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¿Es apropiado alegrarse abiertamente por la muerte de nuestros enemigos?
Ayer en la noche, muchos judíos, cristianos e incluso árabes, celebraron abiertamente las noticias de la muerte de uno de los más grandes terroristas del mundo: el infame líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, quien fue eliminado en Beirut en un ataque aéreo israelí sin precedentes.
Nasrallah llevaba décadas involucrado en actos de terrorismo, incluyendo la planificación del atentado de 1994 contra la AMIA en Buenos Aires, que cobró la vida de 85 personas. También estuvo detrás de ataques contra judíos, israelíes y otros en Europa, Tailandia e India. Fue el responsable de iniciar la Segunda Guerra del Líbano en 2006, tras capturar a soldados israelíes, lo que desencadenó un conflicto que resultó en la muerte de muchos civiles en ambos lados. Y en el último tiempo, fue responsable del lanzamiento de miles de cohetes contra poblaciones civiles en el norte de Israel desde el 8 de octubre de 2023. Además, bajo su liderazgo, Hezbolá continuó siendo una amenaza constante en la región, financiado y armado por Irán, lo que resultó en innumerables actos de violencia.
Pero algunos judíos se oponen y dicen que no debemos celebrar abiertamente, argumentando que no es correcto que los judíos celebremos la muerte de otras personas, incluso cuando se trata de malas personas o de nuestros enemigos.
Esto me retrotrajo a mayo del 2011, cuando el presidente Obama anunció al mundo que habían matado a Osama bin Laden. En ese entonces yo vivía en el área de Washington D.C. y de forma espontánea, cientos de estadounidenses inundaron las calles frente a la Casa Blanca coreando jubilosamente: "¡¡¡U-S-A, U-S-A!!". Yo escribí sobre mi alegría y de inmediato recibí comentarios negativos. Una persona judía citó un Midrash de la Torá que dice que cuando el mar ahogó a los egipcios que perseguían a los judíos, Dios hizo callar a los ángeles y les dijo que no festejaran su muerte, que eso no era algo que debiera celebrarse.
De hecho, cuando el mar se partió milagrosamente, el lecho marino se secó y el pueblo judío cruzó sano y salvo hasta la otra orilla. Entonces se dieron vuelta para contemplar la muerte de su enemigo; ver cómo el lecho marino, ahora fangoso, envolvía a los caballos y las ruedas de los carros egipcios.
La Torá describe cómo el pueblo judío comenzó a entonar una canción llamada "El cántico del mar". Miriam, con instrumentos musicales, llevó a un lado a las mujeres judías y bailaron y cantaron. El Talmud enseña que también los ángeles en el cielo prorrumpieron en cánticos. Pero Dios los reprendió diciéndoles: "¿Cómo pueden cantar cuando se hunde la obra de Mis manos?" (Talmud Sanedrín 39b).
Aquí surgen varias preguntas. ¿Por qué Dios les dijo a los ángeles que no celebraran pero sin embargo permitió que los judíos cantaran? ¡Él mismo estaba ahogando a la obra de Sus manos!
Lo que Dios les estaba diciendo a los ángeles era que para Él no era un día feliz. Él no creó a los egipcios para que fueran malvados, pero ellos eligieron el mal, y ahora el mal debía ser eliminado. Sin embargo, el pueblo judío había sufrido bajo la mano de los egipcios. Ellos no sólo tenían derecho a celebrarlo, sino que debían celebrarlo.
El Shabat previo a Purim se lee la parashat Zajor, la porción de la Torá en donde 'recordamos'. ¿Qué es lo que recordamos cada año? Recordamos a Amalek, el archienemigo del pueblo judío que atacó a los israelitas en el desierto, y cuyos descendientes se levantan en cada generación y tratan de destruirnos. Recordar a Amalek es una de las 613 mitzvot de la Torá. Sí, Dios nos ordenó recordar el mal. Pero, ¿por qué íbamos a olvidarlo?
Porque hay una parte nuestra que desea racionalizar el mal y no aceptar que de hecho existe. Damos razones políticas o explicaciones económicas.
En la vida debemos saber qué es bueno y qué es malo, y debemos celebrar cuando el mal es destruido.
La Torá nos dice que el mal sí existe, que no debemos cerrar los ojos ante él, y que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para erradicarlo del mundo.
En la ceremonia de Havdalá que marca el fin de Shabat, celebramos nuestra capacidad de distinguir entre la luz y la oscuridad. Así también en la vida, debemos saber qué es bueno y qué es malo. Sí, se nos ordenó recordar que existe el mal en el mundo, y debemos celebrar cuando éste es destruido.
Tal como escribió el Rey Shlomó en el Libro de Kohelet: "Todo tiene su tiempo... hay tiempo para llorar, y tiempo para reír; tiempo para lamentar, y tiempo para bailar... tiempo para amar, y tiempo para aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz" (Kohelet 3:1-8).
La muerte de Hassan Nasrallah nos recuerda que hay una profunda diferencia entre quienes dedican su vida a destruir y quienes luchan por protegerla. Distinguir entre el bien y el mal no siempre es sencillo, pero es esencial para poder erradicar el mal del mundo. En este caso, la eliminación de alguien responsable de tanto sufrimiento y violencia ofrece un respiro a quienes han vivido bajo su amenaza. No celebramos la muerte en sí, sino la esperanza de que, con su ausencia, el mundo pueda estar un poco más cerca de la paz y la justicia que tanto anhelamos.
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Simplemente extraordinaria explicación, pues tenía un sentimiento de culpa, por alegrarme de la ejecución de una persona extremadamente perversa. Porque en el fondo de mi experimentaba esa sana tranquilidad espiritual de que este canalla no volvería a provocar daño a nadie.
Excelente, aunque disiento en que se use la palabra “asesinato”, la cual tiene connotaciones negativas y acusatorias a quién lo inflinge. Más adecuado la eliminación , la erradicación, la desaparición, la neutralización ,etc. Gracias por permitirme opinar