Dejando a Lady Gaga

9 min de lectura

Mientras buscaba al próximo nuevo talento del mundo de la música, me encontré a mí mismo.

A los 19 años dejé que el contrato del siglo en la industria musical se me escabullera entre los dedos.

Y fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

Cuando comencé mis estudios de música en la Universidad de Nueva York en el año 2005 tenía dos objetivos: ser el presidente de uno de los cuatro sellos discográficos más grandes del mundo y ser uno de los mejores productores de música del planeta.

La universidad no necesariamente provee un camino asegurado hacia el éxito en la industria del entretenimiento, por lo que además de mi cargada rutina de clases trabajé día y noche para afilar mis capacidades creativas y de negocios. Tenía mucho camino que recorrer hasta convertirme en un ‘súper productor’, pero a los 19 años ya estaba bastante bien encaminado.

Durante mi segundo año conseguí una extraña pasantía en Atlantic Records, uno de los sellos discográficos más grandes del mundo. El camino para alcanzar una posición ejecutiva en un sello importante como este es el siguiente: encontrar un músico con futuro, grabar un disco de primera categoría, vender millones de copias y repetir el proceso. Si bien era la persona más joven de la compañía, ese era mi objetivo.

Busqué en todos los sitios web de música independiente, recorrí todos los bares de música local y hurgué en las infinitas pilas de muestras que acumulaban polvo en nuestra oficina. Casi todos los cientos de miles de músicos que escuché eran aburridos. Era como buscar una aguja en un pajar, pero estaba determinado a encontrarla.

Mientras buscaba en esas montañas de música recordé a una cantante llamada Stefani, a quien mi compañero de cuarto me había presentado un tiempo atrás. Antes de unirme a Atlantic Records había hablado con Stefani para producir una de sus canciones, llamada No Floods. Necesitaba mucho trabajo, pero vi que ella tenía un tremendo potencial para convertirse en estrella. Después de tres largos días de retocar su tema en el estudio de mi cuarto, la llamé excitado para hablarle sobre trabajar juntos, pero ella nunca devolvió mis llamadas. Mi ego estaba destruido.

Hace unos meses no era nadie, ni siquiera me devolvían las llamadas. Ahora era un VIP.

Meses después, luego de comenzar a trabajar en Atlantic Records, decidí que quería llevar a Stefani a la compañía. Si bien estaba enojado con ella por haberme ignorado, tragué mi orgullo y me dirigí a Bob Leone, su manager, quien me respondió entusiasmado y me invitó a verla cantar en una exhibición de cantautores.

Era el 23 de marzo de 2006 en el club de música The Cutting Room, en Nueva York. Bob me saludó entusiasmado y me presentó ante Stefani como Elan, de Atlantic Records. Me gustó cómo sonó mi presentación. Hacía pocos meses no era nadie, ni siquiera me devolvían las llamadas. Ahora era un VIP.

Stefani estrenó una canción nueva llamada Hollywood. Era una mejora respecto a su material anterior, pero aún había mucho trabajo que hacer, por lo que decidí esperar antes de mencionar algo a los ejecutivos de Atlantic. La verdad es que temía asumir el riesgo. Me acobardó la idea de exponerme y ser rechazado. En esa época yo tenía ese problema; tenía grandes sueños pero siempre me asustaba dar el gran salto.

Poco después Bob me dio excelentes noticias. Rob Fusari, un famoso productor, estaba haciendo grabaciones de un nuevo demo para Stefani. Apenas estuvieran listas, yo me aseguraría de ser la primera compañía en tenerla en la oficina.

Mientras tanto, ese semestre yo estaba cursando nada menos que ocho clases en la universidad y pasaba todo mi tiempo libre en Atlantic Records. No tenía tiempo para nada más que mi carrera y me estaba desgastando mucho. Ese enfoque tan centralizado estaba haciendo que descuidara otras áreas importantes de mi vida y sentí que faltaba algo. Era una clásica historia de crisis de los cuarenta; sólo que yo aún era un adolescente.

Comencé a devorar libros de crecimiento personal para recuperar el balance. Pero no funcionó. Mi vida estaba muy desequilibrada. Sin embargo, ese era mi sueño, ¿o no? No podía frenar ahora que todo parecía estar a mi alcance. Seguí con fuerza hacia adelante.

Viaje a Tierra Santa

Cuando la primavera se convirtió en verano me tomé unas muy necesitadas vacaciones: un viaje a Israel con Birthright. El viaje fue increíble. Me enamoré de la tierra, escuché atentamente cada palabra de sabiduría de los rabinos, me sentí cercano a mi legado judío. Durante esos diez días sentí que era una versión mejorada de mí mismo.

Cuando fui hospedado por diferentes familias vi un profundo grado de amor y respeto, no sólo entre marido y mujer, sino que también entre los niños y los padres.

Una noche estaba sentado con un rabino en su casa y uno de los niños salió de su cuarto enojado por una pelea que había tenido con uno de sus hermanos. El rabino le murmuró algo al niño, quien sonrió de inmediato y marchó felizmente a su cuarto. Pocos minutos después otro de los niños también salió enojado y el rabino hizo lo mismo.

Estaba tan asombrado que le pregunté: “¿Cómo hiciste eso?”.

Él señaló a su pared, la cual estaba tapizada con cientos de libros de judaísmo, y dijo: “Allí hay uno que otro consejo para padres”.

En Israel, finalmente tuve la oportunidad de frenar un poco y pensar sobre la vida. Yo estaba en el camino indicado para alcanzar todas mis metas, pero de todas formas estaba insatisfecho. Entonces decidí tomar un riesgo, algo poco común para mí en ese entonces. Le mandé un email a mis jefes diciéndoles que me quedaría en Israel dos semanas más.

Seguía empujando con fuerza hasta conseguir todo lo que quería, sólo para descubrir que no era suficiente.

Cuando volví a Nueva York el paso siguiente fue alocado: decidí dejar Atlantic Records. Tenía el trabajo soñado en un importante sello discográfico y estaba a punto de cerrar lo que hubiese sido la contratación de mi vida. Fácilmente me podría haber quedado en la compañía unas semanas más, presentar a Stefani y ver si funcionaba. Pero yo sabía que si no los dejaba en ese momento, entonces continuaría empujando más y más hasta conseguir todo lo que creía que quería, sólo para descubrir que no era suficiente.

Programé una cita con mi jefa. Le dije que había aspectos de mi vida, más allá de mi carrera, que también eran parte de mi sueño y que quería dedicarles más tiempo. Quería tener una vida significativa. No sabía cómo obtenerla, pero sabía que eso era lo quería. Mi jefa entendió y me dejó ir sin problemas. No hizo falta un preaviso, ni tampoco terminar los proyectos. Para el final de la entrevista todo había acabado.

Un paso atrás

Cuando terminé mi penúltimo año de universidad, tres de los cuatro artistas que quería llevar a Atlantic Records habían recibido ofertas importantes. Encontré una aguja en un pajar… un par de ellas. Stefani firmó con Island Records y yo permanecí atento para ver si llegaba a algo.

Mientras tanto, me involucré más en la comunidad judía yendo a comidas de Shabat y estudiando Torá. No tenía ningún interés en la religión, pero quería crecer. Estos rabinos, que parecían anticuados, eran tan consistentemente profundos, sabios y llenos de alegría. Sabía que detrás de todo eso tenía que haber algo.

Cuando conocí diferentes judíos conectados a la Torá, me sorprendió lo bien que parecían entender las complejidades de la vida. A menudo sentía que mis decisiones eran al azar y que dudaba de mí mismo constantemente. Pero estas personas parecían tener la claridad necesaria para construir las áreas más importantes de la vida: las relaciones, el crecimiento personal, la familia, la espiritualidad, etc. Tenían un marco para avanzar con confianza y alentar a cada persona a descubrir su propio camino hacia la grandeza.

Me preguntaba por qué nunca nadie me había contado sobre este tesoro judío. Quería ir a la fuente para averiguar más. Me enteré que el mejor lugar para aprender sabiduría judía es una Ieshivá y que las mejores están en Jerusalem. Algunos amigos míos ya habían ido y habían disfrutado mucho.

Conseguí pasantías en Los Ángeles con tres de los mejores productores de música del mundo.

Pero me distrajo una oferta que no podía rechazar. Conseguí pasantías en la ciudad de Los Ángeles con tres de los mejores productores de música del mundo. El trabajo consistía básicamente en pasar seis semanas observando sesiones de grabación con celebridades como Cristina Aguilera, Hoobastank y New Kids on the Block. Estaba aprendiendo de los mejores. Mis jefes fueron productores de artistas como Chris Daughtry, Kelly Clarkson, Bon Jovi, P. Diddy, Fall Out Boy, OneRepublic, Adele, Katy Perry, Aerosmith, Elton John, Cobie Callait, Pink, Celine Dion y muchas estrellas más.

Uno de los productores me ofreció un trabajo de tiempo completo como asistente; una oportunidad única en la vida para verlo producir a algunos de los álbumes más famosos de la era. Sin embargo, eso me separaría de mis amigos, mi familia y el crecimiento que tanto me importaba en Nueva York. Por lo tanto lo rechacé.

En otoño del 2008 volví a Nueva York para comenzar mi carrera desde cero. Comencé un sello discográfico independiente y eventualmente tuve que subsidiar mis sueños emprendedores con un trabajo asalariado. Trabajaba para mi padre en el rubro inmobiliario de nueve a cinco y para mí de seis hasta la medianoche. Usé el dinero que me sobraba para construir un estudio en mi casa y la primera canción que produje y escribí en colaboración fue cedida bajo licencia de comercialización a Warner Brothers Television y Red Bull.

En medio de este mar de tareas me juntaba con mis rabinos locales para estudiar Torá. Esperaba con ansiedad esos encuentros más que cualquier otra cosa de mi semana. También estaba respetando Shabat, por lo que terminaba mi ajetreada rutina semanal con un día entero dedicado a la reflexión y al crecimiento espiritual.

Hubiese sido mucho más fácil deslizarme hacia el éxito en un sello corporativo o con un gran productor en Los Ángeles, pero estaba feliz con este camino.

Después pasó algo sorprendente. Stefani sacó un nuevo álbum y su música llegó a la radio. Luego pasó algo aún más sorprendente: llegó al número uno en la radio. Yo estaba haciendo papeleo de nueve a cinco y me esforzaba para mantener los ojos abiertos en mi estudio improvisado por las noches, mientras que la primera artista que yo había querido llevar a Atlantic Records estaba sonando todo el día en la radio.

Luego, Stefani Germanotta se convirtió en la estrella pop más grande del mundo. Su nombre artístico: Lady Gaga. Ella estaba ganando millones de dólares mientras yo apenas superaba el sueldo mínimo. ¡¿Qué había hecho?!

Dando un salto

Pasaron los meses. Llegó el invierno y era hora de ver si había aprendido mi lección. ¿Podría finalmente asumir un riesgo por algo en lo que realmente creía?

Ya había pasado más de un año desde la graduación y aún no había tenido el coraje de ir a Jerusalem. Tenía grandes preguntas existenciales y necesitaba un crecimiento intenso, pero le tenía miedo a lo desconocido. ¿Qué dirían mis amigos y mi familia? ¿Estaba dispuesto a hacer grandes cambios en mi vida? ¿Extrañaría mucho a mis seres queridos? ¿Y si terminaba odiando la experiencia?

Seguí postergando la decisión. Era el mismo error de nuevo: creía en algo y tenía miedo de asumir el riesgo.

En ese entonces iba regularmente a seminarios de espiritualidad judía. Cada programa nuevo me inspiraba, pero apenas lo dejaba, la inspiración se desvanecía. Eventualmente me di cuenta que me estaba apoyando en alguien más, en algo externo, para inspirarme. No estaba generando mi propia energía, sino que estaba funcionando con energía prestada.

Ya no quería ser un espectador. La única forma de tener una vida extraordinaria es hacer una acción extraordinaria. Cuando los judíos dejaron Egipto, el Mar Rojo no se abrió sino hasta que un hombre, Najshón, entró decidido al agua.

Entonces di el salto. Llegué a Israel el 31 de diciembre de 2009 para ir a una Ieshivá por el tiempo que fuera necesario para encontrar lo que estaba buscando.

El contrato soñado

Seis meses después…

Estaba sentado en mi cuarto de la Ieshivá hablando con mi mamá por teléfono, cuando de pronto me contó que ese año Lady Gaga había ganado 50 millones de dólares.

Yo quedé completamente sorprendido. No por lo que dijo mi mamá, sino por lo que respondí yo:

“Mamá, yo siento que gané 100 millones”.

Ahí estaba yo, en mi pequeño dormitorio, hacinado, con cuatro chicos más. Yo dormía en la cama de arriba y, como el cielorraso era abovedado, cuando encendían la calefacción me sentía en un horno. Casi todas las noches me despertaba el ruido de mis compañeros cerrando la puerta con fuerza y, para empeorar las cosas, mi compañero de cuarto, que dormía en la cama de abajo mío, a veces se levantaba tan rápido por la mañana que se golpeaba la cabeza contra mi cama y hacía que yo me despertara sobresaltado.

Pero lo peor de todo es que había desperdiciado una oportunidad de oro para catapultarme a la cima de la industria de la música. Había perdido todo lo que quería.

¿Y qué tenía a cambio?

Todo lo que realmente quería.

Recibir Shabat cantando y rezando todos los viernes a la noche era, por lejos, mucho más conmovedor que cualquier canción que hubiera escuchado. La sinfonía de sabiduría de mis humildes maestros me elevaba más alto que cualquier concierto con 20.000 fanáticos gritando. Y lo mejor de todo es que esta canción no termina cuando se bajan las cortinas, sino que cada día se agrega otra nota a la producción más grande que haré en mi vida: una vida llena de sentido.

La música transforma una experiencia simple en algo que parece ser mucho más importante. El único problema es que la canción termina. El dinero, la fama, la belleza y el poder son lo mismo. Por un tiempo, le agregan un nuevo color a la vida, pero luego pierden su brillo para siempre.

Aprendí que el verdadero éxito no es tener muchas posesiones materiales, logros prestigiosos ni vivencias excitantes, sino que es tomar las piezas de quién eres realmente y de tratar de unirlas lo mejor que puedas.

Durante tres años me senté a los pies de los gigantes en Jerusalem, quienes compartieron conmigo los secretos de la alegría, la sabiduría y de vivir con un propósito.

Definitivamente conseguí el contrato soñado.

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