Dos terroristas incendiaron una sinagoga en Melbourne, Australia

12/12/2024

6 min de lectura

Mientras el antisemitismo se siga normalizando, los crímenes de odio seguirán apilándose.

Poco después de las 4 de la madrugada del viernes, dos personas enmascaradas rociaron con gasolina la entrada principal de la sinagoga Adass Israel de Melbourne, una de las sinagogas más grandes y concurridas de Australia. Momentos después, prendieron fuego al edificio, lo que rápidamente se convirtió en un infierno. A esa hora temprana, solo había unos pocos hombres en el santuario. Ellos habían llegado a estudiar antes de que comenzaran las plegarias matutinas dos horas más tarde. Ellos entendieron lo que estaba sucediendo al oír el ruido de los vidrios que se rompían y lograron salir del edificio por una puerta trasera, aunque uno sufrió quemaduras en sus manos y dos debieron ser hospitalizados por inhalar humo. Si los pirómanos hubieran atacado una hora más tarde, habría habido mucha más gente adentro. No podemos saber cuántas personas habrían muerto.

El daño fue masivo. Gran parte del interior quedó destruido. Muchos libros religiosos se convirtieron en cenizas. Fueron necesarios 60 bomberos y 17 camiones para apagar el fuego. Por lo menos seis rollos de la Torá (los objetos más venerados del culto judío, que escribirlos lleva entre 12 y 18 meses) resultaron dañados por el calor y el agua.

El interior de la sinagoga Adass Israel

Adass Israel fue fundada después de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de sus primeros congregantes fueron inmigrantes europeos que habían sobrevivido al Holocausto. Al reconstruir sus vidas después de la pesadilla nazi en la que fueron asesinados un tercio de los judíos del mundo, ellos deben haber recordado demasiado vivamente la destrucción y quema de sinagogas en Alemania y Austria en noviembre de 1938, el pogromo de la Noche de los Cristales que presagió el torbellino suicida que se avecinaba.

A los judíos de esa época, nacidos en un mundo donde la violencia y la destrucción antisemita no sólo eran rutinarias, sino que también a menudo eran promovidas por líderes políticos y religiosos, tal vez no les pareció como un rayo caído del cielo que de pronto unos piromaníacos que odiaban a los judíos atacaran una sinagoga. Pero no fue así para los judíos de Melbourne del siglo XXI, algunos de los cuales creían ingenuamente que en las sociedades civilizadas tales atrocidades ya no eran posibles.

No faltaron recordatorios para los judíos de Australia, especialmente desde el 7 de octubre del 2023, de que muchos de sus compatriotas los odian.

“Estoy conmocionado, absolutamente conmocionado”, declaró Benjamin Klein, un miembro de la Junta Directiva de Adass Israel, a la cadena de televisión australiana 9News. “No pensamos que esto podía pasarnos aquí, en Melbourne. Somos una comunidad tranquila. Agachamos la cabeza, no molestamos a nadie, deseamos lo mejor para todo el mundo”. Klein es un judío ortodoxo, pero la reacción fue similar entre los judíos australianos menos religiosos. Benjamin Preiss, el editor de un periódico de Melbourne que se define a sí mismo como un judío “mayoritariamente laico”, escribió el lunes en una columna que incluso cuando estaba cubriendo el incendio de la sinagoga Adass Israel “me costaba creer que alguien en Australia atacara tan descaradamente un lugar de plegarias pacíficas. El hecho de que hubiera adentro gente en el momento del ataque lo hace aún más repugnante”.

Sin embargo, a los judíos australianos no les faltaron recordatorios, especialmente desde el 7 de octubre del 2023, de que muchos de sus compatriotas los odian. Sólo dos días después de la peor matanza de judíos desde el Holocausto, una turba de partidarios de Hamás se concentró frente a la Ópera de Sídney, ondeando banderas palestinas y gritando insultos contra los judíos y “Gas a los judíos”. La semana pasada, el Consejo Ejecutivo de lo Judíos Australianos informó que se produjeron casi 2.100 incidentes antijudíos en los 12 meses posteriores al 7 de octubre, lo que implica multiplicar por cuatro los del año anterior. “Salvo honrosas excepciones, la respuesta de los líderes políticos y comunitarios, directivos de universidades y de la sociedad civil ha sido, en el mejor de los casos, tibia. El resultado ha sido una escalada del antisemitismo, desde las palabras de odio a actos de odio cada vez más graves”, declaró el Consejo.

Como gritar consignas antisemitas en las puertas de las escuelas judías. O vandalizar hogares judíos. O agredir físicamente a judíos en las calles.

Quemar sinagogas es una de las maldades más antiguas perpetradas contra los judíos. Mucho antes de que existiera un Tercer Reich o el moderno estado de Israel, quienes odiaban al pueblo judío a menudo expresaron ese odio incendiando los lugares donde los judíos se reunían a rezar.

El historiador Robert Wistrich, en su extensa historia del antisemitismo, “Una obsesión letal”, describe al padre de la iglesia del siglo IV, San Juan Crisóstomo, que “justificaba quemar las sinagogas” alegando que eran un “templo de demonios dedicado a cultos idolatras, una asamblea criminal de judíos... un abismo de perdición”. El contemporáneo de Crisóstomo, San Ambrosio de Milán, compartía su perspectiva. Cuando quemaron una sinagoga en la Mesopotamia en el año 388 por instigación del obispo local, el emperador romano Teodosio ordenó que fuera reconstruida a expensas de los responsables. Ambrosio indignado argumentó enérgicamente que la orden debía anularse. Él declaró que ningún cristiano debía ser castigado por quemar una sinagoga, dado que cualquier edificio donde los judíos rindieran culto era un “hogar de incredulidad, una casa de impiedad, un receptáculo de locura que Dios mismo había condenado”.

Simon Sebag Montefiore cuenta en “Jerusalem: la biografía”, que cuando la Primera Cruzada llegó a la Tierra Santa en el año 1099, lucharon no sólo contra los gobernantes musulmanes sino también contra la asediada e impotente comunidad judía: “Los judíos buscaron refugio en sus sinagogas, pero los cruzados les prendieron fuego”, escribió Montefiore. “Los judíos fueron quemados vivos, casi una ofrenda ardiente en nombre de Cristo”.

Primero enciendan fuego a sus sinagogas o escuelas y entierren y cubran con tierra todo lo que no arda” - Martin Lutero

Martín Lutero, la figura central de la Reforma Protestante, fue uno de los mayores antisemitas de la historia. En un infame tratado de 1543, “Sobre los judíos y sus mentiras”, ofreció su “consejo sincero” para tratar con “este pueblo rechazado y condenado, los judíos”. Su lista de recomendaciones comenzaba diciendo: “Primero, enciendan fuego a sus sinagogas o escuelas y entierren y cubran con tierra todo lo que no arda”.

También en el mundo musulmán las sinagogas fueron quemadas una y otra vez: en Persia en 1839, en El Cairo en 1945, en Argelia en 1956, en Estambul en el 2003, en Damasco en el 2013 y en muchas instancias más.

Incluso cuando ya no existen las comunidades judías, las sinagogas que dejaron fueron destruidas por los incendiarios. En el 2005, Israel unilateralmente puso fin a la ocupación de la Franja de Gaza, entregando todo el territorio en manos de la Autoridad Palestina, desmantelando los 21 asentamientos que se habían construido allí y expulsando a los 9.000 residentes judíos que vivían en ellos. Pero dejaron intactas las sinagogas. Los edificios eran sagrados y hermosos, y los israelíes no tuvieron el valor de arrasarlos. Pensaron que aunque las ex sinagogas ya no se usarían para las plegarias judías, los palestinos podían darles buen uso, quizás como centros comunitarios, oficinas, edificios municipales o escuelas.

Pero al apoderarse de la tierra a la que Israel renunció voluntariamente, lo primero que hicieron los palestinos fue prender fuego a las sinagogas. “El cielo nocturno de Gaza se tiñó de naranja mientras el fuego rugía en los asentamientos”, informó Associated Press. “Las mujeres ululaban, los adolescentes encendían fuegos artificiales y la multitud coreaba: ‘Dios es grande’”.

Lo que ocurrió la semana pasada en Australia ocurrió también en los Estados Unidos y en Canadá. La congregación Beth Israel de Gadsden, Alabama, fue incendiada por un simpatizante nazi en 1960. La sinagoga con el mismo nombre, Beth Israel de Austin, fue incendiada en el 2021. Una sinagoga de Vancouver fue rociada con combustible e incendiada el pasado mes de mayo. Afortunadamente los daños se limitaron a las puertas delanteras y nadie resultó herido. Seis meses antes, lanzaron cocteles Molotov contra una sinagoga en los suburbios de Montreal.

Habrá más. A medida que el antisemitismo abierto es normalizado, los crímenes de odio seguirán apilándose. Más judíos serán amenazados y atacados, más antisemitismo será difundido en las redes sociales, más ciudades experimentarán “cazas de judíos”, y más sinagogas serán consumidas por las llamas.

La marea sangrienta se ha desatado, tomando prestada la frase de Yeats. Nuestro mundo está profundamente desordenado y cada vez más fuera de control. Se avecina algo verdaderamente espantoso. Los judíos, como siempre el canario en la mina de carbón, son el primer objetivo. Pero no serán los últimos.


Este artículo apareció originalmente en “Arguable”, un boletín semanal escrito por el columnista del “Boston Globe”, Jeff Jacoby.

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