué nos dejó Zeide?

  • Si me portó realmente bien, ¿Dios me regresará a Zeide?

También están los comentarios casuales que continuamente nos recuerdan de su ausencia: “No puedo esperar a que Papi crezca y se convierta en un Zeide, porque entonces tendré otra vez un Zeide con quien jugar”.

Quise explicarles que Papi se convertirá en el Zeide de sus hijos, no el de ellos. Pero entonces lo pensé mejor. Mejor dejar que el pensamiento los consuele.

Y no puedo describir el dolor de escuchar a mi hijo de cinco años anunciar un día: “Ya no puedo recordar como se veía el Zeide”.

Esto es territorio nuevo para mí.

Ante mi propio duelo, las directivas sobre cómo hablarles a los niños de la muerte parecen totalmente inadecuadas.

Como una profesional de la salud mental que ha trabajado con trauma y duelo, sé todo sobre las directivas de cómo hablarles a los niños sobre la muerte. “Sé concreto. Evita los eufemismos. Chequea cómo están. Reconoce tus propios sentimientos de tristeza”. Sin embargo, ante mi propio duelo, todo eso pareciera totalmente inadecuado.

Y el otro día esto superó todos los límites cuando mi imaginativa y creativa hija de 7 años emergió luego de pasar toda la tarde cortando, pegando y coloreando con el muñeco de papel casi de tamaño real de un hombre alto con barba y sombrero negro que había producido.

“Hice a Zeide”, proclamó orgullosa, “para que no tengamos que extrañarlo tanto”. Ella puso su “Zeide de papel” en la silla de comedor de mi padre, que ahora estaba vacía. Luego lo trasladó a su sillón reclinable en el salón. Se lo ofreció a mi madre al final de su visita diciendo: “Llévalo a casa contigo Buby, para que no estés sola”.

Yo no sabía si reírme o llorar.

Mis hijos son tan pequeños; no se dan cuenta de que el Zeide que ellos recuerdan envejeció casi una década solamente en el último año. Ellos no recuerdan a su Zeide lleno de vida, que iluminaba una habitación solamente con el hecho de entrar en ella, quien amaba y era amado y respetado por todos.

Ellos no conocen a su Zeide, exitoso tanto en el ámbito talmúdico como en el mundano. Él trabajaba tiempo completo, pero sin embargo se entregaba al estudio de Torá y estudiaba unas asombrosas ocho páginas de Talmud al día. Él disfrutaba de la literatura, la música clásica y la conversación sobre eventos de actualidad. Pasó muchos años proveyendo para su familia, mientras soñaba con pasar su retiro en Israel, lleno de estudio de Torá y tiempo con sus nietos, sueños que no pudo concretar. Sin embargo, frente a este devastador sufrimiento, él nunca se quejó, nunca cuestionó a Dios y siguió esperando y rezando por su recuperación hasta el día de su muerte.

Ellos no están conscientes de que su Zeide era tan humilde que dejó estrictas instrucciones de que no hubieran discursos en su funeral, no fuera que alguien exagerara sus cualidades por causa de su dolor; y Dios mismo puso atención a estas instrucciones y se lo llevó de este mundo en el primer día de Nisán, un mes en el cual se acostumbra no hacer discursos funerarios.

Ellos son demasiado jóvenes para realmente saber y entender quién fue su Zeide y qué significará para ellos un futuro sin él. Sin embargo, su pérdida es aún muy real.

Ellos extrañan a su Zeide que los hacía girar en el aire, jugaba con ellos y los llevaba a la panadería a comprar una galleta decorada. Ellos extrañan a su Zeide que caminaba con ellos a la escuela en las mañanas y los acurrucaba en su regazo mientras estudiaba Torá.

Y a pesar de que los recuerdos que ellos tienen de su Zeide pueden congelarse en el tiempo, hay mucho que yo puedo hacer para asegurarme de que él siga siendo real para ellos. Para que a medida que crezcan en años y entendimiento, el conocimiento que tienen sobre él crezca también con ellos. Junto con mi esposo, mi madre y mis hermanos, puedo relatarles sus historias. Puedo hablar de sus buenas acciones. Puedo mostrarles sus fotos. Puedo recordarles, una y otra vez, cuán orgulloso estaría él si los viera seguir sus pasos.

Y al mismo tiempo, puedo intentar darles a mis hijos el espacio, la creatividad y la imaginación para conmemorar a su Zeide de la forma que necesitan hacerlo. De honrarlo en sus propios términos infantiles y, al hacerlo, preservarlo en sus mentes y corazones para siempre.

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