Cuando los libros son peligrosos: la censura, la cultura de la cancelación y el Maharal de Praga

08/05/2022

5 min de lectura

La cultura de la cancelación y el silenciamiento de las opiniones impopulares son a menudo consideradas un fenómeno moderno. Como muestra Europa en el siglo XVI, no hay nada nuevo bajo el sol.

"Grotesco y deshumanizador… lleno de racismo, capacitismo, gordofobia y misoginia".

No, el libro que provocó esta reacción no fue Mein Kampf de Adolf Hitler, sino las memorias de la carrera en educación de 30 años de Kate Clanchy, Some Kids I Taught and What They Taught Me. Después de algunas opiniones iniciales muy positivas, Clanchy quedó bajo fuego por describir a niños pertenecientes a minorías como "de piel color chocolate" y "con ojos en forma de almendra". Si bien los estudiantes de Clanchy elevaron la voz en su defensa, escribiendo sobre su "cariño y apoyo inequívoco hacia nosotros", la empresa matriz de su editorial anunció rápidamente que dejaría de distribuir todos los libros de Clanchy.

Y, así de fácil, Kate Clanchy fue cancelada.

La cultura de la cancelación y el silenciamiento de las opiniones a menudo parece ser un fenómeno distintivamente moderno. Sin embargo, como escribió proféticamente el Rey Salomón, "no hay nada nuevo bajo el sol". De hecho, nuestra propia sociedad tan polarizada es plácida y pacífica en comparación al clima cultural de la Europa del siglo XVI, cuando la reforma protestante destrozó el orden político y religioso de la Europa católica. Los debates religiosos impulsaron masacres, decapitaciones y desmembramientos tanto de protestantes como de católicos, con los judíos demasiado a menudo atrapados en el medio.

Ante toda la sangre derramada, las autoridades eclesiásticas de Roma y todo el mundo católico concluyeron: los libros son peligrosos.

Ante toda la sangre derramada, las autoridades eclesiásticas de Roma y todo el mundo católico concluyeron: los libros son peligrosos. El advenimiento de la imprenta y los tipos móviles en el siglo XV dieron lugar a una nueva y peligrosa amenaza a la iglesia católica. Extraños en el pasado, los libros con ideas herejes e incendiarias podían ser ahora producidos en masa y ampliamente difundidos. Y, entonces, en el Concilio de Trento (1545-1563) la iglesia desarrolló un plan sistemático para prohibir libros que culminó en el Index Librorum Prohibitorum, la "Lista de libros prohibidos". En 1571 se fundó la Congregación sagrada del índex, manteniendo reuniones muchas veces al año para decidir qué libros serían catalogados como herejes o inmorales y, subsecuentemente, prohibidos. O, en otras palabras, cancelados.

En la vorágine del siglo XVI en Europa, el Reino de Bohemia (la región más occidental de lo que hoy es la República Checa) fue un polvorín particularmente complejo, apto para estallar en una guerra sectaria en cualquier momento. Gobernado por reyes católicos de las Austrias, sus súbditos eran principalmente protestantes, generando una dinámica que llevó a la Defenestración de Praga, en la que los rebeldes bohemios protestantes arrojaron a los regentes católicos por una ventana elevada de un castillo de Praga en 1618.

No sorprende que esta situación haya creado un ambiente muy volátil para los judíos de Bohemia, particularmente para los que vivían en Praga. Habiendo sido expulsada tanto en 1542 como en 1561, la comunidad judía volvió siempre para prosperar aún más. La vida judía religiosa y cultural floreció en Praga a finales del siglo XVI, un período al que a menudo se denomina "La era dorada de Praga".

Rav Shlomó Efraím de Luntschitz, gran rabino de Praga entre 1604 y 1619, describió la Praga de esa era como "Una gran ciudad ante Dios, llena de sabios, escribas y hombres ricos famosos por su estudio, su observancia religiosa y su temor a Dios. Durante mucho tiempo no hubo una comunidad tan sagrada".

Entre las muchas figuras rabínicas grandiosas de Praga sobresale el ilustre Rav Yehudá Loew ben Betzalel, conocido como el Maharal de Praga. Tanto en la leyenda histórica como en la cultura popular, el Maharal es conocido como el creador del Gólem de Praga, una criatura de arcilla a la que se le dio vida para que defendiera a los judíos de Praga de los libelos de sangre y otros ataques antisemitas. Sin embargo, la mayor contribución del Maharal fue a través del poder de su pluma, con la que exploró de forma brillante los principios más básicos del judaísmo y brindó una poderosa respuesta a los eventos de su tiempo.

El Maharal desarrolló una defensa poderosa e increíblemente moderna de la libertad de expresión.

El desafío más grande que enfrentó fue la censura de libros judíos que efectuó el orden jesuita, a quien los reyes bohemios le otorgaron esta capacidad debido a su conocimiento de hebreo. Con sólo el poder de sus argumentos, el Maharal desarrolló una defensa poderosa e increíblemente moderna de la libre expresión:

Es equivocado descalificar cualquier tema que se oponga a la opinión personal cuando se expresa por el bien de la investigación y el conocimiento… incluso si esas palabras son opuestas a la creencia y la religión de quien está en el poder… porque si se hiciera eso, no habría ninguna investigación sobre religión. Por el contrario, podría declararse lo siguiente: "Di lo que quieras y todo lo que desees expresar, y no afirmes: Si tan sólo pudiera hablar, diría más". Porque si sellas la boca del prójimo y le impides hablar, lo único que logras es revelar la debilidad de la religión en cuestión (Béer hagolá, Séptimo manantial, 151-2).

Rav Loew argumenta convincentemente que la supresión del habla es una muestra de debilidad, no de fortaleza. Un verdadero hombre de valor que desea mostrar su poder en la lucha sólo se interesará en luchar contra un oponente que pueda ejercer toda su fortaleza. De esta forma, si logra vencerlo, será evidente que es el verdadero campeón. "Pero ¿qué poder muestra cuando a su oponente no se le permite… luchar en su contra?"

Suprimir la publicación de libros para impedir la expresión de ideas es la táctica de los débiles que no confían en sus propias creencias. "Es equivocado rechazar la opinión de quien disiente, pero es apropiado acercarlo y escuchar su opinión… porque de esta forma un hombre se acerca al contenido verdadero de las cosas y llega a la verdad absoluta".

El Maharal afirma que ni siquiera las obras paganas de filósofos que "argumentan falsamente que el universo no fue creado" deberían ser censuradas, porque al enfrentarse a sus argumentos los creyentes fortalecerán y clarificarán su propia fe.

Suprimir la publicación de libros para impedir la expresión de ideas es la táctica de los débiles que no confían en sus propias creencias.

Si bien es casi seguro que nunca leyó los escritos del Maharal, John Stuart Mill afirmaría la misma idea, más de 250 años después, en su clásica obra On Liberty:

El peculiar mal de silenciar la expresión de una opinión es que se está robando… a quienes disienten de la opinión, y aún más a quienes la sostienen. Si la opinión es correcta, se les priva la oportunidad de intercambiar el error por la verdad; si están equivocados, pierden algo casi tan valioso como un beneficio, que es el entendimiento más claro y la mejor impresión de la verdad que produce el chocar con un error.

Esos argumentos en favor de la libertad de expresión son tan avanzados, tan fuera de lugar en las sangrientas guerras religiosas de la época, que no se puede evitar preguntar: ¿Cómo hizo el Maharal para arribar a esas conclusiones? La respuesta yace, según mi parecer, en la experiencia histórica del pueblo judío.

Vasily Grossman, el gran novelista judío ruso que vivió durante el terror de Stalin, escribió en Vida y destino: "El antisemitismo también es una expresión de falta de talento, la incapacidad de ganar una competencia en igualdad de condiciones, ya sea en ciencia, comercio, artesanías o pintura. Los estados observan las preguntas imaginarias sobre la judería mundial para explicar su propio fracaso".

Las tácticas de los censuradores salen del manual de los antisemitas, a quienes su inseguridad y mediocridad los lleva a silenciar a sus oponentes.

Durante dos mil años, nuestro pueblo lidió con más que su cuota justa de matones inseguros que ni siquiera estaban lo suficientemente capacitados como para entrar al campo de juego. En lugar de mejorar su propia posición, disimularon su mediocridad oprimiendo a los judíos.

No sorprende que el Maharal haya entendido a los censuradores de su tiempo. Si bien los censuradores de libros expresan invariablemente una indignación basada en rectitud para justificar sus acciones, sus tácticas salen del manual de los antisemitas, a quienes su inseguridad y mediocridad los lleva a silenciar a sus oponentes.

La banda de Twitter que salió a la caza de Kate Clanchy debería saber: el camino desde la cancelación de autores hasta el antisemitismo es muy corto.

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