El determinismo del libre albedrío

12 min de lectura

Bereshit (Génesis 1:1-6:8 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

La creación más importante descrita en Génesis es la creación del primer ser humano. La mayoría de la confusión existente en nuestro mundo se deriva del hecho que nosotros los seres humanos no comprendemos totalmente la naturaleza de esta creación. Esta falta de entendimiento ha permitido el surgimiento de opiniones ampliamente divergentes incluso entre los más serios estudiantes del comportamiento humano.

Una escuela de pensamiento mantiene que el hombre es meramente un animal extremadamente complejo; la otra, que es principalmente un alma.

Una escuela de pensamiento mantiene que el hombre es meramente un animal extremadamente complejo, un producto del proceso evolutivo, una criatura que se las arregló para escalar hasta el tope de la escalera filo-genética por medio de algún tipo de lucha primitiva. Los detalles de la teoría de la evolución cambian constantemente a medida que nuevos descubrimientos demuestran que cada nueva versión es científicamente defectuosa, pero todas las versiones se agrupan bajo el ala del concepto original de Darwin de “la supervivencia del más apto”.

La escuela de pensamiento opuesta, mantiene que el hombre es principalmente un ser espiritual cuya componente física es su parte menos importante. La mente del hombre es un fenómeno único en el cosmos y de ninguna manera puede haber evolucionado de alguna forma de vida inferior. Bajo esta visión, el hombre es casi un extraterrestre en este planeta. En efecto, ha sido sugerido por más de algún pensador serio que el hombre es realmente un colonizador espacial cuyos orígenes deben encontrarse en otra galaxia.

* * *

El punto de vista de Dios

Ciertamente sería fascinante explorar lo que el Creador Mismo tiene para decir respecto a este asunto.

Una buena forma de comenzar a presentar el punto de vista de Dios es con el siguiente párrafo de Maimónides:

Todo ser humano tiene control sobre sí mismo. Si él quiere empujarse a sí mismo hacia el camino correcto y convertirse en un tzadik (hombre justo) le es posible hacerlo. Si quiere ir por el camino equivocado y ser un rashá (malvado) le es posible hacerlo. Esto es lo que la Torá escribe: “He aquí que el hombre se ha vuelto similar a nosotros conociendo el bien y el mal: y ahora, no vaya a ser que extienda su mano y tome del Árbol de la Vida y coma y viva para siempre”. (Génesis 3:22)

Esto es: Esta especie, el hombre, es único en el universo y no hay ninguna otra criatura como él con respecto a: 1) ser capaz de determinar lo que es correcto e incorrecto a través de su intelecto sin ninguna directriz externa; y 2) ser capaz de hacer lo que le plazca sin que nadie pueda detenerlo. Viendo que esto es así, definitivamente había una posibilidad de que pudiera llegar a elegir comer del Árbol de la Vida en caso de permitirle permanecer en el lugar donde se encontraba en el Paraíso, por lo tanto, Dios lo desterró (Maimonides, Hiljot Teshuvá, 5:1)

(Una lectura exhaustiva del texto revelará que el Jardín del Edén contenía en realidad dos árboles especiales. El famoso de ellos es el Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, cuya fruta prohibida provocó el primer pecado. El otro árbol especial era el Árbol de la Vida (Génesis 3:22). La fruta de éste árbol no estaba originalmente prohibida ya que Adam fue creado como un ser inmortal de todos modos. Pero luego de que el decreto de mortalidad fue impuesto sobre él después del pecado, naturalmente Dios no deseaba que comiera de su fruta y así se revirtiera el decreto)

Pero seguramente, si Dios es capaz de desterrar al hombre del Paraíso entonces es igualmente capaz de prevenir que él alcance la fruta y coma del Árbol de la Vida incluso si le hubiera permitido quedarse. ¿Cuál es la diferencia conceptual entre poner el Árbol de la Vida fuera del alcance del hombre por medio de desterrarlo del Paraíso o dejarlo ahí donde está, pero impedirle que coma del Árbol de la Vida forzosamente?

En respuesta a esto, lo que Maimónides nos está diciendo es que incluso Dios no puede interferir directamente con la libertad de acción del hombre. Tal interferencia tendría que asumir una de dos formas:

  1. Dios podría programar la mente del hombre de manera que no se vea tentado de ir y alcanzar la fruta del Árbol de la Vida. Él no puede hacer esto, puesto que el hombre debe ser capaz de decidir por sí sólo lo que es correcto e incorrecto. O,
  1. Dios podría forzosamente detener al hombre en caso de que se rindiera ante su tentación de tomar del Árbol de la Vida. Pero Dios tampoco puede hacer esto, pues este tipo de interferencia también anularía el libre albedrío del hombre.

La conclusión:

Anular el libre albedrío del hombre implicaría destruirlo, puesto que la habilidad de hacer sus propias elecciones no es simplemente una de las facetas del hombre, es su mismísima esencia.

Anular el libre albedrío del hombre implicaría destruirlo.

Como Dios no estaba preparado para destruir al hombre, Él estuvo forzado a transportarlo a un ambiente donde pudiera mantener plenamente su libertad de acción y aún así no ser capaz de comer del Árbol de la Vida.

Así, el libre albedrío del hombre es su esencia humana de acuerdo a la visión de la Torá. Ser humano es ser libre de llegar a las conclusiones que quieras e implementar tus decisiones. Una restricción en la libertad humana es una negación de la humanidad misma.

De hecho, la primera interacción entre el hombre y Dios descrita en la Torá gira en torno a las recompensas, castigos y las consecuencias de las elecciones en base al libre albedrío. El presente estado de la humanidad y el universo en que ella reside es presentado en la Torá como el resultado final de la derrota que sufrió el hombre en su primera batalla con el Satán.

Es a través de nuestro propio acto de elección que fuimos expulsados del Paraíso y fuimos condenados a una existencia mortal. La Torá enfatiza el hecho de que la mortalidad del hombre y su vida de lucha y tribulaciones fueron producto de su propia elección. No era el tipo de existencia que fue impuesta por Dios en un principio de la creación.

* * *

¿Acaso existe el libre albedrío?

Pero, ¿acaso el hombre realmente tiene libre albedrío?

Un psicólogo ofrecería el siguiente argumento:

En cierto sentido el hombre es libre puesto que no existe ninguna fuerza externa obligándolo a tomar la mayoría de las decisiones que toma. Pero esta libertad es una ilusión. Todo ser humano posee una mente que es infinitamente más sofisticada que el más complejo súper computador jamás diseñado. Cada mente está programada en una forma particular mediante una mezcla de herencia y ambiente que es única para cada ser humano individual. Tanto la herencia genética y el ambiente de la infancia y adolescencia son factores que claramente se encuentran fuera del área de elección humana.

Este programa contenido en la mente del hombre —que fue formulado e instalado totalmente sin su elección— siempre le dice al hombre como optimizar sus posibilidades cada vez que se ve enfrentado a una elección. Cuando un ser humano toma una decisión, él está meramente siguiendo esta solución óptima presentada por su propio programa personal. Debido a que este programa fue impuesto sobre él, realmente estaba forzado a tomar dicha decisión.

El psicólogo puede llegar a conceder que es posible alterar el programa del hombre con la ayuda de un acondicionamiento apropiado.

El psicólogo que sostiene el punto de vista descrito arriba puede llegar a conceder que es posible alterar el programa del hombre con la ayuda de un acondicionamiento apropiado. Sin embargo, esto requiere de la voluntad de someterse a dicho tratamiento. Si existe tal voluntad de alterar el programa de uno mismo, esta voluntad estaba por definición escrita dentro del programa mismo. Incluso si decide cambiar, el hombre no está actuando bajo la premisa del libre albedrío.

Consecuentemente, el psicólogo concluye que el libre albedrío es más una sensación que una realidad. Todos sentimos que elegimos libremente puesto que hacemos todo lo que queremos, pero lo que queremos fue programado en nosotros por el proceso evolutivo y nuestro propio ambiente en el que crecimos. El psicólogo se queda atascado tan pronto como llega al capítulo 3 de Génesis cuando intenta leer a través de la Biblia.

¿Como podríamos responder a esta objeción?

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Cuerpo versus alma

Esta es la forma en que Rabí Moshe Jaim Luzatto, un conocido pensador judío post edad media describe al hombre en su obra “Dérej Hashem”.

Dios creó al hombre de una mezcla de opuestos. Por un lado, el hombre es una criatura terrenal impulsada por sus deseos físicos y sensaciones al igual que cualquier otro animal. Este aspecto del hombre es impermeable a la espiritualidad y tiene un enfoque muy egocéntrico hacia toda experiencia y relación. El tema más predominante en consideración al tomar decisiones para este aspecto del ser humano es siempre si ésta experiencia o relación le otorgará placer o satisfacción.

Por otro lado, Dios también le dio al hombre un alma. El alma del hombre no tiene el más mínimo interés en satisfacción física y no tiene ningún impulso hacia intereses egocéntricos. Su deseo más profundo es reunirse con sus orígenes divinos y ser parte del infinito. Es este aspecto del hombre el que encuentra placer y belleza en la sabiduría en sí misma, y en comprometerse desinteresadamente en relaciones con otros seres humanos y con Dios.

Este aspecto dual del hombre es descrito claramente por la Torá misma.

Y Dios formó al hombre del polvo de la tierra, e insufló en él alma de vida, y el hombre se convirtió en una criatura viviente” (Genesis 2:7)

Najmánides, basándose en Ónkelos y otras fuentes rabínicas explica este versículo de la siguiente forma:

Dios tomó a una criatura llamada Adam, que fue creada junto a los demás grandes animales en el sexto día, y que por lo tanto se encontraba ya deambulando en su actual forma animal, e insufló en este humanoide el “alma de vida”, transformando a este humanoide en el ser humano que hoy conocemos por medio de añadir un alma a su parte terrenal animal. Podemos decir que el alma es un “software” en contraste al cuerpo, que en esta analogía sería el “hardware”.

Así, cada elemento del hombre contribuye algo positivo a su conjunto. El sentido de individualidad está principalmente basado en el cuerpo, mientras que la habilidad de hacer compromisos desinteresados y relaciones motivadas por idealismo puro está enraizada en el alma. Luzatto describe a la unión entre cuerpo y alma como un vínculo eterno; el hombre está definido por esta mezcla de opuestos. Sólo puede seguir siendo humano mientras posea ambas partes.

Extrae su alma y el hombre se transforma en un animal; despójalo de su cuerpo y el hombre deja de ser un individuo.

Extrae su alma y el hombre se transforma en un animal; despójalo de su cuerpo y el hombre deja de ser un individuo.

La separación del alma y del cuerpo que nosotros llamamos muerte, es temporal en la integridad eterna del ser humano; es un desarrollo posterior que fue introducido para reparar el daño causado por el pecado de la primera pareja humana. (Exactamente cómo la muerte realiza este reparo está fuera del alcance de esta discusión). Una vez que el daño sea reparado, el hombre volverá a asumir su formato cuerpo-alma en el tiempo de la resurrección de los muertos.

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Conflicto existencial

Pero este aspecto dual del hombre, aunque en esencia positivo, también lo sitúa en un estado permanente e insoluble de conflicto existencial; el alma y el cuerpo tienen intereses mutuamente excluyentes y aún así están condenados a formar parte de una sola entidad integrada, a través de este “matrimonio a punta de pistola” entre dos opuestos concertado por Dios. Naturalmente, cada parte trata de influenciar al hombre en su propia dirección. Previendo esto de antemano, Dios le dio a cada parte el poder de transformar a la parte opuesta.

El cuerpo puede arrastrar al alma a una simple actividad física ampliamente enriquecedora y otorgarle a dicha actividad un aspecto semi espiritual. Por ejemplo, un individuo culto irá a un restaurante de cinco estrellas para satisfacer su deseo físico de alimentarse. El buscará belleza estética en la decoración y los implementos, como así también un ambiente espiritual con buena música, además de excelencia en la comida, elevando enormemente de esta forma la simple experiencia animal de comer.

Por otro lado, el alma puede transformar al cuerpo y sensibilizarlo ante experiencias espirituales otorgándole así un aspecto de individualidad y alegría a una experiencia que de otra forma sería aparentemente abstracta e impersonal. Por ejemplo, la Torá exige que un judío observante coma y beba bien durante Shabat y otras festividades, a pesar de que el objetivo de estos días es principalmente espiritual, no físico.

Cuál de los dos aspectos del hombre ganará la delantera y transformará al otro es el área en que reside el libre albedrío del hombre, además de ser el objetivo de su vida en el mundo físico.

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Tres aspectos del alma

¿Cómo funciona esto en la práctica?

El alma del hombre tiene tres aspectos —llamados néfesh, neshamá y rúaj— que funcionan de la siguiente forma:

El néfesh es la fuerza de vida del hombre y está adherida a la sangre de su cuerpo.

Sólo sean cuidadosos de no comer la sangre, puesto que la sangre es el alma (néfesh), y no comerán el alma (néfesh) con la carne”. (Deuteronomio 12:23)

Las transgresiones relacionadas con nuestros impulsos físicos, como por ejemplo las relaciones sexuales prohibidas, son atribuidas por la Torá a los impulsos del néfesh. Así, al final de Levítico 18, el capítulo dedicado a la definición de actos sexuales ilícitos, la Torá escribe:

Pues si cualquiera comete estas abominaciones, sus almas (nefashot) serán cortadas de entre su pueblo”. (Levítico 18:29)

La neshamá del hombre se refiere a la parte del hombre que se originó con el soplo Divino insuflado dentro de sus fosas nasales descrito en Génesis 2:7 citado más arriba.

Entre estas dos se encuentra el rúaj del hombre. El rúaj es el objeto de esta guerra de tira y afloje entre su néfesh y su neshamá. Es en esta parte del ser humano que reside la capacidad de elegir.

Si el hombre elige responder al impulso de su neshamá, su rúaj se alinea con el aliento Divino de Dios dentro de él, arrastrando a su néfesh junto con ella y el néfesh mismo se transforma en una entidad espiritual.

Por otro lado, si elige seguir el impulso de su néfesh, su rúaj se alinea con él, arrastrando tanto como pueda de la neshamá junto con él, transformando partes de la neshamá en una entidad semi física a lo largo del proceso.

De acuerdo a Luzatto, este proceso está en curso cada minuto mientras estamos vivos. El hecho de que no podamos observar estas transformaciones a medida que van ocurriendo en tiempo real, es debido a un edicto Divino que impide que se conviertan en algo manifiesto.

Este decreto fue emitido por dos razones:

  1. Para preservar el proceso de libre albedrío; si pudiéramos observar directamente las consecuencias de nuestras decisiones manifestándose como transformaciones de físicalidad a espiritualidad, o viceversa, esto dañaría considerablemente nuestra libertad de elección.
  1. Para permitir que personas que se encuentran en variadas etapas de desarrollo espiritual y que ya no son parecidas las unas a las otras, pero que aún así tienen que interactuar, lo hagan.

No obstante, aparente o no, cada ser humano efectúa una integración de cuerpo y alma que es única para sí mismo, reflejando los resultados de las decisiones de libre albedrío hechas durante su vida. Es esta particular y única integración que determina la naturaleza y calidad de la existencia individual de cada persona por el resto de la eternidad. En un sentido muy palpable, cada uno de nosotros es un producto directo de sus elecciones.

* * *

¿Dónde se lucha la guerra?

De la misma forma que los resultados de esta guerra son diferentes para cada persona, la lucha misma también es diferente.

Por ejemplo, para una persona que fue criada en una familia ortodoxa, la observancia del Shabat no es objeto de conflicto interno. Para una persona así, violar en forma intencional las leyes de Shabat sería una experiencia cargada de muchísima ansiedad. Por otro lado, para el no ortodoxo que está contemplando la adopción de una vida de observancia, Shabat puede ser una gran piedra de tropiezo. Aceptar todas las restricciones impuestas por las leyes de Shabat resulta frecuentemente un obstáculo de grandes proporciones.

Lo mismo es cierto para características de personalidad. Para la persona que recibió una naturaleza generosa gracias a sus genes y condicionamiento en una edad temprana, la idea de compartir sus posesiones con otros no presenta ningún conflicto. Para la persona que no fue programada para ser generosa, compartir es extremadamente difícil y siempre conlleva cierto conflicto interno.

En el forcejeo entre el néfesh y la neshamá, cada persona se encuentra en un punto diferente: el punto de elección.

En el forcejeo entre el néfesh y la neshamá, cada persona se encuentra en un punto diferente. Rabí Eliahu Dessler se refiere a este punto como el “punto de elección”. Este punto de elección es el único punto de conflicto. Cualquier cosa muy por detrás de este punto en dirección al néfesh, ya no resulta tentadora. Cualquier cosa muy lejana por delante de este punto en dirección a la neshamá, no es lo suficientemente atractiva como para ser alcanzable. Movemos este punto hacia adelante o hacia atrás de acuerdo a las elecciones que hacemos en situaciones de verdadero libre albedrío, situaciones de genuino conflicto.

Esto significa que los psicólogos están parcialmente en lo correcto. Aunque es verdad que cada cosa que nos pasa debiera impulsar nuestro crecimiento espiritual, la mayoría de los eventos de nuestras vidas no desafían este punto de elección, y la mayoría del tiempo seguimos nuestros “programas”.

Sin embargo, cada persona que consigue mover su punto de elección – de manera que las situaciones que eran conflictivas en el pasado ahora ya no lo son – ha alterado el balance en esta guerra entre su néfesh y su neshamá a favor de un lado o del otro. En la medida que uno altera este balance, se define quién es uno y cómo uno ve el concepto de recompensa y castigo.

Volviendo a nuestro ejemplo, si la persona que estaba contemplando una vida Ortodoxa se mantiene firme en su propósito y su observancia del Shabat eventualmente se convierte en una rutina para él, es recompensado por su observancia del Shabat incluso después de que se convierta en un asunto rutinario. Similarmente, la persona que se comportó en forma generosa desde un estado de conflicto interno hasta que se convirtió en una persona generosa será recompensada por sus actos de generosidad por el resto de su vida. La pérdida del libre albedrío que resulta de ganar una batalla en contra del néfesh es la recompensa que la persona ha ganado a través de ejercitar su libre albedrío.

Está demás decir que, a pesar de que todas nuestras mitzvot ameritan recompensa, ya que, estrictamente hablando, somos teóricamente capaces de reescribir nuestros programas internos, nuestra mayor elevación espiritual siempre se encuentra en el área que hemos trazado a través de nuestras propias elecciones. En términos de nuestro ejemplo, la persona que fue criada Ortodoxa nunca podrá encontrar la misma inspiración espiritual en la observancia del Shabat como la persona que lo transformó en una rutina por medio de triunfar en su conflicto. Para este último, Shabat siempre le proveerá una gran inspiración espiritual sin importar cuán rutinaria sea su observancia. Nuestras áreas de inspiración siempre están localizadas en el mismo lugar que nuestros conflictos de antaño.

¡El objetivo del libre albedrío es perderlo!

El objetivo de la transformación es convertirnos en personas distintas que han dejado atrás sus batallas. La verdadera victoria en la guerra contra el néfesh convierte al ser humano en una neshamá. Tal victoria es el único camino para encontrar verdadera paz interna.

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