El beneficio egoísta del altruismo

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Vaiejí (Génesis 47:28-50:26 )

Cuando la vida de Iaakov está llegando a su fin, su hijo Iosef decide aprovechar la oportunidad para que sus propios hijos reciban una bendición de su sagrado abuelo. La visión de Iaakov se ha deteriorado y él no puede reconocer a sus nietos (Génesis 48:8). Pese al deterioro de la salud de su padre, la admiración y el respeto de Iosef hacia el anciano patriarca no disminuye, tal como queda expresado en el hecho de que "se postró con su rostro hacia el suelo" (48:12). Pero dado que la visión de Iaakov ha disminuido, y la Torá declara explícitamente que sus ojos "se habían vuelto pesados por la vejez y no podía ver" (48:10), esta parece ser una forma extraña para que Iosef manifieste su respeto. ¿Acaso no es una premisa básica al mostrar respeto que la otra parte tenga la capacidad de reconocerlo y valorarlo? Si una lectura simple del texto sugiere que Iaakov no podía ver lo que hacía su hijo, ¿qué sentido tenía que Iosef se prosternara?

Se pueden ofrecer muchas respuestas. Quizás la inmensa espiritualidad de Iaakov le permitía sentir el respeto que le brindaban. Un enfoque alternativo puede ser que Iosef tenía aguda consciencia del impacto de la experiencia educativa, y que el hecho de postrarse frente a Iaakov fue simplemente para enseñar algo a sus hijos. Si bien ambas respuestas pueden ser ciertas, hay un tercer elemento que se refiere a los mandamientos en general, algo que a menudo se deja de lado y que puede ayudar a explicar los actos de Iosef.

Muchos comentaristas posteriores dividen a los mandamientos en tres categorías principales: relativas a Dios, relativas al prójimo y relativas a uno mismo. Este último elemento intrapersonal de mejorarse a uno mismo puede lograrse de forma independiente con cada mandamiento, y subraya el espíritu mismo de la observancia religiosa. En varios lugares de la Torá se le ordena al pueblo judío emular a Dios. El Talmud enseña que debemos "vestir al desnudo… visitar al enfermo… consolar al deudo" (Sotá 14a) porque Dios lo hace y por lo tanto debemos "ser como Él". "Tal como Dios es bondadoso y compasivo, también tú debes ser bondadoso y compasivo" (Shabat 133b). Estas órdenes señalan la naturaleza transformativa y reflexiva de los mandamientos. En la superficie, su propósito es que la gente refuerce su relación con Dios y con sus semejantes, pero, en esencia, su objetivo final es el refinamiento personal.

Cuando Iaakov ya no podía ver claramente y eso hubiera podido anular su necesidad de que su hijo le brindara respeto de una forma visual, Iosef de todos modos tenía que ser un ser humano respetuoso, lo cual expresó a través del acto visible de prosternarse. De esta manera, es aparente que la sensibilidad no sólo impacta al beneficiario del acto, sino que simultáneamente beneficia a quien lo realiza. Si bien el beneficiario de un buen acto por su puesto debe ser el foco de ese buen acto, la naturaleza reflectiva del acto lo justifica incluso si el recipiente no puede valorarlo. Esto queda probado por la ley talmúdica respecto a que uno debe respetar a sus padres tanto si viven como si fallecieron (Kidushín 31b). Así mismo, nos enseñan que el mayor acto de bondad que podemos hacer es hacia una persona que falleció (Génesis Rabá 91:5). Como los muertos nunca podrán corresponder o reconocer el acto, este es el criterio que define si uno realmente internalizó o no la esencia y el valor del mandamiento. Este acto destaca el hilo que conecta los mandamientos interpersonales y nos enseña el mensaje subyacente de que cada acto desinteresado que se lleva a cabo contiene un beneficio increíble para quien lo cumple.

Quizás esta es una de las razones por las que la parashá, y de hecho todo el libro de Génesis, concluye con el pedido de Iosef de que sus descendientes atiendan sus restos tras su muerte, asegurando que este mensaje que él representa sea transmitido como un legado a la siguiente generación. Al comenzar el libro del Éxodo, las semillas de la compasión y del desarrollo del carácter ya fueron sembradas incluso antes de que la familia de Iaakov se convirtiera en una gran nación. Porque para construir una gran nación y cumplir realmente la Torá, primero es necesario enfocarse en los demás. Y tal como aprendimos de Iosef, esto comienza con la reflexión interna y enfocándonos en mejorarnos a nosotros mismos.

Este concepto que aprendemos de Iosef de enfocarse primero en uno mismo para finalmente impactar sobre nuestra familia, nuestra nación y el mundo en general, fue transmitido a través de una profunda declaración de Rav Israel Salanter, el fundador del movimiento moderno de musar, que se enfoca en la ética judía:

Cuando era un hombre joven, quería cambiar el mundo. Pero descubrí que era difícil cambiar al mundo, así que traté de cambiar mi país. Cuando descubrí que no podía cambiar a mi país, comencé a enfocarme en mi pueblo. Sin embargo, descubrí que no podía cambiar a mi pueblo, así que al crecer traté de cambiar a mi familia. Ahora que soy un hombre anciano, comprendo que lo único que puedo cambiar es a mí mismo, entonces podré provocar un impacto en mi familia. Yo y mi familia podremos impactar sobre nuestro pueblo. Eso a la vez podrá cambiar al país y de esta forma habremos cambiado el mundo.

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