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Con un lenguaje majestuoso, Moshé comienza su cántico invistiendo todo el poder y la pasión en su testamento final a los israelitas. Comienza de forma dramática pero suave, convocando al cielo y a la tierra como testigos de lo que está por decir, palabras que casi se repiten en el discurso de Porcia en "El mercader de Venecia": "la calidad de la misericordia no es forzada".
Oigan, oh cielos, y hablaré;
Y que la tierra escuche las palabras de mi boca.
Que mi enseñanza gotee como lluvia
Y mis palabras desciendan como el rocío,
Como vientos tempestuosos sobre la vegetación
Y como gotas de lluvia sobre la hierba (Deuteronomio 32:1-2)
Pero esto es un mero preludio al mensaje principal que Moshé quiere transmitir. Se trata de la idea conocida como tziduk hadin, reivindicar la justicia de Dios. Moshé lo expresa de esta manera:
Él es la Roca, Sus actos son perfectos
Y todos Sus caminos son justos.
Dios confiable y sin iniquidad;
Justo y recto es Él. (Deuteronomio 32:4)
Esta es una doctrina fundamental del judaísmo y de su entendimiento del mal y del sufrimiento en el mundo; una doctrina difícil pero necesaria. Dios es justo. ¿Por qué entonces pasan cosas malas?
La corrupción no es Suya; la deficiencia es de Sus hijos.
Una generación perversa y retorcida. (Deuteronomio 32:5)
Dios paga el bien con bien y el mal con mal. Cuando nos ocurren cosas malas, es porque nosotros mismos hemos sido culpables de hacer cosas malas. La culpa no la tienen los astros, sino nosotros mismos.
Pasando al modo profético, Moshé prevé lo que ya ha predicho, incluso antes de que cruzaran el Jordán y entraran a la tierra. A lo largo del Libro de Devarim ha estado advirtiendo sobre el peligro de que en su tierra, una vez olvidadas las penurias del desierto y las dificultades de la batalla, el pueblo pudiera volverse cómodo y complaciente. Pueden llegar a atribuirse a sí mismos los logros y alejarse de su fe. Cuando esto ocurra, provocarán un desastre sobre sí mismos:
Pero Ieshurún engordó y dio coces;
Engordaste, te hiciste obeso…
Abandonó al Dios que lo había hecho
Y deshonró a la Roca de su Salvación…
A la Roca que te engendró ignoraste,
Y olvidaste al Dios que te dio la vida (Deuteronomio 32:15-18)
Esta, la primera vez que se usa en la Torá la palabra Ieshurún, de la raíz iashar, recto, es deliberadamente irónica. Israel sabía lo que era ser recto, pero se descarrió por una combinación de riqueza, seguridad y asimilación a las costumbres de sus vecinos. Esto es una traición a los términos del pacto, y cuando eso ocurra descubrirá que Dios ya no está con él. Descubrirá que la historia es un lobo feroz. Separada de la fuente de su fuerza, será dominado por sus enemigos. Todo lo que la nación disfrutó en un momento se perderá. Este es un mensaje crudo y aterrador.
Sin embargo, Moshé cierra la Torá con un tema que estuvo presente desde el principio. Dios, el Creador del Universo, creó un mundo que es fundamentalmente bueno: la palabra que resuena siete veces en el primer capítulo de Bereshit. Los seres humanos, dotados de libre albedrío por ser la imagen y semejanza de Dios, son quienes introducen el mal al mundo y luego sufren sus consecuencias. De ahí la insistencia de Moshé en que cuando aparecen los problemas y las tragedias, debemos buscar la causa en nosotros mismos y no culpar a Dios. Dios es justo y recto. Los defectos son nuestros, de Sus hijos.
Quizás esta sea la idea más difícil de todo el judaísmo. Está abierta a la más simple de las objeciones, una que ha sonado prácticamente en todas las generaciones. Si Dios es justo, ¿por qué les ocurren cosas malas a las personas buenas?
Esta pregunta no la formulan los escépticos, los que dudan, sino los mismos héroes de la fe. La escuchamos en la súplica de Abraham: "¿Acaso no hará justicia el Juez de toda la tierra?". La oímos en el desafío de Moshé: "¿Por qué has hecho mal a este pueblo?". Vuelve a sonar en Jeremías: "Señor, Tú siempre tienes razón cuando discuto contigo. Sin embargo, debo exponer mi caso ante Ti: ¿Por qué son tan prósperos los malvados? ¿Por qué son tan felices los malvados?" (Jeremías 12:1)
Es un argumento que nunca cesó. Continuó a lo largo de la literatura rabínica. Se oyó nuevamente en las kinot, los lamentos, suscitados por la persecución de los judíos en la Edad Media. Suena en la literatura producida como consecuencia de la expulsión de España y su eco sigue reverberando en las memorias del Holocausto.
El Talmud dice que de todas las preguntas que Moshé formuló a Dios, esta fue la única a la que Dios no respondió.(1) La interpretación más simple y profunda se encuentra en el Salmo 92, "El cántico del día de Shabat". Aunque "los malvados broten como la hierba" al final serán destruidos. Los justos, por el contrario, "florecen como una palmera y crecen altos como un cedro en el Líbano". El mal vence a corto plazo, pero nunca a largo plazo. Los malvados son como la hierba, mientras que los justos se parecen más a los árboles. La hierba crece de la noche a la mañana, pero un árbol tarda años en alcanzar toda su altura. A largo plazo, las tiranías son derrotadas. Los impíos declinan y caen. La bondad y la rectitud ganan la batalla final. Como dijo Martin Luther King siguiendo el espíritu del Salmo: "El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia".
Es una creencia difícil, este compromiso de ver la justicia en la historia bajo la soberanía de Dios. Sin embargo, consideremos las alternativas. Hay tres. La primera es decir que la historia no tiene ningún sentido. Homo hominis lupus est, "el hombre es lobo del hombre". Como dijo Tucídides en nombre de los atenienses: "Los fuertes hacen lo que quieren, los débiles sufren lo que deben". La historia es una lucha darwiniana por la sobrevivencia, y la justicia no es más que el nombre que se le da a la voluntad de la parte más fuerte.
La segunda alternativa es el dualismo, la idea de que el mal no viene de Dios sino de una fuerza independiente: Satanás, el Diablo, el Anticristo, Lucifer, el Príncipe de las Tinieblas y todos los otros nombres dados a la fuerza que no es Dios sino que se opone a Él y a quienes le sirven. Esta idea, que surgió en formas sectarias de cada uno de los monoteísmos abrahámicos, así como en los totalitarismos, es una de las más peligrosas de toda la historia. Ella divide a la humanidad entre los inquebrantablemente buenos y los irremediablemente malos, dando lugar a una larga historia de barbarismo y derramamiento de sangre de la clase que vemos hoy en muchas partes del mundo en nombre de la guerra santa contra el mayor y el menor Satán. Esto es dualismo, no monoteísmo, y los Sabios que lo llamaron shnei reshuiot, "dos poderes o dominios",(2) tenían razón en rechazarlo por completo.
La tercera alternativa, ampliamente debatida en la literatura rabínica, es decir que la justicia en última instancia existe en el Mundo Venidero, en la vida después de la muerte. Aunque este es un elemento esencial del judaísmo, llama la atención lo relativamente poco que el judaísmo recurrió a él, reconociendo que el eje central del Tanaj está en este mundo, en la vida antes de la muerte. Porque aquí es donde debemos trabajar por la justicia, la equidad, la compasión, la decencia, el alivio de la pobreza y la perfección en la medida de nuestras posibilidades, como sociedad y como individuos. El Tanaj casi nunca toma esta opción. Dios no le dijo a Jeremías ni a Iov que la respuesta a sus preguntas existe en el cielo y que la verán cuando termine su estancia en la tierra. La pasión por la justicia, tan característica del judaísmo, se disiparía por completo si esta fuera la única respuesta.
Por difícil que sea la fe judía, a lo largo de la historia tuvo el efecto de llevarnos a decir: si han ocurrido cosas malas, no culpemos a nadie más que a nosotros mismos y nos esforcemos por mejorarlas. Creo que esto es lo que lleva a los judíos una y otra vez, a emerger de la tragedia, sacudidos, con cicatrices, cojeando como Iaakov tras su encuentro con el ángel, pero decididos a empezar de nuevo, a volver a dedicarnos a nuestra misión y a nuestra fe, a atribuir nuestros logros a Dios y nuestras derrotas a nosotros mismos.
Creo que de esta humildad nace de una fuerza trascendental.
Shabat Shalom
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