Ciencia
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Ben fabricaba balas en su garaje y nos gritaba constantemente. Un día, la situación llegó a su punto crítico.
Vivir mis primeros años de niñez en una pequeña comunidad judía donde había sólo una sinagoga ortodoxa, aseguraba que todo judío observante que veíamos, era alguien a quien conocíamos personalmente; tanto a él, como a su familia y cada detalle de su pasado. Cuando nos mudamos a una comunidad judía más grande, recuerdo haber ido por la calle y haber sentido una enorme excitación cada vez que veíamos una persona judía a quien no conocíamos. "¡Mira, un judío!", gritábamos.
Es una larga historia el cómo llegaron mis padres a vivir en aquella pequeña comunidad, pero finalmente, allí estaban. Se mudaron a un pequeño complejo de departamentos con sus cuatro niños, y dado que éramos los únicos judíos religiosos en aquel edificio, solíamos jugar con los otros niños del vecindario – tanto con inmigrantes ilegales que vivían en un garaje, o con los hijos de otras familias que no sabían nada sobre judíos o judaísmo.
En el departamento arriba nuestro vivían Ben y Karen, una pareja adulta que no tenía hijos. Karen era lo más dulce que un vecino puede ser; aún la recuerdo dándonos joyas de juguete a mi hermana y a mí como regalo de Januca. Era muy tranquila y amable. El Cielo la debe haber creado así porque Ben, su esposo, estaba en el punto opuesto del espectro del "temperamento". Él perdía los estribos constantemente, especialmente con nosotros, los niños, y de una manera muy intimidante.
Ben debe haber pesado más de 150 kilos; todo eso se te venía encima cuando perdía los estribos.
Siendo veterano de guerra, Ben fabricaba balas en su garaje. Tenía una placa de metal insertada en su cabeza como resultado de heridas de guerra. Tenía muchas armas y tres motocicletas. Tenía una máquina para dibujar sobre cuero que utilizaba cuando se sentía creativo. Debe haber pesado más de 150 kilos; todo eso se te venía encima cuando Ben perdía los estribos.
¿Mencioné que Ben y Karen eran judíos?
Recuerdo que una noche, cuando tenía cuatro años de edad, estaba recostado en mi cama llorando por cualquier cosa, cuando de pronto escuché un fuerte ruido en el techo y a Ben gritando "¡Que alguien haga callar a ese chico!" (Salvo que él no utilizaba palabras tan bonitas). Gritaba cuando llorábamos, gruñía cuando jugábamos haciendo demasiado ruido, se quejaba cuando nos sentábamos afuera. No sé qué pensaba su esposa de todo esto, pero ella seguía siendo agradable con nosotros de todas formas.
La gota que rebalsó el vaso para mi madre fue un día que ella volvió de hacer las compras con mi hermano menor, en ese entonces de 18 meses de edad. Su dedo quedó apretado con la puerta del auto y naturalmente comenzó a llorar. Mientras mi madre trataba de calmarlo, a Ben aparentemente le molestó el llanto del pequeño. Abrió la puerta de su departamento, se paró junto a la puerta mosquitera y gritó: "¡Haz que ese niño se calle!".
Mi madre es una mujer pequeña, que mide cerca de un metro sesenta. Pero estaba sumamente furiosa y conmocionada de que alguien pudiera ser tan insensible con un niño llorando; sobrepasaba todos los límites de la lógica. Así, mi madre se puso en modalidad de "mamá con adrenalina", y aunque que no podía ver a Ben, ya que él estaba parado en el interior de su casa, dado que su puerta estaba abierta y él seguramente estaba escuchando, comenzó a gritarle, a pesar de que sabía que Ben tenía armas, fabricaba balas y no hacía falta mucho para que decidiera utilizarlas.
"¿Cómo te atreves a gritarle a un niño lastimado para que se quede tranquilo? ¿Acaso no tienes sensibilidad? ¿Cómo te atreves a gritarle a mis hijos cuando te da la gana, siendo que son sólo unos niños? ¡Si tienes un problema, sal ahora mismo y dímelo en la cara!".
No hubo respuesta fuera del silencio. Ben no dijo una sola palabra; tan solo cerró la puerta.
Pero algo ocurrió. A partir del día siguiente Ben era tan bueno como podía con nosotros, los "niños judíos" (así nos llamaba él). Dejó de gritarnos y no paraba de decir cosas buenas sobre nosotros; incluso dejaba que nos sentáramos a charlar con él cuando estaba afuera. Finalmente, alguien le había hecho frente, y aparentemente él había entendido el mensaje.
Cuando yo, que en ese entonces tenía seis o siete años de edad, me sentaba a hablar con Ben, él abría su corazón y me contaba sobre su pasado. Me relató cómo fue para él crecer como judío en lo que parecía ser un hogar observante. Me contó sobre su Bar Mitzvá, y me preguntó si yo me sentía limitada por mi observancia religiosa. Siendo yo tan joven, no creo haber tenido mucho conocimiento para ofrecer sobre el tema, pero sí recuerdo haberle dicho que el ambiente en el que él creció parecía ser mucho peor que el que había en mi casa.
Quizás dejamos una huella positiva e imborrable en ellos sobre cómo son otros judíos.
Quizás el hecho de que hayamos sido judíos ayudó, o quizás él necesitaba solamente que alguien lo pusiese en su lugar. Cualquiera que haya sido la razón, algo cambió para bien en Ben. Un rabino local incluso logró en una ocasión que aceptase una menorá para Januca.
Un par de años después, nos mudamos a la otra punta del país, y pese a que perdimos contacto con Ben y Karen, sí nos enteramos cuando fallecieron unos años después. Me gusta pensar que quizás tuvimos que vivir en ese pequeño complejo departamental sólo para poder influir en esta pareja judía, quienes no tenían conexión con ningún otro judío. Quizás dejamos una huella positiva e imborrable en ellos sobre cómo son otros judíos. Les mostramos la inocencia de los niños judíos y la fortaleza de una madre judía, lo cual es algo que ninguna cantidad de armas o enojo pueden disipar.
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