Ciencia
6 min de lectura
6 min de lectura
No quiero vivir en la incertidumbre por más tiempo. Quiero vivir en la certeza.
Anoche recibimos malas noticias. Una amiga cercana tendrá que luchar nuevamente contra el cáncer, por tercera vez en diez años. Me senté sola en el sofá – a rezar, a meditar. ¿Por qué, Dios, por qué?
Después de un buen llanto, ¿qué más puedo hacer para contener los pensamientos? Pensamientos que desgarran la cortina de la fe, que gritan preguntas en la oscuridad de una enfermedad mortal.
A veces, cuando le haces una pregunta a Dios, Él te da una respuesta. Yo tuve mi respuesta unas horas después. Uno de mis maestros me contó una fantástica historia real que se relacionaba directamente con mi conflicto interno.
El rabino Meisels era un bastión de fe y fuerza en el tormento de los campos de concentración nazis. Cuando fue llamado para ser transportado a Auschwitz, llevó consigo una sola posesión: su talit. Este particular talit era una herencia familiar, y tenía para el un gran valor sentimental y espiritual. Se aferró al talit como símbolo de la protección de Dios durante la guerra y decidió que nunca dejaría que los nazis se lo quitaran.
Cuando él y su familia llegaron a Auschwitz fueron despojados de todas sus posesiones materiales. El talit le fue arrancado, y pasó a convertirse en parte del tesoro nazi. Sin embargo, el rabino Meisels no renunciaría a su preciado talit tan fácilmente.
Mientras hurgaba en las pilas se encontró con su preciado talit.
Pidió que le dieran trabajo en los depósitos, clasificando los bienes confiscados. Como era esperado, mientras hurgaba en las pilas se encontró con su preciado talit. Lleno de alegría, necesitaba ahora resolver cómo sacarlo de contrabando del almacén. Un objeto de ese gran tamaño no sería fácil de disimular.
Requirió mucha planificación y audacia, pero finalmente el rabino Meisels se las ingenió para cortar el gran talit y convertirlo en un par de tzitzit (una prenda de cuatro puntas con flecos en cada una de ellas) que podría usar escondido debajo de su uniforme de prisionero. Así, el rabino Meisels vistió devotamente sus tzitzit cada día, a pesar de la amenaza de una muerte segura en caso de ser descubierto.
Hasta que un desafortunado día su peor miedo se volvió realidad.
Después de que los prisioneros se bañaron, un capo ruso que trabajaba para los nazis notó que el uniforme del rabino Meisels estaba más abultado de lo normal. Jaló de la desdichada camisa del rabino y descubrió el contrabando - ¡los tzitzit! Enfurecido, comenzó a golpear y maldecir al judío, exigiendo saber qué era lo que el prisionero estaba vistiendo.
El rabino Meisels logró balbucear, “A Gutt-kleid – una prenda religiosa”.
Esta confesión hizo que el capo se enfureciera aún más. Arrastró al judío a su bunker y precedió a darle puñetazos sin descanso.
“¡Cerdo!” gritaba. “¿Tienes la audacia de decirme que estás usando una prenda religiosa? ¿Dónde está tu Dios en este mundo? ¿Qué ha hecho por ti, dejándote a la merced de esta muerte y destrucción? ¿Cómo te atreves a decirme que existe un Dios?”.
El capo se calló por un momento, y luego le hizo al judío la siguiente oferta: “Te voy a dar una oportunidad. Si puedes probarme que Dios existe, a pesar de este infierno que estamos viviendo, entonces te dejaré ir. Pero si no, te voy a liquidar aquí y ahora”.
El rabino Meisels no supo qué decir. ¿Cómo podría responder?
Rezó en silencio por orientación divina, y luego dijo: “Te contaré una parábola. Había una vez un cirujano experto que podía realizar cirugías milagrosas que curaban a las personas de las dolencias más difíciles. Un día, una mujer con enfermedad horrible vino donde él, y él aceptó operarla. En el quirófano, junto al experto cirujano había un zapatero que observaba cada uno de los movimientos de éste. El zapatero miraba mientras el cirujano hacía las incisiones en una piel de aspecto perfectamente saludable, produciendo – a su parecer – un daño terrible en el paciente. ¡Es absurdo cortar un tejido sano! pensó. ¡Yo sólo corto un cuero dañado cuando necesito repararlo!”
“‘¡Qué cirujano más tonto e inepto!’ fue la conclusión final del zapatero”.
“En este mundo somos como ese necio zapatero”, concluyó el rabino Meisels. “No tenemos siquiera el menor indicio de las formas en que Dios maneja el mundo. A veces lo vemos cortando ‘tejido sano’, por así decir, y nos espantamos. Pero Él es el experto y sabe infinitamente más de lo que nosotros podríamos saber.
“Mi bisabuelo”, continuó diciendo el rabino Meisels, “vivió hasta una edad sumamente avanzada. Cuando le preguntaban cómo había ameritado una vida tan larga, daba una respuesta muy simple: nunca cuestionó a Dios. Incluso cuando las cosas parecían muy difíciles de entender, insistió en nunca cuestionar a Dios ni en su corazón ni en su mente”.
“‘¿Por qué no cuestionas a Dios?’ alguien le preguntó una vez. La razón que el daba era también sumamente simple: No quería que Dios le dijera ‘¿Quieres saber todas las respuestas?, sube a los cielos ¡y todo te quedará claro!’ No estaba interesado en dejar este mundo prematuramente sólo para encontrar algunas respuestas, sin importar cuán urgentes fuesen las preguntas. Para él era suficiente creer que Dios tiene las respuestas y se contentaba con el hecho de resolver los secretos ocultos ¡después de los 120 años!”.
El rabino Meisels se dirigió al capo. “Creo que tú también estás esperando escapar vivo de esta guerra y empezar una nueva vida por ti mismo sin que los nazis rijan sobre ti. Te sugiero que tomes el consejo de mi bisabuelo y dejes de cuestionar a Dios. No quieres que te convoque arriba antes de tiempo sólo para darte las respuestas que estás buscando”.
No podemos responder todo en este mundo, pero hay un “Cirujano Experto” que sabe lo que hace.
Esta historia irrita a muchos, pero para mí es una fuente de confort. No podemos responder todo en este mundo, pero hay un “Cirujano Experto” que sabe lo que hace. Yo no entiendo, pero Él sí.
Tal vez nuestra preocupación al preguntar “por qué” es un intento de obtener el control. Si pudiera entender el “por qué” tal vez podría incidir en el “qué”. El error está en pensar que somos nosotros los que manejamos el mundo en lugar de Dios. La realidad es que soy impotente con respecto al cáncer de mi amiga, al igual que no tengo control sobre prácticamente nada en el mundo. Puedo estar todo el día haciendo preguntas sobre Dios y la forma en que maneja el mundo, pero seguiré siendo impotente – e igual de confundida.
Hay un poder real que Dios nos ha dado a mí y a toda la humanidad: el poder del rezo. Para cada experiencia que atraviesa una persona Dios crea dos escenarios posibles. El primer caso es lo que pasará si no es elevado un rezo, y el segundo es lo que pasará si hay un rezo. Esta profunda idea puede ser una gran fuente de confort para nosotros mientras navegamos por las incertidumbres de la vida. A pesar de no tener control, podemos hacer nuestra pequeña parte para despertar la misericordia de Dios por medio de un rezo sincero.
La historia del rabino Meisels y su preciado talit no termina con la ingeniosa respuesta que le dio al capo. La segunda parte de la historia es aún más asombrosa, y si no la hubiera escuchado de una fuente confiable, podría haber incluso dudado de su veracidad.
Cuando las fuerzas aliadas avanzaron, los nazis forzaron a sus prisioneros judíos a realizar marchas de la muerte y los llevaron a diferentes localidades. El rabino Meisels se encontró siendo conducido a un vagón que lo transportaría a otro campo. Cuando estaba a punto de alcanzar el tren, un nazi llamado Willy lo tomó de imprevisto, lo revisó y encontró sus preciados tzitzit. Con gran pacer, el nazi cortó los tzitzit por la mitad y los arrojó al fuego, destruyéndolos para siempre.
El rabino Meisels estaba completamente destrozado. Había visto a esos tzitzit como un recordatorio de la protección de Dios y ahora –tan cerca de ser liberado- le fueron arrebatados y destruidos. El hijo del rabino Meisels, quien también había sido confinado a los campos de concentración, trató sin éxito de consolar a su padre. Los dos fueron empujados a un vagón donde iban sumamente apretados con los otros judíos, mientras que sus guardias nazis -entre ellos Willy- estaban sentados cómodamente en el lado opuesto del vehículo.
Superado por el cansancio y la tristeza, el rabino Meisels apoyó su cabeza en el hombro de su hijo para dormir un poco. De repente, su hijo se sintió extremadamente débil y enfermo, y fue incapaz de soportar el peso de la cabeza de su padre.
“Lo siento” le dijo a su padre, “pero no puedo sostener tu cabeza en mi hombro. Es demasiado doloroso para mí”.
El rabino Meisels se sorprendió por el inusual desgano de su hijo, ¿pero qué podía decir? Colocó su cabeza en el hombro del hombre que estaba a su derecha, mientras su hijo relajó su cabeza en el hombro del hombre que estaba a su izquierda, dejando un espacio entre ellos.
En ese momento, una gran explosión se escuchó fuera del vagón y un pedazo de metal voló directo a la pared del tren. Atravesó justamente por el espacio que había entre las cabezas del rabino Meisels y su hijo, y se dirigió directamente a Willy –el guardia que había destruido los tzitzit- cortándole ambas manos.
El rabino Meisels relató que los mismos guardias nazis se bufaron de Willy diciendo “¿Así que vas a destruir los tzitzit del judío, Willy? ¡Mira lo que te pasó por eso!”.
A veces los caminos de Dios están ocultos; a veces son revelados. Pero siempre son justos y buenos. Ya no quiero vivir en la incertidumbre. Quiero vivir en la certeza. La respuesta es confiar y rezar. Puedo confiar en que Dios es amoroso, compasivo y todopoderoso, y en que puede curar a mi amiga –o traer cualquier salvación- en un abrir y cerrar de ojos. Puedo rezar y recordarme a mí misma que la plegaria tiene un poder inestimable.
Yo soy el zapatero; Él es el Experto Cirujano.
Nuestro newsletter está repleto de ideas interesantes y relevantes sobre historia judía, recetas judías, filosofía, actualidad, festividades y más.