Sociedad
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Los israelíes luchan por la vida, y la valoran por sobre todas las cosas.
Douglas Murray, columnista de "Free Press", recibió el premio Alexander Hamilton por su "inquebrantable defensa de los valores occidentales". Esta es una adaptación de su discurso al recibir el premio.
Nunca vi tanto de lo mejor y lo peor de la humanidad como en los últimos seis meses en Israel y Gaza. El 7 de octubre estaba en Nueva York. El 8 de octubre bajé a Times Square, donde había hombres y mujeres agitando pancartas celebrando la masacre del día anterior. No pedían una solución de dos estados. No decían que les encantaría hacer algunos intercambios de territorios fronterizos en Cisjordania. No, no. Todo era para celebrar la masacre.
En Times Square, algunos llevaban carteles que decían: "por todos los medios necesarios", en un momento en el que ya sabíamos lo que incluían esos medios y, de hecho, cuando la masacre seguía su curso. Entonces pensé que algunas cosas eran obvias, Lo primero era que tenía que llegar a Israel lo antes posible. Lo segundo era que íbamos a ver una especie de negacionismo del Holocausto en tiempo real y, por lo tanto, yo debía ver con mis propios ojos todo lo que había sucedido, todo lo que se pudiera ver. La tercera cosa fue que ya había comprendido lo que dije poco después del 7 de octubre: que hay algunos momentos en la vida en los que se produce una llamarada y se puede ver exactamente dónde está parado todo el mundo. Eso parecía ser exactamente lo que había ocurrido.
Fui directamente a los lugares de las masacres, a los hospitales donde se recuperaban los heridos. No voy a contarles todas —ni siquiera algunas— de las terribles historias que se pueden escuchar. Desde allí, me uní a los expertos… a los patólogos en las morgues de Tel Aviv que trataban de identificar a los muertos, una tarea increíble que llevaban adelante con extraordinaria delicadeza y religiosidad. Pasé mucho tiempo con las familias de los secuestrados y con los sobrevivientes de la fiesta Nova. Pero también tuve la gran oportunidad de ser testigo presencial de la respuesta de Israel, porque a diferencia de algunos países en la actualidad, Israel no se queda sentado con ecuanimidad cuando es atacado, por mucho que a parte del mundo le gustaría que lo hiciera.
Vi una de las vallas que los terroristas rompieron el 7 de octubre y de inmediato también pensé que después del siete, la gente no iba a comprender la magnitud de esto: se trató de un ataque terrorista de un batallón de 4.000 personas que pretendían llegar hasta el centro del país. De hecho, me sentí bastante orgulloso de volver a atravesar esa valla con las FDI cuando entraron a Gaza a buscar a los rehenes.
Vi las redes de túneles que Hamás pasó construyendo todos estos años con tu dinero y con el mío. Tengo un amigo en el ejército británico, el coronel Richard Kemp. Un día, estábamos debajo de uno de los túneles que Yahya Sinwar había construido y por el que se lo ve pasar en un video. Le dije a Richard, que como yo es un aficionado al humor negro: "Esto tiene el tamaño y la amplitud del metro de Londres". Me respondió: "Sí, y escuché que incluso es más largo que el metro de Londres". Tuve la oportunidad de decir: "Y creo que lo organizan bastante mejor".
Supongo que puedo decir, como cualquier otro, que lo vi todo. El día que salí de Israel, hace algunos días, fui la primera persona a la que se le permitió entrar a ver a los terroristas de Hamás que cometieron las atrocidades del 7 de octubre en las celdas de la prisión en las que están recluidos. En realidad menciono todo esto para decir qué pienso de todo esto. Voy a citar las Escrituras.
Ahora, cuando pienso en el 7 de octubre, no pienso sólo en las víctimas; pienso en los extraordinarios héroes.
A menudo pienso en la frase de Deuteronomio cuando Dios dice: "He puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge pues la vida, para que vivas tú y tu descendencia". Y pienso también en el salmista que dijo: "No moriré sino que viviré". Porque ahora, cuando pienso en el 7 de octubre, no pienso sólo en las víctimas: pienso en los extraordinarios héroes. Y más que nada quiero mencionarlos a ellos. Un hombre joven, un amigo mío de unos treinta años, se despertó en Jerusalem el 7 de octubre, comprendió la gravedad de lo que estaba ocurriendo, se subió a su auto y viajó hacia el sur, recogió algunas armas, dejó en su teléfono un mensaje de despedida a sus hijos y a su mujer.
Cuando estaba en el camino, recibió una llamada de su comandante que le dijo que tenía que volver a la base en Jerusalem. "No, ahora nos necesitan en el sur", fue su respuesta. El comandante de su batallón le dijo: "¿Estás desafiando una orden?". "Sí, estoy desafiando una orden. Nos necesitan en el sur". Él lucho durante las 48 horas siguientes y sobrevivió.
Pienso en mi amigo Moshé, con quien tuve la gran suerte de estar desde hace muchos meses. Ahora es mi cameraman y lo fue desde el principio. El primer día que estuvimos juntos, nos pusimos las armaduras de combate y los cascos en la frontera de Gaza. Noté que Moshé tenía una marca de bala en la parte superior de su casco y no había mencionado nada al respecto. Le pregunté de dónde era. Me explicó que era del 7 de octubre. Todos los sábados él iba a visitar en Kfar Aza a un amigo que también trabajaba en los medios de comunicación, y cuando estaba en la autopista se encontró en medio de un tiroteo.
Moshé bajó del auto, luchó y mató a tres terroristas con su propia pistola que, gracias a Dios, lleva consigo. Siguió luchando durante los dos días siguientes. Y él no espera recibir ningún aplauso por eso, ni nada por el estilo. Simplemente hizo lo que tenía que hacer. Pienso en los extraordinarios hombres drusos que proveían la comida para la fiesta Nova y a los que conocí hace unos meses, algunas semanas después de las atrocidades. Ellos me describieron no sólo lo que habían visto en la fiesta, lo que el mundo ya estaba intentando negar, sino lo que ellos habían hecho. No se veían en absoluto a sí mismos como héroes, pero gracias a que entendían árabe, esa mañana salvaron a muchos jóvenes judíos. Les pregunté: "¿Por qué lo hicieron?". Ellos son israelíes orgullosos, drusos. Me respondieron: "Los de Hamás nos odian incluso más de lo que odian a los judíos".
Pienso en el médico musulmán que Hamás mantuvo como escudo humano en un momento de la mañana. Incluso después de resultar herido, salvó la vida de otros israelíes. Pienso en las extraordinarias personas de United Hatzalá, una especie de unidad de primeros auxilios. Todos ellos reciben una alerta en sus teléfonos. Todos acuden a un accidente de tráfico. Hablé con el director de esta organización en Jerusalem. Él me dijo: "En treinta años haciendo este trabajo, los treinta años juntos no fueron como un minuto de esa mañana. Las luces se apagaron por todas partes". Y pienso en una joven mujer llamada Adi Baruj. Tenía 23 años y estuve con su familia en diciembre en Judea y Samaria. Era una joven hermosa, fotógrafa. Después del 7 de octubre ella decidió que tenía que volver a alistarse. Y lo hizo. Sus padres le suplicaron que no lo hiciera, pero ella dijo que debía hacerlo. El primer día le cayó encima un cohete en Sderot y la mató. Sus padres compartieron conmigo la nota que les había dejado por si no sobrevivía. Entre otras cosas, allí había escrito cuánto lo sentía, y agregó: "Quise vivir la vida, y ahora quiero que ustedes la vivan por mí".
Pienso, por último, en una noche extraordinaria de noviembre del año pasado. Yo estaba en el Centro Médico Infantil Schneider cuando llegaron los helicópteros trayendo de regreso a los primeros rehenes, los primeros niños que regresaron después de que Hamás los secuestrara de sus hogares en el sur. Llevábamos dos días esperándolos. Fueron dos días de negociaciones frustradas, en los que Hamás deliberadamente iba y venía, torturando cada vez más a las familias. Pero cuando aparecieron los helicópteros, eran dos y aparecieron en medio del cielo nocturno. La gente de Tel Aviv entendió lo que estaba pasando y todos los autos se detuvieron. Yo estaba justo encima del hospital y todos los autos de Tel Aviv se detuvieron. De repente, escuché los aplausos de los ciudadanos, de los habitantes de Tel Aviv. Luego se oyó que cantaban, cantaban por todas las calles de Tel Aviv. Le pregunté a mi cameraman qué estaban cantando.
Estaban cantando la canción Hevenu Shalom Alejem – les hemos traído la paz. Después, al conversar con el comandante del helicóptero, supe que hubo una intensa competencia entre los pilotos de los helicópteros para tener la suerte y el honor de llevar de regreso a esos niños a casa. Hay millones de historias como esta en todo Israel. El país retumba con ellas. Esto me hace pensar mucho sobre mi hogar en los Estados Unidos, mi hogar en Inglaterra. En los últimos dos años hubo varias encuestas preguntándoles a los estadounidenses y a los británicos qué harían si su país fuera invadido. Hace dos años, cuando Ucrania fue invadida, hubo una encuesta en los Estados Unidos. No quiero hacer una observación partidista, pero permítanme arriesgarme. Esa encuesta reveló que una minoría de votantes demócratas se quedaría y lucharía por su país. Una ligera mayoría de votantes republicamos dijo que lo haría, pero en definitiva, sólo el 52% de los encuestados en los Estados Unidos dijo que se quedaría y lucharía por su país.
Supongo que el resto se iría a toda prisa a Canadá, suponiendo que el invasor no fuera Canadá, que es una de las pocas cosas en geopolítica que me gusta sostener. Pero en el Reino Unido, en los últimos meses hubo una encuesta todavía peor. Los encuestadores les dijeron a los jóvenes británicos que el secretario de defensa dijo que existía la posibilidad de que el Reino Unido tuviera que enlistar a los jóvenes. Sólo el 27 por ciento de los jóvenes dijeron que estarían dispuestos a alistarse para luchar por su país. No hace falta que les diga que estos no son buenos resultados. Y plantean toda una serie de interrogantes, sobre algunos de los cuales escribí en mi último libro. No me sorprende que muchos jóvenes estadounidenses no estén dispuestos a luchar por su país, si desde que nacieron les dijeron que su país está podrido de base y que no hay nada en su favor fuera de la esclavitud, el colonialismo y todo lo demás. Realmente lograron maleducar a los estadounidenses en esta clase de autodesprecio.
Pero comparo esto con lo que vi en los últimos seis meses. De hecho, muchos de mis lectores y espectadores me dijeron en los últimos seis meses: "Has cambiado, Douglas". A veces les pregunto a qué se refieren y me responden: "Has perdido parte de tu pesimismo".
Les respondo que hay una razón para ello. La razón es que vi al público israelí, porque en realidad esto no fue algo teórico. No era una pregunta en una encuesta. No eran unos idiotas en un campo universitario en los Estados Unidos, disfrazados de terroristas por un día y sus patéticos intentos… ¿Cuál fue el último? Ahora están en Los Ángeles convocando a las plegarias. Hay un tipo en Nueva York que tiene un ombligo y una remera corta. Al comienzo de este año académico aparecía en cámara defendiendo la emergencia climática, y ahora está en favor de Hamás. Supongo que es "Queers por Palestina" y todo eso.
Me gustaría dejarlo caer en Gaza, aunque como ya he dicho en alguna ocasión, no estoy seguro de que haya muchos edificios altos desde donde tirarlo. Pero una vez que los reconstruyan, este tipo sobrevivirá allí más o menos un día. Lo van a meter rápido en el ascensor, supongo. Una de las grandes cosas de Israel en este momento es lo que dijo mi amiga Bari Weiss cuando llegó en febrero: "¿No es maravilloso ser un país en donde a nadie le importa un bledo el movimiento woke?". Es tan cierto. Nadie se preocupa por los pronombres. La vida es demasiado seria. La realidad está justo delante de ti. Me parece que hay una lección en esto, y no es una lección para Israel. Es una lección para nosotros, para ti y para mí, si vamos a restaurar países como Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norteamérica.
Este país y Gran Bretaña serían afortunados de tener una generación joven como la de Israel. Ellos están sobre la balanza desde el 7 de octubre y resultaron ser magníficos.
Hace unos meses conversé con un hombre mayor en Tel Aviv que me dijo que luchó en las guerras de 1967 y 1973. Él me dijo: "Le debo una disculpa a la generación joven de Israel. Yo solía decir que ya no lo llevaban dentro… que les gustaba la fiesta, estar en Instagram y TikTok… Les debo una disculpa. Han sido magníficos". Y la cosa es que quizás sí hace falta que la vida vuelva a ser seria. Quizás los estudiantes que vemos en estas universidades destruidas sólo necesitan algún día una dosis de realidad. Siempre rezo para que ese día no les llegue nunca, porque sería la mayor llamada de atención que alguien haya recibido. Pero todo lo que diré es que estre país y Gran Bretaña serían afortunados de tener una generación joven como la de Israel. Ellos están sobre la balanza desde el 7 de octubre y resultaron ser magníficos.
Lo que quería decir, para terminar, supongo que es esa pregunta de Orianna Fallaci. Me pregunto qué he aprendido sobre la vida. Y me temo que voy a dar una definición circular: por la vida hay que luchar y hay que valorarla. Eso es a lo que se ha enfrentado Israel: a un culto a la muerte, un culto que desea aniquilar a toda una raza, que ha dejado muy claro lo que quiere hacer con los cristianos, con todos los británicos, con todos los estadounidenses y a continuación con todos los demás. Simplemente somos estúpidos al no creerles. A las personas en los Estados Unidos que no les creen, les digo que sigan durmiendo tanto como puedan.
FOTO LIBRO
Extraído del libro Extreme Trauma, editado por Dr. Moshé Kaplan, con artículos sobre el 7 de octubre del 2023 por Miriam Adelson, Noa Tishby, Douglas Murray, Rav Dr. Abraham Twerski, Dr. Meir Elran y otros pensadores e influencers, ofreciendo puntos de discusión agudos y oportunos para contrarrestar las falsas narrativas tóxicas que inundan los medios de comunicación.
Fotografía principal del artículo por: Stuart Mitchell
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