
3 min de lectura
La porción de la Torá de esta semana contiene el famoso mandato de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). De hecho, cuando a Hilel le pidieron que explicara la Torá en una sola frase, él dijo que esta es la base de la Torá: “Lo que odias que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás. Ese es el principio fundamental de la Torá. Lo demás es comentario. Ve y estudia”.
Parece obvio que si queremos que alguien sea amable con nosotros, debemos ser amables con él. Esto parece justo, ¿verdad? Pero cuando examinamos las palabras de la Torá con cuidado, notamos que no dice que hay que tratar a los demás como nos gustaría ser tratados, sino amarlo como nos amamos a nosotros mismos. ¿Qué significa esto en un sentido más profundo?
A menudo pensamos: “¡por supuesto que me amo a mí mismo!”. Pero cuando realmente lo analizamos, a menudo amamos ciertas partes nuestras. Y tal vez hay otras partes que no amamos tanto. Esto es perfectamente razonable, ya que todos somos un trabajo en progreso.
Pero amarnos a nosotros mismos, todas las partes de nosotros mismos, es un requisito previo para poder amar a los demás. Si sólo amo aquellas partes de mí que se pueden presentar de manera ordenada y atada con un lazo bonito, entonces… ¿cómo podría amar a otro debido a sus imperfecciones? ¿Cómo podemos identificar esas partes de nosotros que no amamos tanto y luego aprender a amarnos verdaderamente también por esas partes?
Dios hizo algo especial para que identifiquemos esas partes de nosotros que tal vez no amamos tanto. La misma cosa que nos molesta en otras personas suele ser lo que nosotros mismos necesitamos trabajar. Aquellos que nos rodean son nuestros espejos, y si algo que alguien hizo nos molesta, es una señal para mirar dentro de nosotros mismos en esa misma área. Por ejemplo, si alguien llega constantemente tarde y eso nos molesta, podemos preguntarnos si hay algún aspecto de nuestra gestión del tiempo que podamos mejorar. Esto requiere una reflexión tranquila y, a menudo, encontramos distracciones y otras tareas que llenan nuestro tiempo. Pero si realmente queremos trabajar en amarnos completamente, este es un ingrediente clave.
Una vez que hemos identificado un área en la que podemos mejorar, podemos pedirle a Dios que nos ayude. Después de todo, todos fuimos creados a imagen de Dios; Él nos creó con nuestras aparentes imperfecciones. Por lo tanto, podemos reconocer que si Dios me creó con este rasgo de carácter particular, sin duda esto es parte de mi misión santa en la vida.
Cuando reconocemos que tenemos el poder de usar este rasgo para lo positivo, y trabajar en él, ya estamos a medio camino de transformarlo. Al mirar esta parte de nosotros, en lugar de esconderla bajo capas más profundas de nuestro ser, le estamos dando incluso a nuestras partes aparentemente feas amor y compasión. Estamos dejando que esa parte de nosotros sea vista, reconocerla y saber que también fue creada a imagen de Dios.
Reconocer esas partes de mí mismo y aceptarlas es el primer paso para ver que otra persona también es un trabajo en progreso, y también poder amarla por ser humana. No todas las partes de la rosa son hermosas. De hecho, algunas partes de la rosa incluso pueden hacernos daño. Pero eso también tiene un propósito, y cuando somos capaces de ver el propósito y la belleza primero en nosotros mismos, en nuestra misión en la vida, en nuestra relación con Dios, entonces estamos dando el paso correcto para ver eso en los demás y cumplir el mandato de verdaderamente “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”.
Cuando te moleste algo de otra persona, trata de ir hacia adentro y ver si hay algo dentro de ti que puedas trabajar. Agradécele a Dios por esta oportunidad de crecimiento personal, en lugar de enfocarte en la otra persona. Después de ofrecerte a ti mismo amor y compasión, mira si eres capaz de dárselo también a esa otra persona.
Nuestro newsletter está repleto de ideas interesantes y relevantes sobre historia judía, recetas judías, filosofía, actualidad, festividades y más.