El hogar que construimos juntos

21/02/2023

6 min de lectura

Trumá (Éxodo 25:1-27:19 )

La secuencia de las parashiot que comienza con Trumá y continúa con Tetzavé, Ki Tisá, Vaiakel y Pekudei, es sorprendente en muchos aspectos. En primer lugar, delinea con exhaustivos detalles la construcción del Tabernáculo (Mishkán), la Casa de Servicio Divino portable que los israelitas construyeron y llevaron con ellos por el desierto. La narrativa ocupa casi toda la tercera parte del Libro de Éxodo. ¿Por qué tan larga? ¿Y con tantos detalles? A fin de cuentas, el Tabernáculo era sólo un hogar temporario para la Presencia Divina, eventualmente reemplazado por el Templo en Jerusalem.

Además, ¿por qué el relato de la construcción del Mishkñán se encuentra precisamente en el libro del Éxodo? Su lugar natural pareciera ser más bien el libro de Vaikrá, que se dedica en gran medida a relatar sobre el servicio en el Mishkán y los sacrificios que se ofrecían allí. El Libro de Éxodo, en contraste, podría ser subtitulado "el nacimiento de una nación". Trata sobre la transición de los israelitas de ser una familia a ser un pueblo y su travesía de la esclavitud a la libertad. Llega a su clímax con el pacto sellado entre Dios y el pueblo en el Monte Sinaí. ¿Qué tiene que ver con esto el Tabernáculo? Parece una forma extraña de terminar el libro.

La respuesta, en mi opinión, es profunda. En primer lugar, recordemos la historia de los israelitas hasta ese momento. Hubo una larga serie de quejas. Se quejaron ante la primera intervención de Moshé que volvió peor la situación. Luego, en el Mar Rojo, le dijeron a Moshé: "¿Es por falta de tumbas en Egipto que nos sacaste para morir en el desierto? ¿Qué nos has hecho al sacarnos de Egipto? ¿No te dijimos en Egipto: "Déjanos y serviremos a los egipcios"? Para nosotros hubiera sido mejor servir a los egipcios que morir en el desierto" (Éxodo 14:11-12)

Después de cruzare el mar, siguieron quejándose, primero por la falta de agua, después porque el agua era amarga, a continuación por la falta de comida, y nuevamente por no tener agua. Luego, pocas semanas después de la revelación en el Sinaí (el único momento en la historia en que Dios apareció ante toda una nación), hicieron el Becerro de Oro. Si una secuencia de milagros sin precedentes no podía provocar una respuesta madura por parte del pueblo, ¿qué lo lograría?

Fue entonces cuando Dios dijo: Que construyan algo juntos. Este simple mandamiento transformó a los israelitas. Durante toda la construcción del Tabernáculo, no hubo quejas. Todo el pueblo contribuyó, algunos con oro, plata o bronce, otros llevaron pieles y cortinas, otros brindaron su tiempo y sus habilidades. Dieron tanto que Moshé tuvo que ordenarles que dejaran de llevar cosas. Aquí se enmarca una proposición notable: lo que nos transforma no es lo que Dios hace por nosotros, sino lo que nosotros hacemos para Dios.

Mientras que cada crisis era resuelta por Moshé y por milagros, los israelitas permanecieron en un estado de dependencia. Su respuesta predeterminada era quejarse. Para llegar a la adultez y la responsabilidad, tuvo que haber una transición de ser receptores pasivos de las bendiciones de Dios a ser creadores activos. El pueblo tenía que convertirse en "socios en la obra de la creación" de Dios (Shabat 10a). Creo que eso es lo que quisieron decir los Sabios cuando dijeron: "No los llames "tus hijos" sino "tus constructores" (Brajot 64a). Para pasar de la infancia a la adultez hay que convertirse en constructores.

El judaísmo es la convocatoria de Dios a la responsabilidad. Él no quiere que confiemos en milagros. No quiere que dependamos de otros. Quiere que nos convirtamos en Sus socios, reconociendo lo que tenemos, lo que recibimos de Él; pero lo que hacemos con lo que tenemos depende de nosotros, de nuestras elecciones y de nuestro esfuerzo. Este no es un equilibrio fácil de lograr. Es fácil vivir una vida de dependencia. Igualmente fácil es ir en la dirección opuesta y caer en el error de decir: "Mi poder y la fuerza de mi mano han producido para mí esta riqueza" (Deuteronomio 8:17). La perspectiva judía sobre la condición humana es que todo lo que logramos se debe a nuestros propios esfuerzos, pero igual y esencialmente es el resultado de la bendición de Dios.

La construcción el Tabernáculo fue el primer gran proyecto que los israelitas emprendieron juntos. Esto involucró su generosidad y sus habilidades. Les dio la oportunidad de devolverle a Dios un poco de lo que Él les había brindado. Les otorgo la dignidad del trabajo y del emprendimiento creativo. Dio cierre a su nacimiento como nación y simbolizó el desafío del futuro. La sociedad que debían crear en la Tierra de Israel sería una en la cual cada uno tendría un rol. Sería "el hogar que construimos todos juntos", como es el título de uno de mis libros.(1)

De aquí vemos que uno de los mayores desafíos del liderazgo es dar a la gente la oportunidad de dar, de contribuir, de participar. Esto requiere autocontrol, tzimtzum, por parte del líder, creando espacio para que otros puedan liderar. Como dice el refrán: un líder es mejor cuando la gente apenas necesita reconocerlo. Cuando su trabajo está terminado, su objetivo cumplido, entonces dirán: "nosotros mismos lo hicimos".(2)

Esto nos lleva a la distinción fundamental entre estado y sociedad. El estado representa lo que hacen por nosotros a través de la maquinaria del gobierno, con los instrumentos de las leyes, cortes, impuestos y gastos públicos. Sociedad es lo que nosotros hacemos el uno por el otro a través de las comunidades, asociaciones voluntarias, organizaciones de caridad y beneficencia. Creo que el judaísmo tiene una marcada preferencia por la sociedad antes que por el estado, precisamente porque reconoce aquello que hacemos por los demás (y este es el tema central del Libro de Éxodo), y no lo que otras personas o Dios hacen por nosotros, y eso nos transforma. Creo que la fórmula judía es: un estado pequeño, una gran sociedad.

La persona que entendió en mayor profundidad la naturaleza de la sociedad democrática fue Alexis de Tocqueville. Al visitar Norteamérica en 1830, él vio que su fuerza se encontraba en lo que llamó el "arte de la asociación", la tendencia de los norteamericanos de unirse en comunidades y grupos voluntarios para ayudarse mutuamente, antes que dejar la tarea a un gobierno centralizado. Si hubiera sido de otra forma, uy los individuos dependieran completamente del estado, entonces la libertad democrática estaría en riesgo.

En uno de los pasajes más inquietantes de su obra maestra, "La democracia en América", él dijo que las democracias están en riesgo de caer en una nueva forma de opresión para la cual no hubo precedentes en el pasado. Eso ocurriría cuando la gente sólo existiera por y para sí mismos, dejando la búsqueda del bien común en manos del gobierno. Entonces la vida se vería de esta manera:

Por encima de esta raza de hombres se alza un poder inmenso y tutelar, que se encarga sólo de asegurar su gratificación y velar por su destino. Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y suave. Sería como la autoridad de un padre, si -como autoridad- su objetivo fuera preparar a las personas para la adultez. Pero en verdad busca lo contrario: mantenerlos en una infancia perpetua. Está contento de que el pueblo se regocije, siempre y cuando no piensen en nada más que en regocijarse. El gobierno trabaja voluntariamente por su felicidad, pero elige ser el único agente y el único árbitro de esa felicidad; les provee su seguridad, prevé y atiende a sus necesidades, facilita sus placeres, administra sus principales preocupaciones, dirige su industria, regula la descendencia de la propiedad y subdivide sus herencias. ¿Qué más queda fuera de ahorrarles toda la preocupación de pensar y todos los problemas de vivir?(3)

Tocqueville escribió estas palabras hace unos 200 años, y existe el riesgo de que esto sea lo que ocurre en algunas sociedades europeas actuales: todo estado, nada de sociedad; todo gobierno, poco o nada de comunidad.(4) Tocqueville no era un escritor religioso. Él no hace ninguna referencia a la Biblia Hebrea. Pero el temor que tenía es precisamente lo que documenta el Libro del Éxodo. Cuando un poder central (incluso cuando este es Dios mismo) hace todo en beneficio del pueblo, ellos permanecen en un estado de desarrollo estancado. Se quejan en vez de actuar. Caen fácilmente en la desesperanza. Cuando falta el líder, en este caso Moshé, cometen tonterías, incluso fabrican un Becerro de Oro.

Hay una única solución: convertir al pueblo en co-arquitectos de su propio destino; hacer que construyan algo juntos, que formen un equipo y mostrarles que no son indefensos, que son responsables y capaces de actuar de forma colaborativa. Génesis comienza con Dios creando el universo como un hogar para los seres humanos. Éxodo termina con los seres humanos creando el Mishkán, como un "hogar" para Dios.

Este es un principio básico del judaísmo: que debemos convertirnos en socios de Dios en la creación. Y este es también el corolario: que los líderes no deben hacer todo el trabajo en beneficio del pueblo. Ellos deben enseñarle al pueblo cómo hacer el trabajo por sí mismo. Lo que nos permite adquirir dignidad y responsabilidad no es lo que Dios hace por nosotros, sino lo que nosotros hacemos por Dios.

Shabat Shalom.


Notas

  1. Jonathan Sacks, The Home We Build Together: Recreating Society (Bloomsbury Academic, 2009).
  2. Atribuído a Lao-Tsu.
  3. Alexis De Tocqueville, Democracy in America, con una introducción de Thomas Bender (The Modern Library, New York, 1981), 584.
  4. Esto no implica que no exista un rol para los gobiernos, que todo deba quedar en manos de asociaciones voluntarias. Lejos de eso. Hay cosas que sólo los gobiernos pueden lograr, desde el estado de derecho hasta la defensa del reino, la aplicación de estándares éticos y la creación de una distribución equitativa de los bienes necesarios para una existencia digna. El tema es el equilibrio.
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