El diluvio y el abuso de poder

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Cuando la humanidad ignora la igualdad inherente entre los sexos y su responsabilidad mutua, el diluvio no está muy lejos.

El bello y nuevo mundo se desarrolló rápidamente; quizás no en un sentido físico, pero sin duda en un sentido moral.

Adam y Eva sólo tenían que evitar una prohibición, pero fracasaron. Sus hijos, Caín y Abel, fueron los primeros de muchos hermanos que mantuvieron relaciones disfuncionales. En su caso, el resultado fue el cuerpo sin vida de Abel, víctima de un asesinato sin sentido. A partir de allí, la situación continuó deteriorándose, llegando a la cúspide con la generación del diluvio:

Y sucedió que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la superficie de la tierra y les nacieron hijas, los Bnei Elohim vieron que las hijas de los hombres eran bellas y tomaron para sí mujeres de aquellas que escogieron… Los Bnei Elohim cohabitaron con las hijas del hombre y ellas dieron a luz para ellos. Ellos fueron los hombres fuertes de antaño, hombres de renombre. Dios vio que era grande la maldad del hombre sobre la tierra y que todo designio de los pensamientos de su corazón era sólo maldad todo el día. (Génesis 6:1-5)

La maldad que tanto disgustó a Dios fue el comportamiento de los hombres que tomaron mujeres bellas, a la fuerza, según les apetecía, sin el consentimiento de la mujer. El lenguaje utilizado para describir a estos hombres queda sujeto a la interpretación. Algunos comentaristas le otorgan divinidad al nombre Elohim, y los identifican como ángeles descarriados. Otros señalan los usos de la palabra Elohim en las Escrituras, denotando posiciones de poder o autoridad (particularmente con respecto a los jueces), en un sentido no sagrado. En consecuencia, ellos traducen Bnei Elohim como “los poderosos”. El Malbim (Meir Leibush ben Iejiel Mijel Wisser, 1809-1879) combina los dos enfoques y explica que las clases poderosas engañaban a las masas para que pensaran que de alguna manera ellos se encontraban por encima de los demás, que eran especiales, incluso divinos, y por lo tanto tenían derecho a tomar cualquier cosa (o persona) sobre quien posaran sus ojos.

Al parecer Dios no estuvo de acuerdo. Él le informó a Noaj que la civilización corrupta sería erradicada y le instruyó hacer un arca. Aunque podríamos haber esperado que estas instrucciones incluyeran la palabra “construir”, extrañamente este verbo está ausente y prácticamente nos vemos forzados a comparar el verbo asé (hacer) con las palabras utilizadas para describir la creación misma en los primeros capítulos de Bereshit. Dios creó (como vemos en Génesis 1:1,21,27,28) y también hizo (1:7,16,25,26,31; 2:2,3,4) el cosmos. Creación (bará) generalmente se reserva para la creación ex nihilo, hacer algo de la nada, algo que sólo Dios puede hacer. Asiá, formar algo utilizando materiales preexistentes, es una clase de creatividad que también la humanidad puede alcanzar. Por lo tanto a Noaj se le ordenó hacer una balsa. El siguiente capítulo de creación requería que Noaj actuara como un artesano, no como Creador. No hay lugar a ilusiones respecto a la falta de divinidad involucrada en esta clase de emprendimientos creativos. ¿Quién iba a ayudar a Noaj en esta tarea? Los poderosos, autodenominados semidioses, quedaron excluidos. Los hombres que tomaban cualquier mujer que se les ocurriera, fueron excluidos. En cambio, los animales y las personas que fueron invitados a subir a bordo llegaron de a dos, en parejas. Se amaban, eran compañeros, iguales.

Adam no vio a Eva como una conquista, sino como una valiosa mitad de su propio ser, una compañera, un igual.

La palabra hebrea que significa “construir” se encuentra una sola vez en los capítulos que describen la creación:

Y Dios construyó (vaiven) la costilla que había tomado del hombre en una mujer, y la trajo a Adam. (Génesis 2:22)

Al describir la creación de la mujer, la Torá nos dice que ella fue “construida” (le dio forma) a partir del cuerpo de Adam.

El hombre dijo: “Esta vez es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque fue tomada del hombre”. (Génesis 2:23)

Adam entendió de inmediato el significado del proceso a través del cual fue creada su compañera; él supo lo que sus descendientes se negarían a reconocer: que Eva era una parte de Adam. Ambos eran uno. La división entre los dos era superficial, artificial. Adam no vio a Eva como un objeto ni como una conquista, sino como una valiosa mitad de sí mismo; una compañera, un igual. Adam (o quizás Dios, el narrador Divino en el siguiente versículo) declara con un toque romántico que el hombre y su esposa deben apegarse el uno al otro, volviendo a unir las dos mitades que fueron separadas artificialmente.

Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne. (Génesis 2:24)

A lo largo de la historia, los hombres poderosos —ya sea que tuvieran poder político, jurídico, económico o incluso el simple y antiguo poder de la fuerza bruta— han olvidado estas palabras. Ellos no lograron aprender la lección del diluvio. Si Dios no hubiese prometido expresamente que nunca más utilizaría esa terrible forma de destrucción, sin duda la humanidad hubiera sido desaparecido por otro diluvio hace mucho tiempo.

Los políticos, jueces, clérigos, productores cinematográficos y otros crueles y brutos en todos los ámbitos de la vida, han abusado de su poder. Ellos manipulan, violan y victimizan, cerrando los ojos al propósito para el cual fue creado este mundo. Si ellos no son capaces de recordar que Eva fue construida a partir de Adam, por lo menos deberían recordar que Dios le instruyó a Noaj salvar a todas sus creaciones en pares, de a dos. Cuando la humanidad ignora la igualdad inherente entre los sexos y su responsabilidad mutua, el diluvio no está muy lejos. Tal vez no tome la forma del diluvio bíblico, pero de todas formas provocará la destrucción de la sociedad humana. Como dijo el poeta: “Va a caer una fuerte lluvia”.

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