Edad Media
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Cómo respondió el autor favorito de los Estados Unidos cuando lo acusaron de ser judío.
Junto con sus hijas Clara y Jean, Samuel y Olivia Clemens llegaron al Hotel Metropol de Viena el 28 de setiembre de 1897. Clemens, más conocido por su seudónimo Mark Twain, andaba escaso de dinero y planeaba ganar un poco dando conferencias y escribiendo sobre viajes, mientras que Clara, aspirante a cantante, esperaba estudiar música con el pianista Theodor Leschetizky en una de las ciudades más cosmopolitas de Europa. La familia esperaba pasar una estancia agradable y tranquila en la capital imperial, sin imaginar la vorágine de antisemitismo que les esperaba.
Tras la emancipación de los judíos austrohúngaros en 1867, cuando recibieron derechos civiles y libertad de movimiento, decenas de miles de judíos se trasladaron a Viena desde los guetos de Europa central y oriental. Cuando Twain llegó con su familia, Viena contaba con 145.000 judíos, muchos de ellos ocupando destacados puestos de influencia.
Sin embargo, la era dorada de los judíos de Viena sería muy breve. Como escribió luego Clara Clemens: "En todos los ámbitos de la vida había un gran número de judíos exitosos, tantos que a menudo se oía la queja: 'En esta ciudad todo es propiedad de los judíos: periódicos, bancos, altos cargos profesionales, y todos los comercios exitosos" (Mi padre, Mark Twain, 203).
La visita de Twain a Viena coincidió con una nueva ola de antisemitismo en el imperio austrohúngaro. Unos pocos meses antes, el infame antisemita Karl Lueger había sido electo como alcalde de Viena, lo que otorgaba cierta respetabilidad oficial a una forma de antisemitismo descarado y público que hasta entonces había estado latente bajo la superficie de la sociedad respetable. Hitler describiría luego en su autobiografía Mein Kampf a Lueger como "el mejor alcalde alemán de todos los tiempos". En esos días, Viena era, en las palabras del periodista Carl Dolmetsch, un "pozo negro de antisemitismo". Mientras tanto, el infame caso Dreyfus, en el que un capitán judío del ejército francés fue acusado falsamente de espiar para Alemania, resonaba por toda Europa desencadenando una ola de disturbios antisemitas en más de veinte ciudades francesas a comienzos de 1898.
La llegada del gran escritor fue celebrada en todos los periódicos de Viena, y Twain de inmediato fue acosado con pedidos de entrevistas e invitaciones para dar disertaciones. Los aristócratas, diplomáticos, dramaturgos y periodistas competían por la atención de este importante personaje. Inocentemente, Twain otorgó de inmediato entrevistas a Sigmund Schlesinger, Eduard Potzl, Ferdinand Gross y Vincenz Chiavacci, todos ellos escritores judíos. Los escritores no judíos de Viena habían sido dejados de lado, y no tardaron en dar a conocer sus celos y su resentimiento.
El primer ataque contra Twain, publicado en el periódico antisemita Kikeriki, fue una caricatura en la que aparecía Twain rodeado de comerciantes judíos que le ofrecen ropa y tela frente a comercios con nombres evidentemente judíos. Debajo de la caricatura escribieron: "Mark Twain busca en Viena nuevo material para sus historias, pero más le vale vigilar que no le vendan mercadería de mala calidad".
Pero la caricatura fue sólo el comienzo. Twain muy pronto fue atacado no solo por asociarse con los judíos sino por ser él mismo un judío. En febrero de 1898, Kikeriki nuevamente atacó al escritor norteamericano, sugiriendo que había adoptado su seudónimo para ocultar su identidad judía. Los católicos austríacos nunca usaban nombres de la Biblia hebrea por lo que "Samuel Langhorne Clemens" para los antisemitas de Viena sonaba como un nombre judío. El "insulto" no tardó en ser aceptado, y en poco tiempo todos los periódicos de Viena señalaban que Twain tenía la nariz grande y ganchuda y se referían a él como "der Jude Mark Twain" o "der jüdische amerikanische Humorist". El antisemitismo ya no era una cuestión teórica para Twain, pero era una incógnita cómo iba a responder el ícono norteamericano.
A diferencia de muchos escritores de su generación, Twain sentía una debilidad especial hacia los judíos. Aunque se burlaba sin piedad de los mexicanos, de los nativos norteamericanos y de los irlandeses, sus escritos contienen relativamente pocos chistes sobre judíos. En su exitoso primer libro, Guía para viajeros inocentes, una crónica humorística sobre su viaje a la Tierra Santa en 1867, Twain criticó mucho más al cristianismo que al judaísmo. Le agradaba la popularidad de sus libros traducidos al ídish y al oír que llamaban al escritor ídish Sholem Alejem el "Mark Twain judío", dijo: "Por favor, díganle que yo soy el Sholem Alejem norteamericano".
Como era de esperar, la experiencia personal de Twain con el antisemitismo incrementó su conciencia sobre la frágil situación del pueblo judío en a sociedad vienesa. Al describir una crisis en el Parlamento austríaco para la revista Harper's, Twain se burló de los parlamentarios austríacos: "Son hombres religiosos, sinceros, devotos, y odian a los judíos". Al relatar los disturbios que tuvieron lugar tras la crisis, Twain señaló que "en otras ciudades de Bohemia hubo disturbios, en algunos casos los alborotadores fueron alemanes, en otros checos, y en todos los casos el judío fue atacado, sin importar de qué lado estuviera" ("Stirring Times in Austria", Harper's New Monthly Magazine, febrero de 1898).
Las desagradables experiencias de Twain también lo acercaron a Theodor Herzl. Al cubrir el juicio a Dreyfus como periodista, Herzl se conmocionó por el virulento antisemitismo que estalló en Francia y se convenció de que los judíos debían emigrar y establecer su propia nación independiente. Poco después publicó El estado judío y convocó el Primer Congreso Sionista, lanzando el movimiento sionista que alteraría para siempre el destino del pueblo judío.
Impresionado por Herzl y su visión, Twain expresó su apoyo al sionismo con su ironía característica. "Si esa concentración [en Palestina] de los cerebros más astutos del mundo fuera a convertirse en un país libre (a excepción de Escocia), creo que sería político detenerla... No será bueno dejar que esa raza [judía] descubra su fuerza. Si los caballos conocieran la suya, no podríamos volver a cabalgar".
Twain escribió su respuesta más completa y conocida al antisemitismo en su ensayo Concerning the Jews (Sobre los judíos), publicado en Harper's en 1898. Muy orgulloso del ensayo, le escribió a un amigo que: "El artículo sobre los judíos es mi joya del océano. He disfrutado muchísimo escribiéndolo, retocándolo, puliéndolo y dándole vueltas. Ni judíos ni cristianos lo aprobarán, pero... realmente creo que soy el único en el mundo que está preparado para escribir sobre el tema sin prejuicios".
Tal como Twain lo sospechó, el ensayo fue recibido de forma mezclada, y con razón. Su conclusión, una conmovedora oda sobre la inmortalidad del pueblo judío, sigue siendo citada con orgullo por la comunidad judía hasta la actualidad. "El judío los vio a todos, los venció a todos, y ahora es lo que siempre fue, sin mostrar decadencia, ni achaques de la edad, ni debilitamiento de sus partes, ni ralentización de sus energías, ni embotamiento de su mente alerta y agresiva. Todas las cosas son mortales menos el judío; todas las demás fuerzas pasan, pero él permanece. ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?".
Desgraciadamente, Sobre los judíos es un ensayo filosemita que a la vez está manchado por generalizaciones antisemitas. Entre otros comentarios censurables, Twain describe al judío como un "buscador de dinero" con "una reputación de diversas formas de pequeños engaños". Irónicamente, en un ensayo dedicado a defender a los judíos, Twain promovió sin cuidado la antigua calumnia sobre la obsesión de los judíos con el dinero. Algunos de esos párrafos fueron luego usados por grupos norteamericanos pro-nazis en la década de 1930 para fomentar el odio contra la comunidad judía estadounidense. El London Jewish Chronicle habló en nombre de muchos judíos al decir: "De todos estos defensores, sólo podemos decir; 'que el cielo nos libre de nuestros amigos'".
Sin embargo, el análisis de Twain sobre el "problema judío" (la soledad esencial del pueblo judío) llega al núcleo de la experiencia judía. "Por su esencia y costumbres es sustancialmente un extraño dondequiera que esté, e incluso a los ángeles les desagrada un extraño... Casi todos sentimos antipatía por un extraño, incluso de nuestra propia nacionalidad". Con estas palabras, Twain hizo eco a otro gentil, el profeta Bilaam, quien dijo en los albores de la historia judía que la nación de Israel es "un pueblo que habita solo, no contado entre las naciones" (Números, 23:9).
Los Clemens
El gran periodista de Baltimore, H. L. Mencken, posteriormente reiteró la evaluación de Twain: "[El problema judío continuará] hasta que los judíos aprendan a pasar del sábado al viernes sin recordar ni una sola vez que son judíos, del mismo modo que el resto de las personas pasamos semanas enteras sin recordar que somos arios, o chinos, o miembros del grupo sanguíneo número 4, o lo que sea... La separación tajante e inflexible de los judíos los marca como extraños en todas partes... El judío promedio es judío antes de ser un hombre, e insiste en el hecho con implacable falta de tacto. Este hábito, sospecho, es una de las principales causas de la impopularidad judía, incluso entre aquellos que no son racionalmente llamados antisemitas".
Podemos decir con certeza que Twain tenía buenas intenciones. Como escribió Cynthia Ozick: "Podemos creer a Mark Twain... cuando afirma que no hace 'ninguna referencia descortés' hacia los judíos en sus libros 'porque falta la disposición'”. Pero a pesar de sus buenas intenciones, Twain nunca comprendió que la singular soledad del pueblo judío no sólo es la raíz de su sufrimiento, sino también el secreto de su milagrosa supervivencia y éxito. Por doloroso que sea a veces, el pueblo judío entiende que la soledad no es una maldición, sino una bendición.
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EXCELENTE !!… Es un placer leer a alguien que escribe con conocimiento profundo del tema y dejando que el lector saque sus propias conclusiones desde la transcripción de atracos del autor.
GRACIAS