El 7 de octubre, antisemitismo y el poder de la gran mentira

07/10/2024

5 min de lectura

Los antisemitas han promovido falsedades tan monstruosas y viciosas, tan audazmente falsas, que su total implausibilidad les da el aspecto ilusorio de ser verdad.

El pasado 7 de octubre fue el día más mortífero de violencia contra los judíos desde el final del Holocausto. También fue el inicio de la erupción más virulenta de antisemitismo en Occidente desde la Segunda Guerra Mundial. Para mencionar solo una estadística, en los tres primeros días tras el espantoso pogromo de Hamás, los llamados a la violencia en redes sociales contra los judíos aumentaron un 1.200 %, según el Sistema de Monitoreo de Seguridad Cibernética contra el Antisemitismo. El derramamiento orgiástico de sangre judía llevó a los antisemitas a una frenesí de odio que aún no ha cesado.

Hace un año, podría haber sido posible creer que el tabú pos-Holocausto sobre el odio abierto hacia los judíos aún estaba vigente. Aunque los brotes de violencia antisemita habían estado ocurriendo en los últimos años con creciente y alarmante frecuencia —y provenientes tanto de la derecha como de la izquierda— parecían la excepción a una regla ampliamente impuesta. Ya no más. En todo el mundo el antisemitismo se está normalizando, particularmente entre los jóvenes. La tregua pos-Holocausto ha terminado. El antisemitismo ha regresado con venganza, descaro y confianza.

A lo largo de los milenios, el odio hacia los judíos ha asumido patrones predecibles, ninguno más fundamental que la "gran mentira". Los antisemitas —ya sea que odien al pueblo judío, la religión judía o el Estado judío— han expresado su odio no solo exagerando estereotipos negativos, negando verdades inconvenientes o reciclando insultos racistas. Una y otra vez, también han promovido falsedades tan monstruosas y viciosas, tan audazmente falsas, que su total implausibilidad les da el aspecto ilusorio de ser verdad.

"En la gran mentira siempre hay una cierta fuerza de credibilidad", escribió Adolf Hitler en Mein Kampf.

"En la gran mentira siempre hay una cierta fuerza de credibilidad", escribió Adolf Hitler en Mein Kampf. Muchas personas "dicen pequeñas mentiras en pequeños asuntos", observó, pero "nunca se les ocurriría fabricar enormes falsedades, y no creerían que otros tendrían la desfachatez de distorsionar la verdad de manera tan infame". Ese es el poder de la gran mentira, especialmente cuando se repite lo suficiente: incluso las mentes razonables gradualmente la aceptan como un hecho. Después de todo, suponen subconscientemente, ¿por qué los funcionarios gubernamentales o la prensa o las élites sociales harían afirmaciones tan impactantes y escandalosas a menos que fueran verdad?

Hitler lanzó su guerra contra los judíos con la gran mentira de que Alemania fue derrotada en la Primera Guerra Mundial porque había sido "apuñalada por la espalda" por traidores judíos. En realidad, los judíos alemanes eran excepcionalmente leales a la patria, más de 100.000 habían servido en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial y 12.000 habían caído en combate. Más tarde llegó una mentira aún más indescriptible, la grotesca afirmación de que los judíos eran subhumanos raciales que contaminaban la pureza de la sangre aria. Hoy parece increíble que los ciudadanos de Alemania, la nación más sofisticada y culta de Europa, pudieran haber creído semejantes falsedades insanas. Pero decenas de millones de alemanes las creyeron. Y cuando los nazis comenzaron a aislar y luego exterminar a los judíos de Europa, lo hicieron con el apoyo ávido y la participación de innumerables ciudadanos alemanes.

La historia judía está repleta de estas mentiras mortales.

A partir del siglo XII, los judíos fueron acusados de secuestrar y asesinar a niños cristianos, para usar su sangre en la elaboración de matzá de Pésaj. Por culpa de estos "libelos de sangre", revividos una y otra vez en la Europa medieval (y reciclados hasta el día de hoy en el mundo musulmán), innumerables judíos fueron encarcelados, expulsados o asesinados. La acusación no solo era falsa, sino una inversión total de la verdad. En la cultura judía, el consumo de sangre está prohibido; de hecho, es una de las primeras prohibiciones en la Torá. Un paso esencial en la preparación de carne kósher es enjuagarla meticulosamente para limpiarla de sangre. Sin embargo, esta absurda gran mentira fue creída por vastas cantidades de europeos.

También lo fue la gran mentira, difundida durante la devastadora peste negra del siglo XIV, de que los judíos habían causado la plaga envenenando pozos y fuentes. Se decía que su intención era "matar y destruir toda la cristiandad y tener el señorío sobre todo el mundo". El cargo era ridículo, no solo porque los judíos también morían producto de la peste como todos los demás. Sin embargo, tan efectiva fue la mentira, y tan ferviente el hambre antisemita por creer en la culpabilidad judía, que resultó en miles de judíos quemados vivos.

De era en era, las grandes mentiras contadas sobre los judíos mutan. A principios del siglo XX, se acusaba a los judíos en los infames Protocolos de los Sabios de Sion de conspirar para controlar el mundo. Después del 11 de septiembre, se les acusó de haber planeado los ataques terroristas. Louis Farrakhan ha inculcado durante años en sus seguidores de la Nación del Islam el libelo de que los judíos fueron los responsables de "el horror del comercio transatlántico de esclavos, la esclavitud en las plantaciones y Jim Crow". Una industria próspera niega que alguna vez hubo un Holocausto, insistiendo en que el genocidio más documentado de la historia es una ficción judía. Todas estas son mentiras tan absurdas, tales reversos de la realidad, que deberían ser imposibles de creer para cualquier individuo sensato.

Sin embargo, todas ellas han sido creídas, a menudo en grandes cantidades y por personas célebres e influyentes.

En la era moderna, las grandes mentiras antisemitas más letales han sido las difundidas sobre Israel. Durante décadas, el Estado judío ha sido calumniado como racista y practicante de apartheid. Israel ha sido difamado como un intruso colonialista sin derecho legítimo a existir. Mucho después de haberse retirado por completo de Gaza, sigue siendo rutinariamente condenado como un "ocupante".

Durante décadas, siempre que Israel se ha visto obligado a luchar en defensa propia, los antisemitas han clamado que Israel masacra civiles sin consideración por la decencia o el derecho internacional. En el último año desde el 7 de octubre, estas mentiras han alcanzado extremos fantásticos: que Israel bombardea deliberadamente hospitales, que induce conscientemente el hambre, e incluso, en una imitación actualizada de la negación del Holocausto, que fingió la masacre del 7 de octubre con fines propagandísticos y fabricó las pruebas de violaciones masivas y tortura sexual.

Y la más grande de estas grandes mentiras es que Israel está cometiendo genocidio contra los palestinos.

La más grande de estas grandes mentiras es que Israel está cometiendo genocidio contra los palestinos.

Una vez más, esto no solo es una falsedad, sino una inversión total de la realidad. Es Hamás quien desató la violencia genocida contra Israel el 7 de octubre, Hamás cuyos líderes públicamente prometen llevar a cabo la "matanza, exterminio y aniquilación" de los judíos, y Hamás cuya estrategia se basa explícitamente en maximizar las muertes palestinas. Creer que Israel —que siempre ha hecho grandes esfuerzos para evitar bajas civiles— está intentando en realidad exterminar al pueblo palestino es tan lógico como creer que los judíos difundieron la peste negra envenenando el agua potable.

Pero cuando se trata de los judíos, las personas —incluso las educadas y sofisticadas— siempre han estado dispuestas a creer las más monstruosas grandes mentiras. Y el horror del 7 de octubre, lejos de hacer que esas mentiras parezcan más desquiciadas que nunca, ha llevado a que aún más personas las abracen.


Este artículo apareció originalmente en The Boston Globe.

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