El día para decir ¡adiós!

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El día de “Good Riddance”, una nueva costumbre para eliminar la basura de tu vida, hace eco de la quema de jametz antes de Pesaj. La similitud no es casual.

Hay una nueva tradición en Nueva York para marcar la transición de un año hacia otro. Se llama el día de “Good Riddance”, lo cual puede traducirse como “el día en que decimos adiós a las cosas que ya no queremos en nuestras vidas”, y acaba de celebrarse por séptima vez.

Tim Tompkins, presidente de la Times Square Alliance, explicó: “Es un gran día para todos aquellos que atesoran la oportunidad de destruir físicamente los recordatorios de eventos negativos del pasado año y avanzar simbólicamente hacia un mejor futuro”. Y, por supuesto, los neoyorquinos acudieron en masa al centro de Manhattan, justo antes del Año Nuevo, con sus propias ideas peculiares para conmemorar un día dedicado a eliminar la basura de sus vidas y para expresar su desprecio por los elementos más perjudiciales del pasado.

Le decimos “¡adiós!” a aquellos aspectos de nuestras vidas que queremos desechar.

Algunos aprovecharon la oportunidad para quemar cartas de cónyuges infieles. Una pareja destruyó el diagnóstico médico de cáncer de riñón de su hijo que afortunadamente ahora estaba mejor. Luego estaban aquellos que trajeron documentos que querían destruir —por ejemplo gastos médicos— y objetos que querían romper con un martillo, como una manera de decir adiós vengativamente a los problemas del pasado año. Lo que todos ellos compartían era el deseo de decirle “¡adiós!” a los aspectos de sus vidas que visiblemente querían desechar, un compromiso a impedir que los malos recuerdos interfieran en el futuro.

Algo muy parecido a esto ha sido parte de la tradición judía desde hace miles de años.

Los judíos han sido doblemente bendecidos cuando se trata de celebraciones de Año Nuevo. Observamos uno en el otoño, en Rosh HaShaná, que conmemora el nacimiento de la humanidad, y tenemos otro en la primavera, en el mes de Nisán. La Torá se refiere al mes de Nisán como el “primer mes”, debido a su asociación con la salida de Egipto y el nacimiento del pueblo judío. Pesaj es la festividad que conmemora este principio, y es precedida (en la víspera de la noche del Seder) por una quema simbólica que resuena poderosamente con el día de “Good Riddance”.

En Pesaj los judíos deben comer matzá, y no sólo tienen prohibido comer pan con levadura, sino que tampoco pueden tener la migaja más pequeña de masa leudada en sus casas. Deben eliminar completamente el pan. Deben quemar ceremoniosamente y anular verbalmente cualquier resto de masa leudada antes de que comience la festividad de Pesaj. Los judíos recitan: “Que toda masa leudada que esté en mi poder, tanto la que vi como la que no vi, sea anulada y considerada sin dueño, así como el polvo de la tierra”.

¿De qué se trata esta repentina aversión al pan? ¿Por qué el alimento que normalmente se considera el sostén de la vida de repente es tan reprobable? Los comentaristas tradicionales han ofrecido varias sugerencias simbólicas, ellos han comparado la levadura a la inclinación negativa (Iétzer hará) y el pan leudado al pecado del orgullo excesivo.

Permítanme ofrecer una nueva posible interpretación.

Los historiadores nos dicen que la ‘masa madre’ es la forma más antigua de pan fermentado, y el primer uso de ‘masa madre’ del cual se tiene registro es en la antigua civilización egipcia1. La evidencia arqueológica confirma que la levadura —tanto como un agente de fermentación como para la elaboración de cerveza— fue utilizada inicialmente en Egipto. Los historiadores de alimentos en general coinciden en que debemos darle crédito al país del Nilo, —bíblicamente conocido por haber esclavizado a los hebreos—, por el notable logro tecnológico de la levadura que desempeñaría posteriormente un papel tan crucial en el progreso de la civilización.

La pericia egipcia trajo al mundo un gran alimento y sustento, sin embargo, su “descubrimiento científico” no fue correspondido con un progreso moral. Los inventores del pan siguieron siendo bárbaros amos de esclavos. Las mismas personas que descubrieron el sostén de la vida, no dudaron en actuar como agentes de la muerte con los niños hebreos que fueron ahogados en el río.

Fue una profunda lección sobre la desconexión entre ciencia y ética que la humanidad aprendió hace milenios, y nada ha cambiado en la actualidad. Albert Einstein nos advirtió que “Se ha vuelto espantosamente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad”. Y sabiamente también nos advirtió que “Todo nuestro elogiado avance tecnológico y el progreso en general, pueden ser comparados con un hacha en la mano de un criminal patológico”.

Martin Luther King lo expresó muy bien cuando dijo: “Hemos llegado a una época en la cual el avance tecnológico nos permite tener misiles teledirigidos, sin embargo, seguimos siendo lo suficientemente primitivos como para tener hombres que no saben hacia donde se dirigen”. La tecnología nos ha bendecido con teléfonos inteligentes, pero nos ha dejado en compañía de gente necia en términos de valores éticos.

Tal vez la idea de la quema de jametz es dar a conocer esta gran dicotomía que existe entre los logros de la humanidad y su propensión a seguir realizando actos de maldad. En el momento en que los hebreos estaban a punto de ser liberados de la esclavitud, ellos tuvieron que librarse simbólicamente a sí mismos de la gran innovación tecnológica de Egipto —el pan—, para demostrar que el progreso científico divorciado de un código moral debe ser condenado, en lugar de alabado y aceptado incondicionalmente.

Un mundo de gigantes nucleares es un lugar peligroso cuando se llena de infantes en términos éticos.

Cada año en la víspera de Pesaj los judíos celebran el día de “Good Riddance”. Sin embargo el “villano” no es el pan, sino lo que éste representaba para los judíos en el antiguo Egipto: un poderoso símbolo de progreso intelectual de los opresores, carente de cualquier interés humanitario para con los oprimidos. Los pioneros egipcios comieron pan, y sus esclavos, a los cuales nunca se les concedió la dignidad que los seres humanos creados a imagen de Dios merecen, se vieron obligados a comer matzá, el pan de la aflicción.

Es un mensaje que debería repetirse con mayor frecuencia, no sólo en el contexto del ritual de la quema de jametz antes de Pesaj.

A aquellos que asistieron a la ceremonia en la víspera de Año Nuevo en Manhattan sin artículos para destruir, se les instó a escribir las cosas que deseaban eliminar en el futuro. Los comentarios iban desde referencias de la cultura pop como “La fama de Miley Cyrus” a cosas más graves como “cáncer”, “guerra”, “tráfico de personas”, “pobreza”.

Sin duda todo esto merece ser incluido. Pero permítanme añadir una más: “La tecnología sin valores, el progreso sin prudencia”. Porque un mundo de gigantes nucleares es un lugar peligroso cuando se llena de infantes en términos éticos.


1 Cambridge World History of Food, Kenneth F. Kiple y Kriemhild Conee Ornelas, vol. 1 [ Cambridge University Press ] 2,000 ( p 619-620 )

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