La Sucá
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La capacidad para transformar el mal.
Hace varios años enseñé un curso llamado “Historias malentendidas de la Biblia”. Entre las historias que explicaba, estaba la violación de Shejem —el hijo de Jamor— a Dina. La razón por la que se volvió una historia malentendida, en lugar de transformarse sólo un episodio duro y trágico de la vida de una niña judía, fue la publicación de La tienda roja, una novela de Anita Diamant. Ella es una excelente escritora y si el libro hubiese sido exclusivamente ficción, lo hubiera disfrutado. Pero por desgracia el libro es una desagradable distorsión de los episodios relacionados con personajes reales de la Torá, particularmente de Dina, la hija de Yaakov y Lea.
En este ensayo, mientras navegamos por los comentarios de la Torá y los Midrashim sobre la vida de Dina, trataremos llegar a un entendimiento fiel de esta compleja mujer.
“Y luego [Lea] tuvo una hija y la nombró Dina” (Génesis 30:21).
Rashi comenta:
“Lea se juzgó a sí misma: ‘Si este feto es varón, mi hermana no será ni siquiera como una de las siervas’. Por lo que rezo por el [feto] y fue transformado en mujer”.
En nuestros ensayos anteriores vimos que Lea tenía un gran poder para cambiar la realidad por medio de la plegaria. Pareciera que Dina comenzó su existencia como un embrión macho, y que fue nombrada en base al justo razonamiento que hizo que se volviera mujer.
Lea, quien sabía que la familia tendría 12 tribus masculinas y ya tenía seis hijos en ese entonces, calculó que si tenía otro (Iosef, la onceaba tribu), entonces Rajel no tendría ni siquiera la misma cantidad de hijos que las siervas (que ya tenían dos cada una).
Entonces, Lea rezó para que fuera niña. Dios escuchó sus plegarias ¡y cambió el sexo del bebé! Esto augura las circunstancias futuras en las que Dina se encontraría. En su alma, quizás, habría un elemento masculino, un aspecto de Iosef o una similitud a él que podría expresarse de profundas formas.
Yaakov y su familia finalmente volvieron a la Tierra de Israel (Kenaán en ese entonces), después de haber confrontado a Esav y su ejército en el camino y habiendo llegado a un cierto grado de reconciliación. Dina no estuvo en la confrontación. El Midrash comenta que su ausencia guarda relación con la siguiente trágica historia:
“Y él se levantó esa noche y tomó a sus dos esposas y a sus dos siervas y a sus once hijos (Génesis 32:33). ¿En dónde estaba Dina? [Yaakov] la había puesto en una caja y encerrado en ella. Dijo: ‘Este hombre malvado (Esav) tiene un ojo altivo, no sea que la vea y se la lleve de mí’”.
“Dios dijo: ‘Evitaste bondad hacia tu hermano y, como resultado, sufriste. Porque si ella se hubiese casado con Esav, no habría sido violada’, como dice luego (Génesis 34:1): ‘Y Dina salió’” (Bereshit Rabá, Vaishlaj 77:9).
El Midrash culpa a Yaakov por haber escondido a Dina y evitado que conociera a Esav. Ahora, ¿cómo se puede culpar a un buen padre por proteger a su hija de alguien que considera lascivo y violento, capaz de asesinar a sus parientes?
Obviamente Yaakov no podría ser culpado por proteger a su familia lo mejor que pudo. Sin embargo, en otro nivel, el Midrash señala algo extraordinario sobre esta niña y ve la acción de Yaakov —de encerrarla en una caja— como un acto de “evitar bondad” en lugar de un acto de cariño y protección. Pareciera decir: todos los rasgos malos de Esav podrían haber sido doblegados y canalizados bajo la guía e influencia de Dina. Ella, más que nadie, podría haberlo logrado. Pero tú la encerraste. Querías evitar que Dina fuese influenciada negativamente, pero te diste cuenta de que, por el contrario, ella podría haber salvado a Esav del mal camino en el que se encontraba.
En el destino potencial de Dina (de casarse con Esav), es interesante notar la similitud con Lea, su madre. Recordemos que Lea también estaba destinada a casarse con Esav, ya que era la hija mayor de Laván, y que con plegaria y lágrimas evitó esta realidad a toda costa. Dina no pudo elegir si tener conexión con Esav o no; su padre evitó esta posibilidad por completo. Sin embargo, pareciera que heredó de su madre la increíble capacidad de superar el mal, al punto que hubiera podido ser una buena pareja para lo poderosamente negativo de Esav, transformándolo y dirigiéndolo por canales positivos.
“Dina, la hija de Lea, a quien ella había dado a luz para Yaakov, salió para ver a las hijas de la tierra. Shejem, hijo de Jamor el jivita, príncipe de aquella tierra, la vio, la tomó, se acostó con ella y la violó. Y su alma se apegó a Dina, hija de Yaakov, y amó a la joven y habló a su corazón” (Génesis 34:1-3).
La Torá menciona que Dina salió a observar las niñas de la tierra, después de haber llegado a vivir por primera vez a un nuevo lugar, a una ciudad bulliciosa. Shejem, el príncipe de la tierra, la vio, secuestró y violó (aparentemente sin investigar mucho sobre su identidad). Después ocurrió algo extraño: su alma se apegó a ella y quería conversar con ella, disculparse por lo que había hecho.
"Dina, la hija de Lea… salió”, y no la hija de Yaakov. El texto conecta [a Dina] con su madre para enseñar que tal como Lea era una persona ‘salidora’, también [Dina] era una persona ‘salidora’, como dice: ‘Y Lea salió a recibirlo’ (Génesis 30:16). De tal madre, tal hija” (Midrash Tanjumá, Vaishlaj 7).
El Midrash señala que tal como Lea poseía un cierto ímpetu y determinación, a Dina también le gustaba “salir”. ¿Tiene algo de malo “salir”? ¿Hay una acusación disimulada a la víctima? ¿Hizo Dina algo para provocar la atención indeseada de Shejem? ¿Deberían las mujeres quedarse en casa? ¿Qué podemos aprender para nuestra vida actual, en la sociedad moderna?
Es importante notar que en el (aparentemente crítico) Midrash citado, la determinación de Lea es alabada por nuestros Sabios en otro contexto, considerándola positiva y causante del nacimiento de un niño recto con descendientes sobresalientes. Entonces, a primera vista, no pareciera estar enseñando que las mujeres no deben comportarse con extroversión.
Abarbanel (un comentarista español del siglo XV) comenta que la conexión que realiza el texto entre Dina y Lea muestra la naturaleza positiva de su comportamiento y la intención inocente que exhibió:
Esta [violación] no le ocurrió a Dina porque le haya gustado salir; era la hija de Lea y [Lea] era quien se quedaba en casa todo el día, mientras que Rajel era la extrovertida pastora… También desde el lado de Yaakov, él era el “morador de tiendas”, y si el padre es una persona que se enfoca en el interior, cuánto más la hija. Esto enseña que [Dina] no salió por motivos equivocados, Dios no lo quiera. [Ella salió] sólo para observar a las niñas de la tierra… dado que, salvo ella, no había otras niñas en la casa de Yaakov y ella quería aprender de ellas… como tienden a hacer las niñas jóvenes (Abarbanel, Génesis 34:1).
Dina era una joven curiosa que quería ver las mujeres de este nuevo país y entender sus prácticas. No hubo provocación ni falta de modestia; el texto declara claramente que estaba interesada en “las niñas”, no en “los niños”.
“‘Y él la vio’. No pienses que ella lo sedujo, porque el texto especifica que él fue quien la vio primero. ‘Y la tomó’ por la fuerza y nadie pudo salvarla, dado que era el príncipe de la tierra. Su crimen tuvo tres partes: (A) La secuestró, esto es robar. (B) Se acostó con ella; esto es violarla, particularmente siendo que no estaba circunciso. (C) ‘Y la atormentó’ dado que fue violación y ella no consintió, y eso es violarla personalmente” (Malbim, Génesis 34:2).
Los comentaristas parecen bastante convencidos de que Dina no tuvo ninguna culpa por el comportamiento de Shejem. Hasta el hecho de “salir” se le atribuye a la perversión de Shejem:
“La hija de Yaakov se sentó en su tienda y no salía. ¿Qué hizo Shejem, el hijo de Jamor? Trajo muchachas afuera de su tienda para que jugaran y tocaran instrumentos musicales. Dina salió a verlas tocar y él la agarró y la violó” (Pirkei deRabí Eliezer 38).
En este relato pareciera que Shejem planeó su crimen con premeditación. ¿Qué hizo que se enamore tanto para tomarla, violarla y luego apegarse a ella aún más?
“Si no hubiera sabido que era la hija de Yaakov, quien era mundialmente famoso y tenía buena reputación por sus hijos, nunca hubiera hecho lo que hizo” (Or HaJaim, Génesis 34:2).
Parece que Shejem, el hijo de Jamor, era un príncipe muy malcriado acostumbrado a obtener todo lo que su corazón deseaba. Creía que merecía todo, que era todopoderoso y que ninguna gratificación necesitaba ser postergada. Apenas deseaba algo, su anhelo era satisfecho de inmediato. Cuando llegó a la ciudad la nueva familia, cuyo padre era conocido por ser poderoso y bendecido con muchas posesiones y grandes hijos, Shejem debe haberse molestado. Debe haberse enamorado de Dina por su belleza, pero no en menor medida porque era la “hija de Yaakov”. Quería superar a Yaakov y aplastarlo, para que no hubiera dudas respecto a quién mandaba en esa ciudad.
Rav Shimshon Rafael Hirsch dice que este fue un clásico caso de un dictador que quiere subyugar a la niña judía débil y sin amigas. Eso fue lo que enojó a los hijos de Yaakov y los hizo desquitarse con semejante fuerza y venganza.
Shejem ideó una forma para que Dina saliera y ella, cediendo ante la curiosidad natural de una joven en un nuevo entorno, cayó en la trampa. Fue inmediatamente secuestrada y violada.
A lo largo de toda esta historia, Dina es silente y no oímos ni siquiera una palabra de ella. Es una víctima completamente pasiva del asalto.
Lo que hace que la historia sea un poco extraña es el efecto que Dina parece tener sobre Shejem después de esta experiencia puramente física:
“Y su alma se apegó a Dina, hija de Yaakov, y amó a la joven y habló a su corazón” (Génesis 34:3).
La experiencia pasa de ser física y externa a poseer emociones y una transformación interior. Desde este momento en adelante, Shejem entra en un frenesí de pasión, se comporta de manera impulsiva y casi alocada para convencer a la familia de Dina de casarse con ella. ¡Incluso accede a que todos los hombres de la ciudad sean circuncidados!
En una bizarra yuxtaposición, el Midrash relaciona los sentimientos de Shejem por Dina con los de Dios por el pueblo judío:
“Jamor les habló diciendo: ‘Shejem, mi hijo, su alma anhela por su hija…’ (Génesis 34:8). Rabí Shimón ben Lakish dijo: Con tres palabras de afecto Dios expresó su amor por Israel: apego, anhelo y deseo… y las aprendemos de la historia de ese hombre malvado. Apego: ‘Y su alma se apegó a Dina’. Anhelo: ‘Mi hijo anhela su hija’. Deseo: ‘Porque deseó a la hija de Yaakov’” (Midrash, Bereshit Rabá 80:7).
De todo lo que puede aprenderse de este Midrash, advertimos el buen ojo con que es vista la pasión de Shejem (e incluso él mismo). Es esencialmente espiritual. En cierto sentido sus sentimientos representan un anhelo espiritual de conectarse con “la hija de Yaakov”, el pueblo judío.
Normalmente esperaríamos que el lujurioso perpetrador de una violación sintiera aversión y odio por su víctima (ve la historia de Amnón y Tamar, Shmuel II, 13:11-15). Sin embargo, el acto de Shejem aparentemente causó una especie de transformación en este hombre malvado y sediento de poder.
Pareciera que Dina, incluso en su gran pasividad, tuvo un efecto abrumador sobre Shejem. Esto se expresó durante el lazo sexual que compartieron, a pesar de que haya sido sin su consentimiento.
“El apego de almas sólo es posible entre personas que están en un nivel similar, pero la atracción física es posible entre dos personas de niveles y procedencias [intelectuales-sicológicos] muy diferentes… Aquí, Shejem sintió una afinidad de almas porque ella era ‘la hija de Yaakov’” (Malbim, Génesis 34:3).
Quizás Shejem fue atraído por el enorme poder espiritual latente en esta joven. Quizás haya percibido un tesoro de grandeza, lo que apeló a su naturaleza tiránica. Pero luego, la atracción prevaleció incluso en este nivel de relación, haciéndolo cambiar y canalizar su energía egoísta hacia el objetivo espiritual de casarse con una niña judía y convertirse al judaísmo junto con toda su ciudad.
Después de esta experiencia —y de la ira de los hermanos y su retribución a la población masculina de la ciudad—, la Torá no brinda mucha información sobre la vida de Dina. Sin embargo, el Midrash nos dice que de esta unión nació una hija, Osnat, que fue dada en adopción. Luego, en un curioso giro del destino, Osnat terminó en la casa de Potifar, en Egipto, y eventualmente se casó con Iosef, ¡su tío! (Midrash, Yalkut Shimoni 134).
¡Qué irónico que la hija de la extraordinaria Dina, cuyos poderes transformativos hubieran podido transformar a Esav y que terminó canalizando las energías animales de Shejem hacia las alturas de la espiritualidad, terminó casándose con Iosef, que en esencia debería haberle nacido a Lea en lugar de Dina!
Vemos una poderosa conexión entre las almas de Dina y Iosef. Un aspecto masculino del alma de Dina puede haber quedado en ella después del cambio físico de género. Quizás tenía en su interior esa chispa especial que le pertenecía sólo a Iosef, quien tenía el poder de consumir la “paja” que es Esav:
“Y la casa de Yaakov será un fuego y la casa de Iosef una llama y la casa de Esav será paja…
Yaakov dijo: una vez que Iosef, la llama, nació, ya estoy listo para irme (de Laván) y enfrentar a mi hermano Esav, porque el fuego no puede gobernar desde lejos sin una llama y sólo con Iosef puedo superarlo” (Rashi, Génesis 30:25).
Iosef recibió una fortaleza única para “gobernar desde la distancia” al mal y conquistarlo. En su vida observamos la capacidad para vivir en Egipto entre personas malvadas, resistir la tentación, conservar su rectitud e incluso ascender al poder y gobernar sobre todos. Su rasgo particular es llamado en los escritos místicos, ‘cimiento’ (yesod) o rectitud. Esta capacidad única puede perfectamente haber sido compartida por Dina.
La referencia midráshica al potencial de Dina como candidata para casarse con Esav y su increíble efecto sobre Shejem, el príncipe kenaanita, apunta a la maravillosa compatibilidad que debe haber existido entre su hija Osnat y Iosef, su hermanastro.
La sefirá (rasgo de Dios manifestado en este mundo) de rectitud —un profundo gobierno interior sobre las pasiones—, junto a la capacidad de influenciar externamente desde la distancia sin ser afectado negativamente en el proceso, es lo que Dina contribuyó a su hija. Así, a pesar de que Dina nunca materializó su potencial para influenciar y superar el mal, el matrimonio de su progenie fue la continuidad de su capacidad para generar el cambio de una forma extremadamente poderosa. Y con Iosef, este rasgo se destiló y potenció, volviéndose parte del código genético del pueblo judío y de nuestro legado para la eternidad.
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