El informante árabe

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Un palestino repudia la cultura musulmana de violencia y casi pierde su vida en el proceso. Ahora se está convirtiendo al judaísmo.

Reimpreso con permiso de Ami Magazine.

Esta es la increíble historia de Zahir Adel y su travesía personal desde las tierras de pastoreo de Nablus a las calles de Bnei Brak. Un hombre sonriente que habla hebreo como un nativo, rechazó la violenta cultura árabe en la que creció y sirvió como informante para los israelíes durante muchos años, arriesgando peligrosamente su vida. Muchas de las acciones militares en las que participó continúan desarrollándose. Sin embargo, lo más fascinante es que ahora es experto en ley judía y durante los últimos siete años se ha estado preparando para su conversión.

“Nací en 1978 en Azun, una pequeña aldea cerca de la intersección Tapúaj, entre Shejem y Ariel”, comienza relatando. Su padre era vendedor de ropa y los 14 hermanos de Zahir cuidaban sus ganados de ovejas. En la escuela recibió la educación islámica tradicional, pero incluso desde niño sentía que no era para él. “Era un niño normal en todos los aspectos, pero siempre evitaba la violencia. Realmente me molestaba, pero no podía escaparme. La violencia era una parte sumamente integral de nuestro estilo de vida. Cada vez que no escuchábamos a nuestro padre o que lo incomodábamos en alguna forma, éramos golpeados. Quien no se comportaba perfectamente en la escuela, recibía una golpiza. Toda pelea pequeña entre familias o clanes de aldeas lejanas se convertía en un baño de sangre. Las mujeres de la familia que no obedecían las instrucciones eran brutalmente asesinadas por los parientes. Discusiones tontas terminaban en terribles asesinatos. Si faltabas a una plegaria en la mezquita o decías algo ofensivo, pagabas las consecuencias.

Nos imbuían un odio a Israel y a los israelíes, y nos enseñaban a verlos como monstruos que merecen morir.

“Me molestaba la crueldad descontrolada de mi entorno. Luego, siendo adolescente, estudié el Corán y me espantó la cantidad de violencia que contiene. Nos enseñaron que Mahoma, el fundador del islam, masacró a miles de personas que se rehusaron a seguir su camino. Aprendimos que el islam conquistó grandes ciudades con el poder de la espada y que esparció su doctrina por medio de caprichosos asesinatos. Toda la cultura estaba empapada de sangre. También estaba el componente anti Israel. Nos imbuían odio a Israel y a los israelíes, y nos enseñaban a verlos como monstruos que merecen morir. Desde la infancia nos entrenaban a eliminar a todo israelí y ocupante, y a luchar contra ellos a muerte”.

“Los soldados de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) eran lo peor. Eran conquistadores crueles y barbáricos, y nuestra misión era eliminarlos. Después de la escuela, todos mis amigos eran alentados a arrojar piedras y bombas molotov a los autos judíos. Durante mis primeros años aprendí por ósmosis que los judíos —y en particular los israelíes— eran asesinos que no tenían derecho a vivir en Israel, y que matarlos era una orden del Corán. Estas ideas me asqueaban por mi aversión a la violencia y por los golpes que recibí en la escuela, pero así es como fui criado. Es difícil para los extraños comprender la obsesión de la sociedad árabe con la violencia. Es una parte sumamente intrínseca de la sociedad”.

Conociendo al enemigo

Entonces llegó el momento que cambió la vida de Zahir: “Era un adolescente y había sido golpeado durante varios días seguidos por ofensas triviales. Estaba vagando sin rumbo después de la escuela, hambriento, con el estómago vacío, cuando de pronto llegué a un punto de control manejado por soldados israelíes. Eran los enemigos acérrimos, y yo sabía que debía odiarlos y atacarlos, pero tenía mucha curiosidad. Me acerqué al punto de control para observar al enemigo cara a cara, y lo que vi fue a un joven sonriente vestido en un uniforme color caqui. El soldado sabía algo de árabe. Me dijo que no temiera, que me acercara.

Eran muy amables, y me di cuenta que no eran los conquistadores crueles que me habían hecho creer.

“Me sorprendió que el enemigo me estuviera tratando tan bien. Sacó dos sándwiches de su bolso para el almuerzo, me preguntó si tenía hambre y me ofreció uno. Yo estaba famélico, por lo que acepté a pesar de mis reservas. Mientras estábamos sentados comiendo juntos, me preguntó sobre mi vida y me contó un poco sobre él; alguien estaba realmente escuchándome. Después de un rato, él y sus amigos comenzaron a jugar al futbol y me incluyeron en el juego. Eran muy amables, no trataban de lastimarme ni matarme, y me di cuenta de que no eran los conquistadores crueles que me habían hecho creer. Me abrió los ojos y me sacudió hasta lo más profundo de mi ser. De repente, entendí que los israelíes no eran monstruos brutales. Toda la base de mi crianza, que consistió en que los judíos eran el epitome del mal, se derrumbó”.

“Desde ese momento comencé a interesarme en los israelíes”, dice. “Viajé a Tel Aviv y otras ciudades. Conocí israelíes y me sorprendió descubrir que la violencia no es una parte fundamental de la vida judía. Visité la ciudad de Ariel, cercana a donde yo vivía en Samaria, y todos me trataron bien. Ayudé a clientes haciendo pequeños trabajos y gané un salario modesto. Entre los israelíes nunca nadie me insultaba, pero apenas llegaba a casa comenzaban las explosiones. Eso me hacía volver a Ariel, pero cuando mi amistad con los israelíes se tornó demasiado obvia, comencé a recibir amenazas e incluso golpizas más duras, no sólo de mis parientes, sino también de mis amigos”.

Ayudando a Israel

A los 14 años Zahir recibió una golpiza que fue particularmente violenta, y se dio cuenta de que no podía continuar viviendo en su casa. Empacó unas cuantas pertenencias, le dijo adiós a su madre y se fue para nunca volver. Se asentó en Rosh Haayin, trabajó en un supermercado local y vivió en casa de uno de los residentes. Nunca volvió a casa y nunca más vio a su madre.

“A veces extraño a mi madre. Por supuesto que sí. Trato de llamarla de vez en cuando, pero mi relación con mi padre está terminada. Para ser honesto, me siento mal por mi madre, quien está viviendo en un régimen de temor. Es la mujer quien soporta la peor parte de la violencia arraigada en la sociedad árabe. Realmente la extraño, pero en cierto punto crucé la línea y me di cuenta de que, si volviera a la aldea, no saldría vivo. Visitar a mi madre la pondría también a ella en un peligro mortal.

Durante los años siguientes, Zahir —que ahora se hace llamar Udi— se integró gradualmente a la sociedad israelí, sustentándose mediante pequeños trabajos. Hasta que un día, cuando tenía 18 años, unos extraños llamaron a su puerta. Eran bruscos, pero se veían como empresarios. Sabían sobre su pasado, en dónde había nacido, crecido y cuántos años había estado en Israel viviendo en la pobreza. Le hicieron una oferta que no pudo rechazar. “Me dijeron que eran del Shabak, la agencia de seguridad israelí, y me preguntaron si aceptaría ayudarlos a prevenir atentados terroristas. Siempre me había opuesto al asesinato de personas inocentes, independientemente de su nacionalidad. Entonces, les dije que estaba en contra de hacer cualquier acto de violencia, pero que estaría feliz de ayudar a evitar ataques, siempre y cuando esa fuera mi única tarea”.

Así es como Zahir comenzó a ayudar a los israelíes, operando principalmente en el área de su casa, cerca de Shejem. Al principio sus misiones consistieron en reunir información sobre los blancos de los terroristas, que luego le entregaba al servicio de inteligencia israelí. “No puedo entrar en muchos detalles, pero te daré un ejemplo”, dice. “Una vez fui enviado a seguir a una cierta persona, sobre quien se sospechaba que tenía vínculos con Hamás. Esto ocurrió durante la segunda intifada, cuando los terroristas suicidas se hacían explotar en restaurantes y áreas públicas congestionadas a lo largo y ancho de Israel. Puesto que sabía cómo mezclarme con la gente para pasar desapercibido, seguí al hombre y lo vi subir a un auto usando un cinturón de explosivos. Le di la información a mi superior y el hombre fue arrestado antes de causar cualquier daño. ¡Sólo Dios sabe a cuántas personas salvé! También ayudé a exponer organizaciones peligrosas. Más adelante me dediqué a encontrar árabes que pensaran como yo, que también tenían aversión al terrorismo y quienes también pasaban información crucial”.

Eventualmente, las actividades de Zahir se expandieron y comenzó a acompañar a la unidad elite clandestina conocida como mistaarvim en sus incursiones a las aldeas palestinas. Este grupo está formado por soldados israelíes que se disfrazan de árabes y se mezclan con la población local.

Nunca sentí que estuviera haciendo algo en contra de los intereses de los palestinos. Lo único que estaba haciendo era evitar el asesinato de personas inocentes.

“Iba con ellos a todos lados, por todo Hebrón, Jenín y Jerusalem; nunca fui a Gaza. Participé en operaciones en toda Cisjordania. En una ocasión, unos francotiradores estaban disparando hacia israelíes desde su escondite arriba en las colinas. Una noche, nos disfrazamos de locales y los atrapamos con las manos en la masa antes de que pudieran comenzar a disparar. Incluso ayudé a capturar a algunos fugitivos peligrosos y revelé muchas iniciativas terroristas de Hamás. Nunca sentí que estuviera haciendo algo en contra de los intereses de los palestinos. Lo único que estaba haciendo era evitar el asesinato de personas inocentes”.

Muerte lenta

Por desgracia, el rumor de que Zahir era un informante eventualmente llegó a la Autoridad Palestina, y entonces comenzó a recibir amenazas de muerte. Aparentemente, se había puesto un precio a su vida. Su período trabajando encubierto había llegado a su fin.

“Un día recibí una llamada de un palestino que pidió encontrarse conmigo para pasarme algo de información. No fui lo suficientemente cuidadoso y, cuando llegué fui atacado por una patota de palestinos que me golpearon, ataron y arrojaron a un auto. Resultó ser que mi fuente había sido descubierta y amenazada de muerte si no ayudaba a capturarme. Fui llevado a una prisión provisional, donde me torturaron e interrogaron. Me dijeron que ya habían decidido matarme, no de inmediato, sino lentamente. Todos los días me despertaban con golpizas muy duras. Estaba agonizando. Todo mi cuerpo estaba lleno de cicatrices y quemaduras”.

Después de seis meses de interminables torturas, Zahir era una sombra de lo que había sido antes. Eventualmente, sus captores comenzaron a ser menos cuidadosos, ya que estaban seguros de que nadie podría escapar en esa condición. Pero Zahir nunca perdió la esperanza y, cuando se le presentó la oportunidad, la tomó con ambas manos.

“Era Eid al-Fitr, el último día de Ramadán, el mes islámico de ayuno. Los guardias habían abandonado sus puestos y se habían ido a festejar con un cordero que habían asado afuera, dejando a una sola persona como centinela. Luego sonó el teléfono en el otro cuarto y lo vi salir para atender. Ese fue el momento que había estado esperando. Con una fortaleza sobrehumana logré gatear hasta la puerta y salir. Me sorprendió encontrarme en un área que conocía bien: Shejem. Pocos minutos después escuché que habían descubierto mi huida. Dispararon varios tiros en mi dirección, pero gracias a que conocía el terreno, pude evadirlos y cubrirme. Con la ayuda de Dios, eventualmente llegué a un puesto del Ejército de Israel en el área de Guerizim, sobre Shejem. Les dije que era un informante del Shabak, que había sido rehén y que había logrado escapar. Les pedí que por favor me abrieran. Los soldados comenzaron de inmediato a tratar mis heridas y alertaron al coordinador regional del Shabak, quien ordenó que me evacúen a una clínica en Ariel, desde la que fui trasladado al hospital Tel Hashomer”.

Pude ver la importancia que tienen la bondad y la compasión en el judaísmo. Decidí abandonar el islam y convertirme en judío.

Hizo falta mucho tiempo para que Zahir pudiera abandonar el hospital. Con un diagnóstico de síndrome de estrés postraumático y con una discapacidad severa, su tratamiento ambulatorio continúa hasta el día de hoy. Y la experiencia lo llevó a cercenar sus lazos con la comunidad palestina para siempre. “Fue la inimaginable crueldad mostrada por mis captores lo que me convenció de alejarme para siempre. En contraste, pude ver la importancia que tienen la bondad y la compasión en el judaísmo. Decidí abandonar el islam y convertirme en judío”.

Voluntario sobresaliente

Después del alta, Zahir cambió su nombre a Udi Ayalón. También recibió la ciudadanía israelí para protegerlo de secuestros futuros, aunque esto ocurrió sólo después de una batalla legal.

“Al principio el gobierno no cumplió con su obligación”, dice. “Si bien me trataron bien y no tengo quejas al respecto, inicialmente se rehusaron a reconocerme como un informante del Shabak que requería rehabilitación”. Recién en 2001 se le reconoció oficialmente el derecho a recibir un tratamiento subsidiado. También recibió ayuda para el alquiler y una mensualidad para su manutención.

Afortunadamente, Udi ha avanzado mucho en su recuperación. “Udi recibió ayuda de muchas personas después de ser liberado del cautiverio”, dice Rav Arahon Iktar, un activista comunitario y voluntario desde hace años en Tel Hashomer para la organización Atá Imadí. “Como informante del Shabak forjó muchas conexiones con miembros de la Knéset y de las agencias de seguridad que lo protegieron. Le estaba yendo bien en los negocios, pero durante un tiempo gastó todo su dinero ayudando a los necesitados. Luego se encontró en una situación difícil, en la calle, hasta que le restituyeron la mensualidad mínima. Con todo, nunca dejó de ser voluntario en el hospital”.

Después de desarrollar una relación con varios rabinos, Udi comenzó a cumplir su sueño de conversión. Se abocó al estudio de judaísmo y ya es experto en leyes de Shabat. Udi es una presencia familiar en Tel Hashomer, donde se le considera uno de los voluntarios más sobresalientes. “No hay nada en lo que no ayude, y muchos ni siquiera lo conocen”, dice Rav Iktar. “Por ejemplo, una mujer mayor necesitaba en una ocasión que el turno con su doctor fuera más pronto. Un día recibió una llamada informándole que mágicamente había ocurrido. La señora no tenía idea de que Udi había influenciado al director del hospital. Udi tiene conexiones con personas de todos los ámbitos, incluyendo la oficina del Primer Ministro”.

Lo único que le molesta a Udi, y que lo llevó a dar esta primera entrevista pública, es la última ola de terrorismo que, en su opinión, las autoridades no trataron adecuadamente.

“La gente dice que no podemos detener la ola de terror. Insisten en que la situación es demasiado compleja y que los terroristas que atacan por sí solos no pueden ser detenidos, pero es un error. La intifada del cuchillo puede ser luchada si lo queremos”.

Si bien puede que ya hayas escuchado esto de otras personas, cuando lo dice Udi vale la pena escucharlo:

“El gobierno israelí no está haciendo lo suficiente”, insiste. “La Autoridad Palestina alienta el terrorismo e incita a las personas a acuchillar y asesinar a judíos, y el gobierno [israelí] no hace nada para detenerlo. ¿Sabías que la Autoridad Palestina le da automáticamente a cada terrorista arrestado una beca bimensual de 1.200 shekels (300 dólares) como recompensa? Sorprendentemente, ¡muchas veces esta suma es transferida directamente a la Autoridad Penitenciaria Israelí para que puedan comprar lo que quieran del bar! Es increíble. La AP apoya abiertamente el terror y los israelíes no hacen nada al respecto. Si el gobierno fuera serio, jamás transferiría dinero a terroristas y, con certeza, prohibirían los lujos en la prisión. La sentencia de muerte sería aplicada en casos serios y la situación actual no continuaría”.

Udi, un realista, no se ilusiona con la paz inmediata. “El problema es la cultura musulmana”, explica. “Es una mentalidad que predica la guerra, no la paz. El mundo árabe sufre disturbios constantemente. Se asesinan unos a otros, porque eso es lo que propone el islam. Por eso me río cuando la izquierda israelí habla de hacer la paz. No entienden a los musulmanes en general y a los palestinos en particular. Mientras el asesinato continúe siendo un componente central de la educación de los niños palestinos, no habrá lugar para la paz. No tenemos opción, debemos permanecer fuertes y jamás renunciar. Debemos continuar destruyendo los hogares de los terroristas, deportándolos a Gaza y negando la ciudadanía a árabes israelíes vinculados a la incitación y el terror. No hay otro camino”.

Mientras tanto, Udi continúa estudiando para su conversión. “El Pésaj que viene, espero ser judío y sentarme en el Séder con el resto del pueblo judío”.

Reimpreso con permiso de Ami Magazine.

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