El fenómeno de FaceApp

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Ninguna app puede predecir realmente cómo te verás dentro de 50 años, porque todavía no terminaste de “crear” tu rostro.

Imagina ser capaz de ver cómo te verás dentro de 50 años.

Con FaceApp, una nueva aplicación que está conquistando el mundo, ahora es posible lograrlo. Desarrollada por una compañía rusa, la aplicación utiliza una red de tecnología neural para generar automáticamente transformaciones sumamente realistas en los rostros de las fotografías y, según ellos dicen, te muestran cómo puedes esperar verte dentro de 50 años.

Podrías pensar que una generación que invierte millones de dólares anuales con el único propósito de verse más joven se mantendría lo más lejos posible de cualquier recordatorio de los efectos de la edad sobre sus facciones. Sin embargo, FaceApp es hoy en día la aplicación más popular con más de 150 millones de descargas. Al fin de cuentas, en la era de las selfies la gente no puede resistirse a una invitación para ver cómo serán ellos mismos en el futuro.

Pero antes de que lo intentes, además de los posibles riesgos de seguridad involucrados, hay algo importante que debes saber sobre tu rostro y lo que él dice de ti.

Existe una pseudociencia, desde la época de los griegos, que proclama que el rostro cuenta la historia del carácter y de la personalidad como un mapa irrefutable y predestinado de nuestra vida. Esto fue popularizado a finales del siglo XVIII por el poeta suizo Johann Lavater, cuyas ideas se convirtieron en el tema de conversación de los círculos intelectuales.

En la época de Darwin, estas ideas fueron prácticamente tomadas como un hecho y de forma fascinante casi llegaron a cambiar la historia de la ciencia. Después de graduarse de la universidad, Darwin se enteró que había una expedición de investigación a Sudamérica, el viaje que le proveería la base para su innovadora obra El origen de las especies. Pero Darwin casi se lo pierde. El capitán del H.M.S. Beagle, Robert FitzRoy, era un fisionomista amateur que conjeturó que la nariz flácida de Darwin indicaba “falta de energía y determinación” y quiso rechazarlo. Durante su primer encuentro en el Almirantazgo, el entusiasmo de Darwin conquistó al capitán y evitó que fuera rechazado literalmente “por una nariz”.

Sólo después de que el tema se asociara con la frenología, que cayó en descrédito a finales del siglo XIX, esa fisionomía fue descartada como pseudociencia. Sin embargo, el campo está pasando por cierto renacimiento. Investigadores en todos los rincones del mundo comenzaron a reevaluar lo que podemos ver en un rostro, investigando si puede darnos una imagen de la personalidad o incluso ayudarnos a dar forma a su destino. Lo que emerge es una “nueva fisionomía” que es mucho más sutil pero no menos fascinante que su antigua encarnación.

Un hecho aceptado es que las primeras impresiones influyen en gran medida, a pesar de la vieja advertencia de "no juzgar a un libro por su cubierta". Dentro de una décima de segundo después de haber visto un rostro desconocido ya tomamos un juicio respecto al carácter de su dueño: afectuoso, confiable, agresivo, extrovertido, competente, etc. (Psychological Science, vol 17, pág. 592). Una vez que se formó ese primer juicio, es muy difícil cambiarlo. Todavía más, los investigadores descubrieron que diferentes personas llegan a conclusiones sorprendentemente similares sobre un rostro particular.

Entonces, ¿es cierto que nuestros rostros revelan con precisión nuestra identidad? Y si esto es un hecho, y no tenemos nada que hacer respecto a cómo nos vemos, sino que estamos atrapados con el rostro que tenemos desde que nacimos… ¿qué pasa con la idea del libre albedrío y la autodeterminación?

La respuesta en verdad no debería sorprendernos. ¿Recuerdas a tus padres advirtiéndote que no fruncieras el ceño o recordándote que sonrías siempre porque “tu cara va a quedar de esa manera”? Sí, nuestros rostros reflejan nuestra personalidad y nuestro carácter. No porque el rostro que recibimos biológicamente determine quienes somos, sino porque nosotros mismos, a través de cómo conducimos nuestra vida, creamos, por así decir, nuestra rostro.

En hebreo, rostro se dice panim. Esta palabra tiene las mismas letras que la palabra pnim, la 'esencia interior'. Nuestro rostro es la expresión externa de nuestro ser interior, y dice mucho más respecto a quién llegamos a convertirnos en el presente que respecto a nuestros genes y herencia.

Nuestra personalidad y nuestro carácter moldean la forma en que se ve nuestro rostro. Esto queda apoyado por un estudio de hace dos décadas que descubrió que los ancianos gruñones tienden a verse enojados incluso cuando les piden que pongan una expresión neutra. Parece que una vida con el ceño fruncido, malhumor y muecas deja su huella.

Esto nos lleva nuevamente al mismo Darwin. Él afirmó que “diferentes personas usan con frecuencia diferentes músculos faciales, de acuerdo con sus disposiciones. Quizás esto incrementa el desarrollo de esos músculos, y las líneas y surcos de la cara, debido a su contracción habitual, se vuelven más conspicuos”. Darwin se adelantó a su tiempo. Él nos enseñó que recibimos la cara que nos merecemos.

Cuentan que le aconsejaron a Abraham Lincoln incluir a cierta persona a su gabinete. Él se negó y cuando le preguntaron la razón por la que no lo aceptó, dijo: “No me gusta su cara”. “¡Pero el pobre hombre no es responsable de la cara que tiene!”, le respondieron. Lincoln concluyó: “Después de los 40 años, cada uno es responsable de su cara”.

Lincoln explicó que no se trataba de que el hombre fuera físicamente feo. Más bien se trataba de que tenía una personalidad desagradable y una disposición amarga que se manifestaba en una expresión demasiado preocupada o amarga y una mirada despreciativa. Las experiencias de la vida hasta ese momento habían dado forma a esa persona y a lo que iba a ser. Su cara era un retrato vivo de su carácter. Por eso Lincoln no quiso contratarlo.

Todos conocimos personas que son bellas, no estéticamente, sino de una manera más significativa. Ellas irradian espiritualidad y bondad. Sus rostros brillan con santidad. Su apariencia irradia una bondad interna. Esta grandeza que ellos mismos adquirieron literalmente los transforma.

Por eso es que ninguna app realmente puede predecir cómo te verás dentro de 50 años, porque todavía no terminaste de "crear" tu rostro.
 

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