Descubrir que hay respuestas para las preguntas

19/03/2025

7 min de lectura

Cuatro generaciones en el crisol de culturas norteamericano lograron borrar todo el judaísmo de mi familia.

—¿Cómo defines tu judaísmo?

Me quedé callado, sin saber cómo contestar. La empleada de Birthright continuó diciendo:

—Ya sé, ya sé… Es una pregunta rara. ¿Quizás cenan en familia los viernes por la noche? ¿Bar Mitzvá? ¿Janucá?

—¡Ni siquiera sé qué es Janucá! —le dije riéndome de mi ignorancia. Sin dudas había fallado la prueba de judaísmo y perdido mi oportunidad de viajar gratis a Israel con Birthright.

—Entonces dirías que simplemente eres judío…

—Bueno, mi mamá es judía. Eso me hace judío, ¿verdad?

Ella me formuló un par de preguntas más y cuando nuestra conversación llegaba a su fin, le pregunté:

—Entonces… ¿califico para el viaje?

—¡Por supuesto, no te preocupes! Todo está arreglado. Nos pondremos en contacto en un par de semanas para organizar tu información de vuelo.

Llegué al final de la lista y vi mi nombre, Riley Pope. Hasta ahí había llegado mi posibilidad de ir de incógnito.

Poco después de nuestra conversación, ella me agregó al grupo de Facegroup con el resto de los participantes del viaje. Curioso por ver con quién iba a viajar, abrí la pestaña con la lista de perfiles: Jacobo Goldberg, Rajel Finkelstein, Isaac Cohen… La lista seguía con más intimidantes nombres judíos. Llegué al final de la lista y vi mi nombre, Riley Pope. Hasta allí había llegado mi posibilidad de ir de incógnito.

El crisol

Antes de nuestra conversación, yo nunca había pensado en “mi judaísmo”, mucho menos había tratado de definirlo. Cuatro generaciones en el crisol de culturas norteamericano lograron borrar todo el judaísmo de mi familia.

No había nada particularmente judío en mi infancia. Aunque mi mamá fue criada por padres judíos, después de conocerse en una fiesta universitaria de una fraternidad judía tuvieron poca relación con su judaísmo. Luego mi madre conoció a mi padre, un sureño cristiano, en una cita a ciegas en la universidad y poco después de casaron. Él creció en Bells, Tennessee, una ciudad de 1.200 residentes y más iglesias que semáforos.

Al casarse, mis padres vivieron una simple vida sureña cristiana. Después de tres hijos y cinco años de matrimonio, sus diferencias los superaron. Se divorciaron y cada uno siguió su camino, en diferente dirección y filosofía. Mi madre dejó el cristianismo y comenzó una nueva vida.

Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño. Mis hermanos y yo crecimos dividiendo nuestro tiempo entre ellos. La mayor parte del año vivíamos con nuestra madre en Memphis, Tennessee. Entre la escuela y las prácticas de futbol, vivíamos una vida secular normal. De vez en cuando íbamos los domingos a la iglesia, pero era más que nada simbólico. Dos fines de semana al mes vivía con mi papá. Aunque estábamos a sólo una hora de distancia de Memphis, los fines de semana con mi padre eran un mundo completamente diferente.

Los sábados con mi padre los pasábamos cazando, pescando y andando en cuatrimotos. La mañana del domingo comenzaba temprano en la iglesia bautista cercana, seguida de un completo desayuno casero preparado por mi abuela. Cuando la comida estaba lista, tías, tíos, primos y amigos se reunían alrededor de la mesa y se tomaban de las manos esperando la bendición. Tras la emotiva plegaria de agradecimiento de mi abuela, todos llenaban sus platos con diferentes estofados, frijoles, jamón horneado con miel y otros clásicos sureños. Después de la comida veíamos fútbol americano en el salón y durante los comerciales recordábamos “los buenos tiempos”. Al llegar la noche del domingo, mi padre nos llevaba a mí y a mis hermanos de regreso a Memphis para otras dos semanas de vida en la ciudad.

Una piedra curiosamente no explorada llamada judaísmo

Yo estaba en mi segundo año de universidad cuando escuché sobre Birthright. Después de mencionar al paso que yo era judío, una amiga exclamó: “¿Sabes? ¡Escuché que hay unos judíos ricos que pagan para que los judíos visiten Israel gratis!” No podía creerlo, pero una rápida búsqueda en Google confirmo que ella tenía razón. Llamé a mi mamá para corroborar que éramos judío. “¡Eso creo!”, me respondió mamá, y para el final de la noche ya me había inscrito y pagado el depósito. En dos meses subiría a un avión con completos extraños rumbo a un país que apenas podía ubicar en un mapa, para explorar qué significa ser judío.

Desde que era adolescente, me fascinó la búsqueda de sentido. Naturalmente, comencé asistiendo a la iglesia en la escuela secundaria, pero cuando mis preguntas fueron más que sus respuestas, seguí adelante. Mi siguiente parada fueron las religiones orientales. Allí encontré prácticas que fomentaban la paz, pero aún no había respuestas satisfactorias. Esperando encontrar principios que guiaran mi vida incluso decidí estudiar filosofía. Pero después de dos años en la universidad todavía no estaba satisfecho. Ahora me había encontrado con una piedra curiosamente no explorada llamada judaísmo. Programé una cuenta regresiva en mi teléfono y esperé ansiosamente la aventura que vendría.

Mi vuelo aterrizó en La Guardia y me apuré para llegar al lugar donde se encontraría mi grupo de Birthright. Nos reunimos y todos compartieron un poco sobre su historia. Algunos contaron sus dificultades en la escuela judía, otros contaron con orgullo historias de su bar y bat mitzvá. Llegó el momento en que yo tenía que hablar. Pero, ¿qué podía decir? Mi único recuerdo judío no era el más kasher, pero decidí compartirlo de todos modos.

Mi grupo de Birthright (yo estoy al medio, en la fila de arriba)

Conté sobre la receta de rogalaj de mi bisabuela que había sido transmitida a mi mamá. Esa pequeña galleta judía era la única cosa que sobrevivió al crisol de culturas. Mi madre los horneaba en la época de Navidad para que se los dejáramos a Papa Noel con un vaso de leche fría. No era la festividad más judía, pero Papá Noel no tenía objeciones ya que del plato de galletas que le dejábamos en la noche de Navidad, a la mañana siguiente siempre quedaban sólo migas.

Les encantó la historia y me dieron la bienvenida a la tribu.

¿Quién eres?

Cada experiencia en Israel fue especial por sí misma. Pero hubo ciertos momentos que resaltaron, específicamente aquellos en Tzfat. En el segundo día de nuestro viaje llegamos a la mística ciudad. Nuestro grupo recorrió las calles empedradas hasta que llegamos a una parada donde descansaríamos con una breve meditación guiada por uno de los habitantes locales. Esperamos a nuestro guía mientras veíamos caer el sol perezosamente sobre Merón.

Una voz alegre y bulliciosa subió por las escaleras. “¡Hola, dulces almas!” gritó. Por la esquina apareció un hombre con barba, envuelto en una túnica de lino y con un tocado en la cabeza, llevando lo que parecía ser un cuerno de carnero de medio metro de largo. Era Eyal Karoutchi, un conocido guía espiritual. La profunda paz que irradiaba su presencia era inconfundible. Él nos condujo a todos hacia la sala de meditación, donde nos hizo sentar y comenzó a hablarnos sobre la meditación. Después de unos minutos de bromas, Eyal se quedó en silencio y también se calló el grupo. Su energía cambió dramáticamente mientras comenzaba a calmar la sala.

Eyal Karoutchi

Él observaba de un rincón al otro de la habitación y con una voz suave pero penetrante, dijo de forma similar a un gurú: “Voy a formularles una pregunta. Lo que quiero de ustedes es simple. Cuando formule la pregunta, no quiero que piensen en su respuesta. Sólo dejen que la respuesta surja de donde sea que esté”.

Nuestra curiosidad creció. Entonces me miró directo a los ojos y me preguntó de forma penetrante:

“¿Quién eres?”

Como estudiante de filosofía, esta pregunta no era nada nuevo. Yo me lo había estado preguntando durante varios años y usualmente sólo llevaba a un miedo existencial. Pero esta vez, algo había cambiado. Por primera vez sentí que estaba cerca de una respuesta. Aunque sólo había estado en Israel un par de días, esos días me habían cambiado internamente. Me senté en silenciosa contemplación, superado por la alegría de la historia que se estaba desarrollando.

Al acabar nuestra meditación, seguimos a nuestra siguiente parada en Tzfat: Abraham Loewenthal, un artista cabalista local. Entramos a su estudio y nos acomodamos en alfombras repartidas por el suelo. Al frente de la habitación se sentó Abraham. El hombre con barba irradiaba paz y esperó pacientemente que todos nos acomodáramos.

Él comenzó a contarnos su historia. “No dejen que la apariencia los engañe. No fui siempre Abraham de Tzfat. Solía ser Robert de Michigan”, dijo sonriendo. Siguió contándonos la historia de haber crecido en los Estados Unidos, indiferente a su educación judía ortodoxa moderna, hasta su descubrimiento de la sabiduría espiritual del judaísmo y eventualmente mudarse a Israel. Yo estaba obnubilado.

Mientras lo escuchaba hablar, sentí como si viera destellos de mi propia historia abriéndose y materializándose, 20 años más tarde. La paz que él irradiaba, la aventura que vivió y la conexión espiritual que estaba compartiendo me intrigaron. A medida que compartía más de su historia junto con la sabiduría que lo había guiado, sentí que algo profundo se estaba despertando dentro de mí. Esta sabiduría se sentía como estar en casa.

“Durante dos mil años, nuestros ancestros han rezado pidiendo nuestro regreso a Israel. Ninguna expulsión, pogromo u Holocausto detuvo a nuestros ancestros de luchar y a veces morir para que nosotros podamos estar hoy aquí". Abraham rio con asombro: “¡Ustedes podrían ser la primera persona en su familia que pisó esta tierra en los últimos dos mil años!”

Hasta donde yo sabía, ¡yo era la primera persona de mi familia en pisar nuevamente Israel!

Una tribu en búsqueda

Pensé en los rogalaj y me pregunté cómo mi familia se había alejado tanto. No entendía cómo alguien podía haber abandonado estos tesoros. Todo lo que yo estaba buscando había estado escondido en mi ADN y no tenía idea.

Después de años de búsqueda, descubrí que yo pertenecía a una nación que formulaba las mismas preguntas que yo. No sólo formulaban las mismas preguntas, sino que vivían y respiraban las respuestas que descubrieron. Ya no estaba solo en mi búsqueda. Había encontrado mi tribu.

Llegué a Israel como un confundido estudiante de filosofía. Partí del país con preguntas aún más profundas. Pero por primera vez en mi vida estuve seguro de que mis preguntas realmente tenían respuestas. La vida me había asignado una misión y estaba ansioso por seguir las pistas.

Eyal me desafió con una pregunta: “¿Quién eres?” Dejé Israel sabiendo una cosa: soy judío. No tenía idea de lo que eso significaba, pero mi odisea judía recién estaba comenzando y para mí eso era suficiente.

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