Cuatro regalos que me dio mi madre, la Rebetzin Esther Jungreis

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La sabiduría de mi madre me ha sostenido durante toda la vida.

Cuando era una niña pequeña, mi madre estuvo en Bergen Belsen. La transportaron en vagones de ganado junto con sus padres y dos hermanos. Cada mañana, mi madre debía formar fila cuando pasaban lista, frente a salvajes guardias Nazis y sus pastores alemanes. Le raparon la cabeza. Tenía hambre, estaba cubierta de piojos y llagas. Pero de alguna manera, nunca la escuché hablar sobre el miedo. Mi madre hablaba sobre la fuerza y una fe inquebrantable en Dios. Ella miraba a esas bestias de hombres y pensaba para ella: Gracias Dios yo soy hija de mi pueblo. Nunca desearía ser uno de ellos. Estoy agradecida de tener a mis padres y mi fe.

Cuando llegaron al campo de concentración, mi Zeide le dijo a su hija:

—Mi lijtega kind (mi preciosa luz), aquí tienes una enorme misión.

Tatty, ¿qué puedo hacer yo en este terrible lugar? Soy sólo una niña —preguntó mi madre.

—Tú puedes dar una sonrisa. Cuando le das a alguien una sonrisa, eso le da esperanzas —le respondió mi abuelo.

Este fue un mensaje constante durante toda mi vida. Mi madre vivió con esa lección en sus labios hasta su último día en la tierra.

A veces la vida nos lleva a lugares que nunca imaginamos posibles. Pero mi madre me diría que esto es lo que debemos hacer. “Cuando enfrentas la oscuridad, tienes una elección. Puedes enojarte o deprimirte. O puedes encender una vela e iluminar la oscuridad. Slovie, nunca te sientes en la oscuridad. Siempre pregúntate, ¿Cómo puedo crecer de esto? ¿Cómo puedo encontrar propósito en el dolor?”.

Mi madre también me enseñó el poder del rezo. “Habla con Dios, porque el rezo es nuestra arma más potente”. “¡Rezar funciona!”. Nosotros la llamábamos de día y de noche y le pedíamos que rezara por nosotros. Tengo el libro de Salmos de mi madre. Está viejo y gastado. Hoy en día, doy vuelta sus páginas e intento aferrarme a su fe y al increíble poder de la plegaria.

La sabiduría de mi madre me ha sostenido durante toda la vida. Aunque ella partió de este mundo, su legado sigue siendo mi faro espiritual. Me gustaría compartir con ustedes cuatro regalos (entre muchos otros) que me dio mi madre. Los llevo en mi corazón. Ellos me alientan cuando el mundo está repleto de miedo y dolor.

1. Vive con pasión y significado

Nunca olvidaré el momento en que estuve sentada en la primera fila en el Madison Square Garden, el 18 de noviembre de 1973. Había miles de judíos de todas clases; algunos sentados en el suelo porque no había más asientos. El salón estaba completamente oscuro. De repente, un foco brilló en el escenario. Ahí, parada valientemente, estaba mi madre. “Somos judíos”, proclamó. Mi madre habló con poder y pasión. Fue una noche mágica. Al final de la noche, miles de personas se pusieron de pie, bailaron, cantaron juntas el Shemá y supieron que algo había encendido sus almas para siempre.

Varias veces le pregunté a mi madre: ¿Cómo pensaste que era posible hacer eso? ¿Cómo hablaste con soldados israelíes, con soldados norteamericanos, con miles de personas por todo el mundo? ¿Cómo hablaste sobre Dios y la fe y sobre no sentir nunca miedo? ¿Cómo comenzaste un movimiento mundial llamado Hineni para llevar a los judíos de regreso a sus raíces?

Mi madre me dijo que cuando llegó a los Estados Unidos vio una devastación espiritual. Después de presenciar el Holocausto físico, no se atrevió a quedarse callada. Ella sabía que tenía una misión en este mundo.

“¿Qué te apasiona?”, preguntaba mi madre. “¿Para qué te levantas temprano? ¿Qué te pone en marcha?”.

Vive con pasión, pero haz que sea significativo. Si crees en tu misión, puedes hacer cualquier cosa.

2. Nunca te rindas respecto a un alma

Vi a mi madre conectarse con toda clase de personas. ¿Cuál era su secreto?

Mi madre creía que dentro de cada persona había un alma esperando ser encendida. Aún puedo escuchar su voz en mi cabeza. “Es un parpadeo de luz, una llama diminuta, ¡pero si lo deseas, esa pequeña flama puede convertirse en un gran fuego!”.

Hay decenas de historias de personas cuyas vidas no volvieron a ser las mismas después de conocer a mi madre. En 1982 viajé con mi madre desde el Líbano, en donde habló con tropas israelíes, a una cita con el Primer Ministro de Israel, Menajem Begin en Jerusalem. Después un jeep nos llevó a la prisión de Ramle, en donde ella le dio esperanzas a las mujeres encarceladas. Para mi madre, cada uno de estos encuentros era muy valioso. Ella veía más allá de la ropa, más allá del cuerpo y encontraba la chispa sagrada que estaba oculta.

3. Ama la tierra de Israel

La conexión de mi madre con la tierra de Israel era profunda. Uno de mis primeros recuerdos es ver a mis padres llorar de alegría al escuchar por la radio la transmisión del sonido del shofar desde el Kótel, tras la batalla por Jerusalem en 1967. Mis padres querían ser parte del milagro. Después del Holocausto, ellos soñaban con vivir en Israel, pero no consiguieron visas.

Yo era sólo una niña pequeña, pero nuestra visita poco después de la Guerra de los Seis Días sigue impresa en mi corazón y en mi alma. A cada paso que dábamos, mi madre y mi padre se detenían por un momento y compartían la maravilla con los ojos llenos de lágrimas. Ellos relataban historias del sacrificio de nuestro pueblo, la promesa de nuestra tierra en la Torá, la santidad que impregnaba el aire que respirábamos. El lugar favorito de mi madre en todo el mundo era Jerusalem. Ella dedicó gran parte de su vida a las personas de Israel y a los valientes soldados que luchaban por la Tierra.

4. Ten claro de dónde vienes

Mi nombre completo es Slova Jana. Me pusieron el nombre por mi Bobe, a quien vieron por última vez junto a su esposo, Rav Israel HaLevi Jungreis zt’l, sosteniendo a su nieto más pequeño en la fila hacia las cámaras de gas de Auschwitz. Nos pusieron los nombres de nuestras Bobes y Zeides para que continuáramos viviendo como judíos, porque ellos no pudieron hacerlo. Nosotros continuamos poniendo los mismos nombres a nuestros hijos y nietos, para que siempre podamos saber de dónde venimos y el potencial que tenemos.

Antes de que los llevaran a Bergen Belsen, mis abuelos hicieron un último viaje para visitar a sus padres en la ciudad de Nadodver. Mi madre recordaba que a ella le encantaba sentarse junto a su Zeide mientras él estudiaba sus libros sagrados. Pero esa vez su Zeide lloraba. Mi madre, una niña pequeña, se asustó por las lágrimas de su Zeide. Ella corrió a su padre y juntos salieron a caminar por la nieve. Su padre caminaba primero y mi madre seguía sus huellas para no caerse.

Esa caminata se convirtió para mi madre en un momento clave, el legado de su vida que compartió con sus hijos y con innumerables personas. Ella recordó siempre las palabras de su padre explicando las lágrimas de su Zeide mientras estudiaba Torá.

“Mi dulce hija, pronto la nieve será muy profunda y te caerás. Pero cada vez que te caigas, recuerda que Zeide abrió un camino para ti. Entonces podrás levantarte y seguir caminando por ese sendero”.

La nieve se volvió muy profunda. Poco después, ella enfrentó la oscuridad del Holocausto. Mi madre nos contó que se cayó muchas veces. Pero cuando se caía, recordaba las lágrimas de su Zeide y las palabras de su padre. Mi madre se levantaba y seguía caminando… A lo largo de su vida, esas huellas le dieron la fuerza necesaria para poner un pie frente al otro y seguir caminando.

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